En el año 2020 del Señor… Coronavirus. Viernes 13 de Marzo.
El presidente del Gobierno Español… anuncia con semblante serio: “Emergencia Sanitaria, ¡Pandemia!” Y te preguntas con incredulidad si lo que estás viendo es una producción cinematográfica de ciencia ficción. Pero cuando te percatas de que es real, tus manos inician un desacompasado temblor y el mando del televisor se precipita al suelo.
El llavero de globo terráqueo que, colgado de la llave, custodia la puerta de tu casa, comienza a dar vueltas y te grita: “ No debes tocarme, no debes acercarte, ¡no puedes salir! Ahí afuera se ha desatado una guerra encarnizada… liderada por un monstruo incorpóreo”. Y una sensación de ahogo se introduce en tu cerebro. Es la reclusión de una forma de vida que ha llegado a su fin… temporal.
Día 1,2,3,4,5,6… en las barricadas.
La vida en el exterior se limita al silbido diligente de ambulancias, automóviles de policías y carros militares. Y en el interior se encorseta el latido acelerado de la pandemia en el teléfono móvil, el ordenador, el televisor… y la ventana.
El calendario, que observa desde la pared, se baja al suelo, se desnuda y se echa a dormir. Y la agenda, que corre estresada por la casa, se descalza y se acuesta con él.
Ya no hay lunes penosos ni viernes lúdicos, y deja de importar el tiempo previsto para mañana. No hay carreras rodantes de mochilas hacia las aulas, ni niños en los parques. No hay obreros produciendo ruidos metálicos, ni levantando verjas de locales comerciales. No hay zapatos ni tacones arrastrando el sueño a las ocho de la mañana, ni automóviles peleándose por salir de los garajes. No se escucha el sonido del ascensor, ni el portazo del portal. El silencio es ensordecedor, es cruel, es una realidad que se siente… pero no se deja ver.
El monstruo incorpóreo está ahí afuera acechando, olfateando la debilidad, controlando la fecha de los nacimientos, buscando blancos perfectos para invadir sus organismos imperfectos… y acabar con ellos. La única alternativa es jugar al escondite con él, esperar que se canse de recorrer calles y campos, fábricas y oficinas, hospitales y ambulatorios, que abandone la vigilancia de las entradas a las viviendas… y se marche.
Los soldados del exilio que se ven obligados a franquear la puerta para salir al campo de batalla, se parapetan tras mascarillas de incertidumbre, y guantes de goma dos… por uno, suman cientos. Pistolas de látex en las manos temblorosas y bombas de corto alcance en la boca… son sus únicas armas. Tienen que caminar en silencio, despacito, que el monstruo incorpóreo no les escuche, no les vea, no les huela, no les descubra… y les dispare, porque ellos no lo pueden ver, pero él a ellos … sí. Entonces descubren que la superioridad de la raza, la prepotencia y el endiosamiento, se han puesto de parte del monstruo…¡ y se sienten tan frágiles! Tienen que reforzar su valor con doble coraza, porque el monstruo, el enemigo invisible… ha convertido en enemigos visibles a todos los que están en la calle, en todas partes, fuera del exilio doméstico. Y deben amordazar su afectividad, y , aunque duela mucho, mantener la distancia con su familia, con sus amigos, con sus vecinos… con todos.
Mientras… los héroes y heroínas, soldados en primera línea de fuego, sin bajar la guardia, continúan su lucha en los hospitales, cambiando cansancio y desolación por sueros y respiradores a los soldados que caen heridos en la batalla. Y junto a ellos, los ángeles custodios de nuestra alimentación, higiene y seguridad, ellos y más, todos tirando de su profesionalidad, su empatia y solidaridad, miran con valentía a los ojos del monstruo… y le gritan a la cara … que se aleje.
En las calles moribundas… el silencio escribe su epitafio de soledad, y los soldados del exilio, en las barricadas domésticas, se quitan el uniforme y se visten de pijama, y cambian botas militares por zapatillas… de andar por casa. Guiñan una sonrisa cómplice al calendario y acarician la agenda, y se acuestan a dormir con ellos. Se abrigan con la manta de la esperanza, deseando que el sueño malo se diluya en su agitado descanso, y, al despertar, el pánico y la incertidumbre no les haya restado racionalidad, y conserven la suficiente humanidad para seguir preguntando: “ ¿Por cuántos soldados han ondeado hoy, a media asta, las banderas del Mundo?”… Y con lágrimas de un futuro incierto, se pregunten, también: “¿Ondearán mañana … por mí ?”.
En la calle mala, la nociva, los soldados desertores, los irresponsables, los insolidarios, los insensatos, los que se han pasado al enemigo, reforzando y aumentando el ejército mortífero del monstruo incorpóreo, cantan de su mano: “ ¡Por un beso de la Parca… daría lo que fuera !”.
“Por esa niña que mira con infantil tristeza, desde la ventana, los columpios del parque. Por su abuela que, desde muchos metros de dolor, le saluda desde la ventana del teléfono móvil… con las lágrimas en las manos. Por todos los que resisten, por todos los que luchan, los que enferman, los que ya no están… por favor: De verdad… ¿tengo que pedirte que te quedes en casa, sí?”.
María Purificación Nogueira Domínguez.
Desde la Tristeza… en las barricadas del exilio.
Felicitaciones por tener un alma que aún puede hablar, la mía ha enmudecido. Un abrazo lleno de agradecimiento por nombrar lo innombrable y narrar lo inenarrable.