De ruta por Balatanás

Acabo de Cumplir 62 años y estoy cansado, solo tengo ganas de jubilarme. Llevo desde los ocho años trabajando. Primero para mi familia, luego contratado, más adelante pude montar mi propio negocio de transporte de pasajeros. La Flecha se llama mi compañía de autobuses, porque no se entretienen en paradas, van directos al destino, rápidos y seguros.

Desde hace unos años disfruto de una concesión con la Diputación. Mi trabajo me ha costado. Años de bajar picaportes, doblando el espinazo para conseguir una pequeña concesión de llevar pasajeros bien sean niños a la guardería, bien viajeros para actividades culturales, el resto son dolores de cabeza para mantener una flota de diez autobuses.

Este camino por el páramo para mí es muy conocido. Desde mi infancia corriendo por aquí, primero con mis pequeñas piernas, luego a bicicleta y más adelante en coches y buses. Toda una vida por esta recta, a veces, curvas, otras, pendiente con una inclinación cercana a los catorce grados de ángulo. Lo conozco demasiado bien, pero hay pasajeros que no lo entienden.

Hoy me acompaña mi mujer en uno de los asientos delanteros y justo, de la otra mano, hay una mujer inquieta. Lleva incordiándome desde que salimos de la capital. “¿Qué cuánto tiempo dura el viaje? ¿A qué velocidad se pueden tomar las curvas?”, debe creerse muy inteligente o la reina del mambo. Ahora va cantando algo en inglés, si no fuera, porque hace muchos años que estudié el idioma, juraría que va cantando por lo bajini el rosario. Suplica por ella que tiene que cuidar de una tía vieja y sus primos.

Cuando se tienen tantas horas a la espalda como yo  conduciendo, se ha visto de todo, pero esto no lo había visto nunca. ¡Vaya individua!

Ahora simula que duerme, pero tiene un ojo abierto como las gallinas. Va controlando todas las señales de la carretera y chupando un caramelo. Seguro que tiene sabor a fresa, como el color de su ropa interior.

Es la típica mojigata de toda la vida, que ahora lucen estudios y trabajos. Yo también tengo estudios, pero no pude dedicarme a opositar, me tuve que buscar la vida desde muy pequeño.

Otra de las rutas que hago por aquí es la del vino. Ya no quedan vides, porque la filoxera a principios del siglo XX acabó con ellas, tuvieron que arrancarlas, parece que vuelven a plantarlas. Quedan las bodegas que los del pueblo utilizan para meriendas. ¡Vaya que saben disfrutar de la vida por estas tierras! Y menudas casonas se ven por el pueblo. Desde la carretera se pueden ver los sillares haciendo esquina y esos muros de piedra caliza, ventanas con reja y voladizos del tejado en madera haciendo mil cabriolas de las virutas. Según me contó un día un guía estas casonas pertenecen más bien a la baja nobleza que se dedicaba a asuntos con la lana en el siglo XVIII.

Mi mujer se ha dado cuenta de todo y me guiña un ojo. La individua saca ahora un teléfono. ¡Ojalá se entretenga un rato!

­—Sí, señor agente

­—Uno de sus pasajeros nos ha llamado, alegando que conduce usted saltándose el código de circulación. Por favor, presente su documentación y la del vehículo.

Mientras me entretengo en sacar los papeles, los agentes hacen bajar a los pasajeros. No son muchos. Hoy tocaba una ruta musical. Habían elegido un chozo de pastor para interpretar un repertorio navideño. Algo de música de cámara con los músicos dispuestos dentro del chozo y el público alrededor. Suerte que no hace mucho frío, ya se nota que hay un cambio de clima. Cuando yo era pequeño en estas fechas lo que más se veían eran los carámbanos de hielo colgando de los dinteles de las ventanas.

Ahí baja la susodicha, retorciéndose los dedos como si hubiera estudiado en la escuela de Boabdil, uno, dos, tres… Tiene una risa de skatter. Sí, es el adjetivo que le va, por sus aires ingleses, pero, en el fondo, seguramente todo es apariencia, de ahí esa risa que te hiela el alma. Como siga así se va a arrancar el botón superior del chaquetón de polipiel que lleva. Todo impostura en su vida, posiblemente, el quiero y no puedo. ¡Qué paciencia!

Esta pareja de la Guardia Civil parecen muy simpáticos. No alzan la voz, son muy amables, hacen que se me vaya pasando el susto. No les comento que quien haya puesto la denuncia debe de ser bobo de norte a sur y de este a oeste, aunque sé quién ha podido ser.

Esta tipa no va a renunciar a verme sudar café, que no lo hiciera sería tan absurdo como enseñar malabares a un pulpo, y eso que cada brazo debe de ser un cerebro. Ocho cerebros, teniendo en cuenta su tamaño, más dotados que muchos de los humanos, desde luego más que esta individua. Seguro que entró en el cuerpo funcionarial cuando las oposiciones no eran muy claras todavía y para algunas plazas no era necesario ni el título de EGB. No me extrañaría que ahora esté de funcionaria en algún despacho escondido del cuerpo de prisiones. Solo por tenerla bien alejada del mundanal ruido, arrugándose como una pasa, pero le tenían que quedar inquietudes culturales para venir a escuchar la música del chozo. ¡Qué cruz, maricruz!

Ahora toma ella la palabra con la agente. Cree que no la oigo:

­—¿Cómo debo de tratarla señor o señora agente? No quiero que me tome por una antigua, pero ha de saberse que este chófer no vale ni para conducir camiones. Se duerme al volante, hace más curvas que las que tiene esa mujer -y señala a mi mujer-, con la que va hablando tan alegremente. Debe de tener un buen escarmiento, una multa que le haga entrar en razón y no poner a los viajeros en peligro…

De dónde habrá salida este ejemplar de cotilla Rottenmeyer. No me puedo creer que haya todavía este tipo de jumentas.

No sé si arrodillarme o poner una mirada seráfica delante de los agentes para defenderme de tamaña insolencia.

Arancha Naranjo

1.- Ilustración de Andrade Martin

 

Sobre Arancha Naranjo 17 artículos
Arancha Naranjo Lumbreras (Palencia, 1969). Española, educada en varios países europeos: Francia, Rusia, Dinamarca. De formación Historiadora y Bibliotecaria, ha incursionado también en el mundo del Derecho, a través de su trabajo en la Administración Pública. En la actualidad se dedica a la escritura, habiendo publicado cuentos en varias Antologías colectivas: Desde el confinamiento: Relatos de urgencia, proyecto del Hospital de Brugos; Antología de Labios rojos, chocolate y una rosa, proyecto amadrinado por Rosa Montero que surgió de las colecciones de Carmín y Chocolate; y ahora participa en un proyecto coordinado por Liliana Blum que ha surgido de los Talleres de Sonia Higuera.

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