Este año el movimiento LGTB ha celebrado el año de la memoria y es una buena ocasión para pensar sobre la memoria lésbica, porque no hay presente ni futuro sin pasado.
Y es ahí dónde nos hacemos la primera pregunta: ¿Quiénes han sido las lesbianas? No lo sabemos. Mientras que solemos ser capaces de identificar en la historia a varones que han tenido sexo con varones, amores con varones, que han escrito sobre ello, que han sido castigados por ello…, de la existencia lésbica apenas existe rastro más allá de las relaciones sexuales entre mujeres representadas por varones con el objetivo de excitarse sexualmente, de las que tenemos vestigios muy antiguos. Pero no podemos identificar existencias lesbianas verdaderas; no hay rastro de las lesbianas porque apenas existe rastro de las mujeres. No conocemos casi nada de los deseos íntimos de las mujeres a lo largo de la historia porque las mujeres no son las que cuentan la historia; pero sí sabemos que hasta hace muy poco tiempo (y aún es así en gran parte del mundo) las mujeres no han sido dueñas de su sexualidad ni de sus cuerpos, no han tenido acceso al placer. Su sexualidad, sus deseos, sus cuerpos y sus vidas no les han pertenecido a ellas, sino a sus familias, a sus comunidades, a sus padres o maridos. Los hombres son dueños de sí mismos, aunque sea para infringir la ley o para pecar, mientras que a menudo las mujeres no han dispuesto de esa libertad ni de ese dominio de sí. ¿Puede ser lesbiana una mujer cuyo único destino posible es casarse con un hombre y darle hijos? Según los estándares actuales, en los que el deseo es la base de la identidad sexual, sí podría, pero históricamente el deseo femenino simplemente no existía. Por eso no importaba y por eso los castigos eran generalmente menores para las mujeres que tenían sexo con otras mujeres que para los hombres. Lo que en el caso de los hombres era un ejercicio (perverso quizá) de su libertad, en el caso de las mujeres era visto muy a menudo como un entretenimiento sin importancia, porque a la hora de la verdad las mujeres eran puestas a disposición de los varones vital y sexualmente.
No conocemos casi nada de los deseos íntimos de las mujeres a lo largo de la historia porque las mujeres no son las que cuentan la historia
Por eso el lesbianismo va indisolublemente unido al feminismo en su lucha por conseguir grados de libertad y agencia para las mujeres. Y por eso también, a lo largo de la historia es muy difícil distinguir entre lesbiana y mujer autónoma; y por eso a cualquier mujer autónoma se la ha tratado de insultar con el calificativo de “lesbiana”. Porque sólo las mujeres con un grado importante de autonomía podían ser lesbianas; porque para ser lesbiana hay que disponer de la propia vida y ser dueña del propio cuerpo. Esta condición de posibilidad entre las mujeres autónomas (entendiendo por tales aquellas que no dependen de un hombre ni material ni subjetivamente) y las lesbianas es evidente también para el imaginario patriarcal que, históricamente, ha construido ambos tipos de mujer como la misma mujer y, siempre, como una mujer amenazante. Así, históricamente, “lesbiana” no definía a una mujer que tuviera sexo con otra mujer (algo imposible de verificar) sino que se trataba de una calificación estigmatizante para cualquiera que se saliera del rol tradicional ya fuera que se saliera sexualmente, socialmente, económicamente, que no quisiera ser madre, que no quisiera casarse, que se vistiera de hombre etc. Por tanto, la categoría de lesbiana se ha utilizado desde siempre como un instrumento de control y castigo para las que se situaran fuera del rol femenino tradicional.
La categoría de lesbiana se ha utilizado desde siempre como un instrumento de control y castigo para las que se situaran fuera del rol femenino tradicional
La historiadora Lillian Faderman ha escrito una importante obra sobre la historia y la memoria de las lesbianas con la intención de demostrar que el interés sexual por otra mujer no puede ser lo central si buscamos lesbianas en el pasado. Debido a ello, muchas activistas lesbianas la acusaron de desexualizar el lesbianismo. Sin embargo, si nos guiáramos únicamente por el interés sexual de las mujeres en el pasado nos podría ocurrir que no encontráramos apenas lesbianas, pero tampoco heterosexuales, pues la heterosexualidad obligatoria hacía que fuera de ella las mujeres no pudieran sobrevivir. No tenemos ninguna prueba de que las mujeres heterosexuales en el pasado no hubieran preferido librarse de las ataduras a las que dicha heterosexualidad las conducía, como el matrimonio, que era una institución de absoluta sumisión legal y dependencia vital. Si no podemos inferir que las mujeres que estaban obligadas a casarse eran heterosexuales, tampoco podemos deducir que no fueran lesbianas. También sabemos que, en el pasado, muchas mujeres escogieron hacerse pasar por hombres para poder desarrollar sus vidas, ¿eran lesbianas, eran trans? No lo sabemos, pero sí sabemos que, históricamente, ser leída como un hombre era casi la única manera de poder viajar, de poner un negocio, de trabajar, de ganar dinero, si no se contaba con un hombre que te mantuviera o si, simplemente, se deseaba ser libre. A veces olvidamos que las mujeres siempre han querido ser libres. De lo que sí tenemos pruebas es de que cuando las mujeres comienzan a poder elegir, a partir del siglo XIX, muchas de ellas escogieron construir vidas con otras mujeres fuera de la norma heterosexual. Es el caso de la mayoría de las intelectuales, escritoras, artistas, profesionales, viajeras… pioneras que necesitaron situarse al margen de la heterosexualidad para poder construir sus propias vidas. No sabemos cuántas de estas mujeres que vivían con otra mujer tenían sexo. No lo sabemos porque el sexo no deja muchos rastros en una cultura contada casi exclusivamente por los hombres. Saber si en una relación íntima entre dos mujeres había genitalidad es muy difícil, y lo es también saber qué relaciones estaban definidas por la atracción sexual y en cuales otras el sexo surgía después o no llegaba a surgir nunca. Si en alguna mujer conocida del pasado hubieran existido evidencias de que mantuvo relaciones sexuales con otras mujeres lo más probable es que esto se hubiera borrado intencionadamente de su biografía, mientras que en el caso de los hombres, por el contrario, la homosexualidad siempre es posible leerla como un subtexto oculto. Dadas las restricciones sociales que esta cultura impone a los hombres para experimentar, para sentir o para establecer cualquier tipo de lazo emocional o sexual con otro hombre, a un varón siempre es más fácil situarle a un lado u otro de la norma heterosexual y eso hace que cualquier desviación de la misma sea muy visible. Las mujeres siempre han podido tocarse, besarse, abrazarse o acariciarse sin que ninguno de estos comportamientos tuviera importancia, ya que la norma para ellas venía determinada por la necesidad de contraer matrimonio y ser madres. Para las mujeres la mayor ruptura con la norma heterosexual era permanecer soltera, escapar de la sumisión legal que significaba el matrimonio. En definitiva, que no se trata de negar la existencia del sexo entre mujeres en el pasado (de hecho a pesar de la vigilancia hay muchas pruebas de que hubo mujeres que tenían relaciones sexuales elegidas), sino de saber que la existencia o no de lesbianismo no puede depender de la prueba de existencia de genitalidad, al menos hasta el momento en que un número apreciable de mujeres pudieron ya escoger cómo vivir sus vidas.
A veces olvidamos que las mujeres siempre han querido ser libres
Por todo ello, Faderman establece que hay tres criterios para buscar vestigios de lesbianas en el pasado (criterios que no siempre coinciden en la misma persona): prácticas sexuales, desviación de las normas sociales de la feminidad y autoconcienca de sentimientos de amor o deseo por otra mujer. En todo caso, lo importante es afirmar que el lesbianismo en el pasado era casi siempre y de manera necesaria una práctica de liberación personal del patriarcado. Antes de que se desarrollara lo que hoy conocemos como la identidad lesbiana ha habido mujeres (muy pocas) que decidieron prescindir de los hombres en sus vidas y forjar alianzas con otras mujeres para ser libres; alianzas que a veces incluían relaciones sexuales y que a veces seguramente no. Lo importante es que no olvidemos que la heterosexualidad es, como dice Iván Ilich, la “ortopedia conceptual” del patriarcado y que siempre han existido mujeres que han combatido con sus vidas y sus cuerpos esta normatividad.
Beatriz Gimeno.
Eso de usar la palabra ‘lesbiana’ como insulto sucede mucho, cuando una es independiente o simplemente cuando una no acepta a algún ‘pretendiente’. En cuanto a las señoras del pasado con vidas valiosas, me sorprendió mucho al leer periódicos antiguos comprobar que se les describía como ‘varoniles’ cuando lo que en realidad querían decir era: ‘fuertes’, ‘valientes’ o quizás hasta ‘pensantes’. En todo caso, a mí personalmente nunca me ha interesado saber si alguien es o no homosexual, su artículo me ha hecho notar eso. ¿Tendrá realmente alguna importancia? No lo sé.
Cierto, cuando mostramos carácter resolutivo se nos llama machorras, lesbianas…
En cuanto a la importancia o no de la sexualidad de cada persona, quizá es importante por el testimonio de normalización el decirlo, siempre que sea un acto voluntario y personal. Nadie tiene derecho a «sacar del armario» a nadie porque es un proceso evolutivo totalmente privado y personal. Un abrazo Úrsula.
Pues sí. Un abrazo también.
la primera quiero que sea mi novia
Me ha gustado mucho leer el artículo de los apuntes y sugerencias de la Memoria Histórica. Muy bien explicado…
Gracias Juan. Solo falta que nos hagan caso