Qué mala fama tienen los fenicios. Pues si no fuera por aquellos semitas que inventaron los regalos hace 3000 años, yo no habría disfrutado del cumpleaños de Lastura con este bocatto di cardinale que lo lees y te da más hambre. Marco Lucchesi ha hecho saltar por los aires los géneros literarios en un ejercicio de libertad creadora que apasiona.
Pero el propio presidente de la Academia Brasileira de Letras se habría desmoronado en la traducción si no hubiera caído en manos de Montserrat Villar González, poeta y lingüista que no se separa ni un átomo de la obra. Más bien la nutre de ricuras. Yo creo que a un poeta debe traducirlo siempre otro poeta, porque hay que verter a un idioma el espíritu de la exactitud del otro idioma, sus equivalencias. Y si nos encontramos ante la amplitud genérica de este libro, el peligro acecha. Tranquilos que en manos de Montserrat Villar González estamos limpios de tormentas.
Siempre me ha fascinado la traducción de Paul Verlaine que hicieron a cuatro manos Carmen Morales y Claude Dubois, porque se trata de reescribir a un poeta muerto. Entiendo más el excelente laboreo de Marcela Filippi que nos lleva al italiano no sólo por su cuenta sino acordando con el escritor el giro más casadero.
«Adiós, Pirandello» es un viaje. Un viaje físico y un viaje de puro ejercicio de los sentidos que se ven dulcemente acosados por Marco Lucchesi y su anarquismo literario que, quieras o no quieras, te atrapa en su cepo de sorpresa en sorpresa. Yo sí quiero, claro que quiero. Porque es un libro extrañamente guapo en su montaracía tranquila. A veces te sorprende con sobresaltos casi acústicos donde una sola frase podría ser un capítulo. Y es tal la seducción del brasileño que esas salidas al encuentro parecen más una espera que una emboscada. Claro que hay realismo biográfico, faltaría más. Pero está vestido como para una boda. Mucho tiene que ver el lenguaje. Y es ahí donde aparece la mano de Montserrat Villar González.
Leyendo a Marco Lucchesi uno se pregunta si existen las reflexiones agresivas. Yo creo que sí, son aquellas que son transitivas como las evangelistas o las verdades del cante jondo tan ensimismadas en sus propias entrañas.
Aviso al lector: aquí hay jabalíes y privilegios, pero no se admiten dilemas, o se beben los dos o ninguno. Yo aconsejo una tarde sin tregua para la revolución del teatro. Pirandello ocurrió y ocurre otra vez. Yo también me repito, como las rutinas, las hipótesis, las soledades o los párrocos sin vocación. Salid de la burocracia y leed, leed, leed.
Valentín Martín.
Deja un comentario