Juan comenzó su ascensión a pie por la pista del monte Brazo, que le conduciría a la localidad de Bostronizo. A lo largo de su vida, había transitado por senderos de mayor dificultad y tenía una dilatada experiencia en la montaña. Pero esta vez se enfrentaba a una situación de especial dureza. Acababa de separarse de su novia, después de una larga relación de 20 años y se enfrentaba cara a cara con la soledad. Era la primera vez que hacía una ruta solo, sin la compañía de su añorada Cristina. Para Juan era un reto doloroso que debía de afrontar, para poder proseguir con su vida. Cuando coronó la cima, Juan llegó a un claro en el que se hallaba la ermita de San Román de Moroso. La belleza de la edificación rodeada de viejos robles y de misteriosas tumbas antropomórficas, le transmitió una enorme paz. Se sentó al borde de un arroyo silvestre y cerrando sus ojos, entró en un profundo estado meditativo. De pronto, oyó un fuerte chasquido de una rama y recibió un tremendo golpe en la cabeza, que le dejó inconsciente de inmediato. Cuando despertó, tenía un fuerte dolor y apenas podía abrir los ojos. Con la vista aún borrosa, vislumbró la figura de una joven con los cabellos finos y dorados, que desprendía un halo luminoso. Una tenue vocecilla le susurró mientras examinaba su cabeza:
– ¿Te encuentras bien, Juan?
Juan le respondió sorprendido:
-Me siento un poco mareado, ¿cómo sabes mi nombre?
La enigmática joven no respondió y apoyó un extraño báculo sobre la brecha que manaba sangre de su cabeza. Juan había recuperado la vista y observó con nitidez los largos cabellos adornados con flores y lazos de llamativos colores. Y su esbelta figura vestida con una túnica de fina seda blanca y una capa de esclavina azul. De uno de sus bolsillos extrajo un frasco con un extraño líquido de color azul y lo derramó sobre la herida.
-Este elixir sanará tu brecha.
El hombre notó un alivio inmediato, se tocó la cabeza y la herida había desaparecido por completo. Acercó su rostro al arroyo y se enjuagó para eliminar los restos de sangre. Cuando volvió a incorporarse la joven había desaparecido.
Juan terminó la ruta y entró a un bar en Arenas de Iguña. Le explicó al camarero lo que le había acontecido, pero éste lo miró con escepticismo.
Juan se mostró contrariado y trató de distraerse contemplando unos cuadros que colgaban de la pared con figuras de seres fantásticos. Fue pasando de uno a otro, hasta posar su mirada en el retrato de un hada rubia, con un parecido asombroso a la muchacha. El pie de la ilustración rezaba: “La Anjana”.
Juan gritó emocionado: “! ésta es la joven que me ayudó! ¿Dónde la puedo encontrar?”
El camarero le contestó visiblemente sorprendido: “Señor, es un ser mitológico de Cantabria, forma parte de nuestras leyendas fantásticas”. Los parroquianos rompieron en una risotada sardónica y continuaron charlando.
Casilda Escalante.
Fantástica.
Muchas gracias por tu opinión, Pilo Musa 🙂