Mientras el hombre llega a la luna, en Orcasitas se caga en una lata
Felix López Rey, vecino de Orcasitas.
Cambio 16, tituló un reportaje en 1976: Orcasitas ya tiene retrete.
Hubo un tiempo, allá hacia la mitad del pasado siglo, en que España no era como ahora. Convaleciente aún de una cruenta guerra civil que produjo muertos y exilio, además de miedo, mucho miedo a la represión sin piedad que ejercieron los vencedores que se propusieron eliminar por aplastamiento las ideas democráticas y liberadoras de la II República. La pobreza venía de atrás porque en nuestro país apenas se hicieron revoluciones, ni industriales ni de las otras. O se hicieron mal y terminaron como el rosario de la Aurora. La pobreza de la España rural era endémica, como el analfabetismo. Una oligarquía poderosa que amparó y financió al fascismo tomando las riendas del poder manteniendo sumido al país en el Medievo. Una país ruralizado donde los braceros vivían a expensas de las cosechas, si eran buenas algo quedaba para ellos, las migajas que soltaba el terrateniente y si eran escasas comían piedras. La represión feroz y el hambre de postguerra había diezmado el ansia de libertad que engendró la República, con sus ensayos -tímidos ensayos- de Reforma Agraria que hizo concebir esperanzas a los que nada tenían y soñaban con un pequeño trozo de tierra que les diera de comer.
Conforme avanzaban los años cincuenta, el mundo tornó los ojos a un país donde gobernaba con mano de hierro un pequeño dictadorzuelo, amigo de Hitler y de Mussolini, que se había mantenido a resguardo de la guerra pero poniendo mesa y mantel a los genocidas que la perdieron. Claro que en plena guerra fría, las potencias occidentales pensaron que podía ser útil en el combate al enemigo común: el comunismo y sus terribles fauces que se abrían intentando devorar la tranquilidad capitalista. Y le perdonaron los pecadillos fascistas. Nadie es perfecto, se dijeron en Yanquilandia, Eisenhower con su Air Force One, aterrizó en Madrid y poco después abrazaba al enanito del Pardo para desolación de los/as demócratas españoles/as que vagaban por el mundo en un doliente exilio o de los que quedaron agazapados en el país entre el miedo y la condena.
Los tiempos cambiaban. España cedió al amigo americano territorio nacional para sus bases a cambio de reconocimiento y de poder sentarse en la ONU aunque calladitos y sin hacer bulla. No llegaron los fondos del new deal que se repartieron por Europa pero sí cierta modernización y una leche en polvo que aún recuerdan los bisabuelos.
España daba el salto. Se notaba en que ya el racionamiento que entregaban las empresas y estamentos varios era un apoyo, no la subsistencia única de las familias españolas. Las ciudades florecían con industrias y construcciones que los adalides franquistas se aprestaban a construir mientras se llenaban los bolsillos sin mucho pudor.
Eso ocurría en las ciudades, porque en el campo y en determinadas zonas del estado, la penuria, el hambre, la deserción de la vida seguían igual. Pero al poco las noticias volaron llegando la buena nueva. Los hombres, cansados de bregar con tierra inhóspita, se fueron enterando que en Madrid, Barcelona y Bilbao había trabajo. En la construcción, en la Barreiros -empresa modélica de la época que construía camiones y poco después un coche de lujo que vino a llamarse “haiga” el Dodge Dart– había un sitio para salir de pobres, se decían unos a otros. La voz corría sembrando la esperanza en zonas profundas de Andalucía, Castilla , Extremadura, Galicia…Los ojos del hombre llegaban iluminados a casa donde esperaban unos hijos hambrientos y una mujer desesperada por la falta de pan. Al calor de las velas o la bujía el matrimonio hablaba bajito -la luz y el agua corriente era un lujo desconocido en el agro español- mientras la respiración de los innumerables hijos habidos se ralentizaban en la sala común donde dormían todos escuchando lo que contaba el padre del Eldorado capitalino.
-Me han dicho que hay trabajo, María. En Madrid se están construyendo muchas casas, y necesitan manos.
-Pero tú qué sabes de construir casas, Manuel, lo tuyo es el campo de toda la vida.
-Aprenderé. Todo se aprende, María, menos a morirse asco como ahora.
-Y ¿dónde vamos a vivir? ¿dónde nos quedaremos mientras tú encuentras algo?
-Está todo pensado, mujer. Marcho yo antes, busco trabajo y cuando lo tenga, busco acomodo en una casa y vengo a por vosotros…
-Ay, Manuel y tú solo que vas a hacer por esos mundos ¿Dónde vas a ir?
-A donde sea, María, varios del pueblo lo estamos pensando y hemos decidido marchar. Verás cómo es posible tener una casa, un jornal seguro, que los chicos vayan a la escuela y no sean borricos de carga como nosotros, María, que uno ya está harto de trabajar a destajo y que caigan migajas, o que si la cosecha va mal pasemos hambre. En la ciudad hay progreso, hay trabajo de sobra y yo tengo manos y fuerza, María. Verás que prosperaremos.
Más que imaginar la escena la he escuchado de boca de algunas de aquellas niñas que agazapadas en el cuarto común escucharon a los padres concebir esperanzas.
Y los hombres marcharon. Fue el primer éxodo de una emigración interior que luego, años después, se desparramaría por Europa casi de la misma forma. Una maleta llena de sueños y desesperación. Mitad y mitad.
Ellas se quedaron con la vista fija en el camino que habría de traer a su hombre para salir corriendo de un pueblo seco y decorado de hambre. Con fe en que las cosas irían bien, en que la chiquillada se domara en la escuela y ¡quién sabe! si un futuro mejor les esperaba. Y ellos, salieron de los pueblos con el hatillo llegando a las ciudades de acogida con el miedo a lo grande, a los desconocido, al futuro incierto que desde el pueblo se veía más claro.
Malvivieron en chabolas en los aledaños de las ciudades mientras caminaban en busca de trabajo. De cualquier trabajo, a cualquier precio…
Cierto, era posible, había obras, innumerables obras de casas, calles, aceras; había que cavar cimientos, arrear con cargas inauditas de ladrillos o batir cemento para que las ciudades crecieran hacia arriba. Apenas gastaban y dormían donde cuadrase porque la familia había que traerla lo antes posible y comenzaron a construir unos poblados que se alejaban un tanto del chabolismo. Las construcciones se llamaban “domingueras” porque durante la semana se trabajaba a destajo en los diversos oficios conseguidos y el domingo se construían las casitas con el furor de que cada ladrillo acercaba a los seres queridos que fueron llegando conforme el padre se asentaba y vislumbraba un futuro prometedor. Al principio se adaptaron a vivir como podían…habitaciones de familiares con derecho a cocina, rincones perdidos donde poder tirar el cuerpo y calentar una sopa…pero ya había esperanza de una vida mejor, porque en los pueblos de donde se procedía la esperanza había muerto hacía muchos años.
Los terratenientes eran los dueños de las tierras donde, a modo de campamentos, se construían las casitas. Tierras rústicos no edificables, muchas de ellas barrizales inservibles que no daban crédito al amo hasta que llegaron los desesperados y se confirmó el negocio. Se vendieron los terrenos a buen precio a los que corrían con la urgencia de una vivienda; de aquella las leyes del suelo, si existían, se pasaban por alto. Lo que importaba era que la mano de obra, casi esclava, que llegaba de la miseria tuviera un sitio donde aposentarse. La autoridades hicieron la vista gorda en la transacción y en la construcción de las chabolas.
Se levantan casetas de ladrillos, de más o menos doce o quince metros, sin agua ni luz, con excusados externos a la casa y sin ningún tipo de servicio de alcantarillado. Las autoridades hacían como que no veían lo que crecía en el extrarradio de las diversas ciudades. Si llovía la zona se hacía impracticable porque el barro llegaba a las rodillas, entraba en las casas y el agua empañaba la vida de las familias.
Hablemos de cifras. En 1967 el Informe FOESA dice que hay 18.367 chabolas en Madrid. El Ministerio de Vivienda, confirma solo 14.236. Otra cifra: de 1940 a 1950, Madrid recibe 39.366 inmigrantes que llegan dispuestos a todo por un salario que les permita vivir. De 1950 a 1960, fueron 392.000 los procedentes del campo extremeño, andaluz, manchego, gallego, los que llegaron a la capital de España. Eran los parias de entonces que no llegaban en patera pero se les miraba igual. Quizá hoy, algún nieto de aquellos pioneros, subsuma el hocico cuando ve a los inmigrantes llegando a nuestras costas. La memoria es frágil, y si viene del fondo social se agudiza la fragilidad.
El tejido chabolista se arracima, en Madrid, por Orcasitas, Toledanos, Fuencarral, Pozo del Tío Raimundo, Palomeras, Usera, Carabanchel…Pronto las zonas externas de las ciudades se convirtieron en un mar de chabolas a donde llegan las familias de los pioneros.
Aquello era un lodazal, donde apenas se podía vivir ofreciendo una imagen desabrida de las ciudades que pretendían competir con Europa. Son los años del desarrollismo, que han dejado atrás las vicisitudes facciosas. Un grupo de políticos, tecnócratas y fríos toman el poder expulsando a los falangistas que olían a guano viejo. Uno de aquellos ministros escribió un libro “El crepúsculo de las ideologías” le tituló el portento, augurando que ya no existía ni la derecha ni la izquierda, ni Marx ni la lucha de clases porque habían llegado ellos a poner orden y justicia en el mundo. Pronto se dan cuenta que la imagen del chabolismo que circunda las ciudades no es la imagen que pretenden ofrecer al mundo y en 1966 se crea la Comisaría General Urbana que proyecta el Plan de Erradicación del chabolismo…
Poco a poco, los vecinos llegados del mundo rural, toman conciencia de la miseria en que viven y de las condiciones de insalubridad. En 1964 el régimen que pretendía abrirse a un “democracia orgánica” crea una Ley de Asociaciones de Vecinos, y ahí quizá, se perdieron un poco los estamentos del poder porque fue justo esa ley la cuña por la que se coló el movimiento más importante de los años sesenta y setenta, nacido desde las bases profundas de la sociedad de los años sesenta y setenta.
En las universidades, en las fábricas y en las calles, comenzaban los movimientos políticos y sindicales que eran reprimidos sin piedad. Contamos cientos de muertos que cayeron defendiendo los flecos de libertad frente a una dictadura meramente decorada de modernidad, que en el fondo seguía siendo igual de cruel y sanguinaria que en la postguerra.
En 1968 se crean las primeras Asociaciones de Vecinos que comienzan a luchar por mejorar las condiciones de sus barrios, de sus familias, de su gente. Y a la dictadura se le coló una piedra en el zapato sin darse cuenta. Piedra que se fue haciendo más y más grande porque se demostró imparable y con una fortaleza hercúlea.
Ocurrió que se luchaba por lo pequeño, por lo entrañable, por lo íntimo. El barro inundaba las barriadas obreras, ni los taxis ni las ambulancias podían entrar porque los trazados de las “calles” eran barrizales impracticables. Hasta hubo un muerto por falta de asistencia de la ambulancia. Los chicos jugaban entre un lodo pegajoso que era imposible eliminarlo de los zapatos. Sin luz, alcantarillado, agua… además ocurrió que los terratenientes que había vendido los terrenos baldíos se dieron cuenta de que la ciudad se extendía y ahora, lo que antes era tierra rustica e inútil, podría revalorizarse con la construcción de casas decentes… Presionaron al régimen para que expropiara lo que los vecinos ya consideraban sus casas y sus barrios. Quizá la desesperación o la llamada intima de protección a la camada los despertó y comenzó la lucha.
Amparadas, las Asociaciones vecinales, en los locales de las iglesias, lugares hasta cierto punto seguros, con unos párrocos que habían trasformado al antiguo cura tridentino en jóvenes contestarios formados al calor del Concilio Vaticano II y la doctrina social de la iglesia del momento, se posicionaron a favor del vecindario ayudando y guiando a los residentes. Primero lucharon contra las expropiaciones y ya metidos en contienda pensaron que no eran forma de vivir como lo hacían.
Una nueva arquitectura pretendía revolucionar el paisaje urbano construyendo viviendas con una apariencia de normalidad que se dieron en llamar Poblados Dirigidos. Mera apariencia llena de errores, porque no se tuvo en cuenta el terreno arcilloso sobre el que se construía. Con las prisas y las ganas de plusvalía de los constructores se realizaron cimientos mínimos de no más de 80 centímetros para levantar las viviendas. Eran casas unifamiliares, de cincuenta o sesenta metros, que ya contaban con todos los servicios de agua, luz, alcantarillado…Los arquitectos que las construían confirman que eran los propios vecinos quienes los guiaban conforme a las necesidades familiares de cada unidad.
La emoción de vivir en una casa segura, el milagro de ver salir agua de unos grifos relucientes, de tener habitaciones para los hijos y poder, el matrimonio, gozar de un mínimo de intimidad, les hizo felices a los pobladores de los barrios. Las casas tenían vigencia y duración de cincuenta años. Los vecinos trabajaban adecentando aceras, y accesos componiendo, incluso, zonas ajardinadas.
Al cabo de unos años los hogares comenzaron a resquebrajarse, el barrio se deshacía como las ilusiones de sus habitantes. Para entonces, los vecinos, habían hecho tribu, quizá unificados por la lucha o por la parquedad de medios, la vecindad vivía en comunidad, los niños jugaban en los descampados vigilados por todas las madres, las necesidades se compartían. Cuando los barrios se resquebrajaron ya sus habitantes conocían la fuerza de la unidad, de la contienda social para sacar al poder los derechos.
El poblado de Orcasitas es ejemplo de lo que contamos. Con una unión ejemplar de los vecinos, ante la propuesta del gobierno de desplazarlos a otras zonas, cosa a la que se niegan de forma rotunda. No, aseguran, nadie les sacará de su barrio, de la comunidad creada durante los duros años de la construcción que han realizado mano a mano todos. Asambleas continuas, manifestaciones, cortes de carreteras, visitas en masa el ministerio de turno. Por la otra parte, palos de una policía que es la guardiana de las esencias del régimen, amenazas, represión. Surgen los lideres, en Orcasitas, hay un chaval con carisma y entrega. Tiene un ideario mechado de cristianismo y trotskismo a partes iguales. Arturo Pajuelo, se llama, pronto se convierte en la voz de los que se niegan a abandonar el barrio.
Mientras tanto, el viejo que habitaba en el Pardo se va apagando y la política española fluctuaba ente los integristas que deseaban que todo permaneciera igual, los que pretendían cambios para maquillar la autarquía sin entrar a mayores y los que querían levantar el piso para sacar las cucarachas del régimen. Lo de siempre, en este país.
Los vecinos -no todos, naturalmente, porque hubo inhibiciones, pero escasas- eran inflexibles en la lucha, incluso consiguieron que el ministro del ramo, Garrigues Walquer -ya estamos en plena Transición, con Suarez gobernando- visite el poblado y compruebe por si mismo las grietas y los problemas de las viviendas. El gobierno quiere trasladar al vecindario, difuminando la tribu creada por diversas zonas de Madrid. Ellos se niegan, quieren quedarse en su barrio, en su hogar.
Son tiempos en los que la calle aprieta, con un Partido Comunista fuerte, sindicatos arremetiendo contra la patronal, la universidad y las fábricas en pie de guerra así como los exiliados y los nuevos políticos de izquierda florecen con fuerza. Suarez hace equilibrios entre los franquistas, el ejército y la sociedad que demanda reformas y respeto, por lo que ante la presión vecinal que no se arredra ni mengua decide ceder y construir nuevos pisos en las barriadas que se estaban cayendo. Esta vez se harán bien, con cimientos, asegurando el terreno para que no se derramen las casas como castillo de naipes. Durante el tiempo de la construcción la gente vuelve a la precariedad, a la vivienda mínima, pero con la vista puesta en las grúas y el cemento con el que se construyen sus nuevos hogares. Sus sueños.
Los vecinos ganaron en esta larga y ardua batalla por la dignidad, pero no nos engañemos, no fue fácil. Arturo Pajuelo, trabajaba en Construcciones Aeronáuticas (CASA) en Getafe, tiene 32 años; cuenta un hermano que era imposible caminar por la calle con él, porque a cada paso un/a vecina le paraba para preguntar, para contarle incidencias del día a día de la contienda vecinal. El uno de mayo de 1980, Arturo ha estado con sus compañeros en la manifestación del día del trabajo. Se despide deprisa de los demás porque una sobrina hace la primera comunión y quiere estar presente. Le esperan para comer sus ocho hermanos, padres y sobrinos…también vecinos y amigos del barrio que defiende. Nunca llega a la cita porque una camada de criminales fascistas llamados el Batallón Vasco Español*, le apuñalan varias veces junto a su amigo y compañero, Joaquín Martínez Mecha y Carlos Martínez Bermejo que quedaron muy mal heridos.
Arturo Pajuelo murió pocas horas después en el hospital 12 de Octubre. Litros de sangre fueron donados por los vecinos que espantados corrieron al hospital al saber la noticia. Al entierro concurrieron alrededor de 40.000 personas, lo encabezó Enrique Tierno Galván, que ya era alcalde de la ciudad.
https://elpais.com/diario/1980/05/04/madrid/326287460_850215.html
Hoy, Arturo Pajuelo tiene un monumento en la plaza del barrio y se le sigue recordando con respeto y cariño por los/as vecinas que entienden el costo de su lucha enmarcado por la muerte del joven activista.
Los crímenes de la extrema derecha española: cuarenta años del asesinato de Arturo Pajuelo
Al final, se construyó un barrio decente, donde las familias viven dignamente. Se luchó con denuedo, los vecinos/as estuvieron unidas ante un poder que pretendía ningunearles y que obviaran sus derechos. No cedieron. No se arredraron y pagaron un alto precio por ello. Represión, golpizas, detenciones, y la muerte del hijo de Orcasitas, Arturo Pajuelo, fue el precio pagado por la dignidad de una comunidad que se enfrentó al poder en plena dictadura y Transición.
Hoy lo realizado por los habitantes del barrio de Orcasitas, como tantos otros del resto del estado que vivieron situaciones similares, no debe olvidarse porque suponen un ejemplo vivo y triunfante de que la lucha social es importante y gana. No siempre y a un alto precio, pero gana.
María Toca Cañedo©
*Batallón Vasco Español: grupo terroristas de corte fascista procedente de Fuerza Nueva. En su haber tienen varios asesinatos de luchadores/as, como Yolanda González y de María José Bravo, jóvenes militantes de la izquierda, entre otros muchos. Sus crímenes quedaron impunes siempre ya que tenían el compadreo y la complicidad del poder en esos momentos.
-Agradecimiento profundo a Ángeles Sánchez Porro, que vivió lo que contamos y me ha regalado sus recuerdos, sus fotos, su historia. Gracias de corazón que hago extensivas a esos barrios heroicos que no sabían el alcance de su lucha. Era por ellos/as, pero era por todas. Gracias de verdad.
María Toca.
https://www.youtube.com/watch?v=xIDm0m_V_NM
http://digitalguerra.com/arturo_pajuelo_100.html
Gracias Maria, por este articulo, ya sabrá, un vallekano
Gracias a toda la gente que luchó tanto. Y ¡grande Vallecas!
Es q me ha gustado el co. Dentario sobre las domingueros y la reseña sobrd cono crecieron estos barrios y la lucha por una vivienda digna, única experiencia conocida en Europa y el mundo q yo sepa
Magnífica y rotunda pluma, María. Es una historia de muchas historias, pero en sí misma es toda la historia… La historia… Ese tiempo que nunca ha de renunciarse a cambiar. Un abrazo.
Lo difícil es resumir, Jesús, porque hay tantas historias , tantas vivencias y tanta humanidad que temo haber dejado fuera mucho más de lo que cuento.
Gracias por su lectura.
Hola, esta bien el reportaje, aunque mezclas cosas de dos barrios muy distintos, Poblado y Meseta, son barrios que están en terrenos de Orcasitas , pero no tiene nada que ver uno con el otro.
Por otra parte has utilizado fotos sin el consentimiento de los propietarios de las fotos, que menos que decir la fuente de donde cogiste las fotos y sobre todo pedir permiso.
Ha sido un resumen porque contar todo sería extenso. He recurrido a los que vivieron aquello, los y las protagonistas, además de las publicaciones.Las fotos son, o cedidas o publicas. Con todo, gracias por su lectura y su crítica. Si cree tener aportaciones al artículo le invito a enviarnos su interpretación del tema.
Saludos