El mundo es una jaula
en la que estamos todos encerrados
el hombre y la alimaña
y eso sí,
cada cual en su nido
defiende su camada
En El bulo de Patricia Geijo
A la memoria de las víctimas del terremoto de Nepal del 2014
I
Mientras tomamos café
en los extremos de una misma barra
su mirada y la mía han coincidido.
Las noticias de la radio,
como cuerdas de un violín gastado,
nos ofrecen entre murmullos y tintineos
su terrible y diaria sinfonía.
Dicen que el techo del mundo
se ha derrumbado,
arrastrando en su caída
a miles de las más desfavorecidas
criaturas del planeta,
que pronto pasarán,
como las ensoñaciones
que desaparecen con el viento,
a agrandar la infame lista
de las cenizas olvidadas.
Olfateando con habilidad y experiencia,
perros adiestrados
buscan muertos y desaparecidos,
entre resquicios, grietas y agujeros
de casas , templos
y otros monumentos derruidos
por la voracidad enloquecida del seísmo.
En el mismo momento que las ondas
lanzan al aire la fatal noticia,
he descubierto
que un idéntico silencio interior
terrible, triste y sombrío me unía
con aquel desconocido
que desde el otro lado de la barra me miraba.
Las mismas dudas,
la misma pesadumbre,
el mismo dolor naciente,
igual sentimiento de inutilidad y tristeza ,
lo avisté reflejado en la mirada
de aquel extraño cliente,
cuyos ojos me decían :
“aunque no podamos encontrar sentido
al recurrente cuento
de que todos somos iguales,
por ser hijos de la literatura
que inventó la estirpe
del jardín de la manzana y la serpiente,
deberemos evitar convertirnos
en propios enemigos.”
II
Y mientras pagamos al unísono,
como aguijoneados
por algún impulso repentino
hilado por los fantasmas urgentes
de esa loca de la casa que es la imaginación,
escapamos del local combados, casi a trompicones,
para camuflarnos entre la arboleda
de un cercano parque,
parodiando a Caín,
cuando avergonzado por su crimen
se ocultó entre unas matas,
para detectar una tenue rendija de luz
que le permitiese asirse a la esperanza.
Una cálida brisa saluda nuestra huida,
tal vez sabedora de que la vaciedad de la memoria
hará que pronto nos ciñamos
el cíngulo dorado que purifica los pecados
y transmuta al culpable en inocente,
convirtiendo la naturaleza
en exclusiva responsable del desastre,
dejando a buen recaudo el dolor en el olvido
y la provechosa enseñanza que nos dice:
“para que unos puedan escalar
o practicar senderismo,
y disfrutar de las bellezas del techo del planeta,
la etnia sherpa de porteadores del pueblo Nepalí,
deberá continuar viviendo de la mendicidad
que le dan los equipos de escalada,
como premio por haber traído al mundo
rentables mulas de carga
para los escaladores,
que cuando lleguen a las cumbres,
recibirán los honores
que debieran ser otorgados
a cada una de esas.
tan miserablemente maltratadas,
mulas de carga”.
III
Enredadera de ataduras aceptadas
que aprisiona el pensamiento
cómo el enrejado de una jaula,
haciendo que olvidemos quienes son
los únicos protagonistas
de las hazañas de escalada,
y que el pozo de lágrimas de las víctimas
sí tiene culpables,
al no ser la naturaleza la única responsable
de estos desastres,
sino la imparable connivencia
de acaudalados carceleros transnacionales
que para que florezcan sus negocios
urden enjaular el pensamiento,
haciendo que primen los valores del mercado
por encima de la vida de todos los pueblos
de este mundo.
Enrique Ibáñez Villegas
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