Siempre he creído en el arte como poción mágica que nos trasforma. La belleza produce emoción que levanta olas de sentimiento en el alma. Para mí, el arte, si además de emoción estética, conmueve y lleva el puñetazo de levantar la conciencia, se convierte en arte total.
Amo la fotografía. Creo que la plástica que el ojo humano consigue junto con la técnica, ahora también con la tecnología, produce una cascada de sentimientos que quizá otras artes no lo consiguen tanto. La obra grafica nos cuenta el mundo de forma objetiva…aunque relativamente, porque, como bien decía el maestro Miguel Ángel García, en la magna lección que nos ha dado al mostrarnos su obra, la fotografía puede mentir y mucho. Cada ángulo, cada esquina, cada enfoque nos cuenta una visión subjetiva y parcial de la realidad que nos plasma el autor.
He visitado una exposición que acababa ya, aunque pronto irá a Madrid, de algo más que composiciones fotográficas. El autor, Miguel Ángel García, amigo y admirado ya de otras exposiciones que me produjeron emoción, de esa que se masca durante horas, ha mostrado en la Biblioteca Central de Cantabria un lento y exhaustivo trabajo, cuyo título es El gran experimento…
¿De qué experimento hablamos? Les contaré una historia del origen de todo. Lo que cuenta el ojo lucido y el trabajo exigente de Miguel Ángel nos refiere mejor que mil tratados de historia y sociología el relato de los últimos siglos de la sociedad occidental, de la que somos subsidiarias. Ustedes y yo. Hasta los que condenan a la inmigración y ponen concertinas vallando el aire, intentando contener el alarido de desesperación de los mundos que esclavizamos para labrar la sociedad capitalista que disfrutamos. Ustedes y yo.
La obra de García, comienza explicando el azúcar. Tan simple como esos granitos que añadimos al café, a los helados, a las salsas y sin el que no concebimos la alimentación. Esos granos de azúcar que han sido cosechados con sangre esclava, labrados en zafras de muerte y horror que en su paroxismo no podría ser resistido por nuestras mentes edulcoradas, con el dulce sabor de un cuento que nos contamos para obviar la verdad.
Hay personas que no quieren saber. No quieren conocer la historia porque saben que la perturbación es tan inquietante que produce un inmenso insomnio que perdurará hasta el final. Solo que hay un grave problema, no conocer la historia nos impide saber quienes somos y en que dirección caminamos y el porqué de las cosas. El acíbar de contarnos el pasado es tan necesario como el oxigeno que respiramos para ser quienes somos. Nadie es persona sin historia. Por eso debemos conocer los orígenes de la infamia donde labró su opulencia la sociedad occidental.
El negocio del azúcar era vistoso, el egoísmo de los negociantes del XVIII despertaba al darse cuenta del valor de ese dulce regalo que portaban las altas varas de la caña. Solo había un problema, el trabajo de manufacturar el producto que llenaría las vidas de gozo era terriblemente costoso. Se precisarían inversiones ingentes de dinero para hacer productivo el negocio. A los geniales inversores y empresarios del momento, se les ocurrió la idea de utilizar la fuerza humana…¿Pagando su trabajo? ¡Oh no! la cuenta de resultados se resentiría, pensaron los hombres de negocios de entonces, mesando sus luengas barbas. En la India, con su selección de castas, había una buena remesa de mano de obra. A los parias, que jamás saldrían de su misera vida, ofrecerles cuatro años de trabajo esclavo a cambio de luego percibir un escueto salario, les salía a cuenta.
Fueron los primeros esclavos que llegaron a la isla Mauricio, que visitó Miguel Ángel García, para ir al vientre de la ballena de la perversidad humana. Allí llegaron los parias hindúes. Surge un problema, cuando el Imperio Británico dominó India, las cosas se pusieron feas para los negociantes, porque, parias y todo, los hindúes, eran siervos de la corona, por tanto tenían alma, se lamentó su Graciosa Majestad. Los hindúes tienen alma, en función de que eran británicos por tanto no pueden ejercer de esclavos. Los emprendedores, grandes prebostes de la industria británica primero (luego se unieron muchos países, el nuestro, fue uno de ellos y no el menor) entonces viraron sus ojos hacia el continente africano. En él encontraron hombres fuertes, resistentes, incansables…y sin alma. Para eso, el hombre blanco, tenía sus dioses y sus intérpretes. Los africanos no tenían alma, pero sí músculos fuertes para la zafra. Y para las cadenas, los látigos y el hambre.
La trayectoria de los barcos negreros era bien precisa. Salían de los puertos ingleses, acumulaban en sus bodegas, objetos de poco valor que servían para comprar a los jefes de tribu y a cambio, estos, les proporcionaban material humano. La travesía se hacía con cientos de hombres y mujeres, hacinados, encadenados unos encima de otros. Alrededor de 250 en cada barco, viajaban hacia las costas americanas, durante más de nueve semanas. Sitúense, encadenados, sin soltarse más que unos pocos, para subir a cubierta a respirar, haciéndose las necesidades encima, con poca comida…El viaje los diezmaba, lógicamente. Si enfermaban no eran curados, porque los seguros pagaban por muerte no por enfermo, por tanto iban por la borda. Ese infierno duraba hasta llegar a puerto y venderse.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-57472954
En 1781, en uno de esos barcos, el Zong, se produjo un percance. Escaseando el agua, tras llegar a Jamaica, los tripulantes tiraron por la borda a 132 esclavos, con el fin de reclamar al seguro el material (humano, material) perdido…Los tribunales fallaron en contra de los propietarios y la sensibilidad hacia el horror se hizo más fuerte.
Cuenta Miguel Ángel de donde viene la palabra esclavo. Por cada venta, se clavaba un clavo en el árbol que presidía la transacción…Tantas ventas, tantos clavos, es clavo, quería decir que era vendido. Ahí tienen la etimología de la palabra.
Los desmanes esclavistas, el escrúpulo de cuáqueros, evangelistas y las voces humanitarias que se levantaban contra el espanto, además -y lo más importante- las nuevas teorías economicistas de Adam Smith aconsejaban abandonar esa practica cruel que repugnaba a las mentes decentes. El bueno de Adam Smith, tomo cuenta que el esclavo, al no recibir remuneración, solo castigo y miseria, no se esforzaría demasiado en su trabajo, además de no consumir. Por tanto, avisó a los que estudiaban las nuevas formas económicas: “es más rentable ofrecer remuneración al trabajador que tener esclavos” Y convenció a unos cuantos.
Corría el año 1833 y los malos vientos para la esclavitud se trasladaban de continente. Algunos esclavos tomaron cuenta que no merecía la pena vivir encadenado al trabajo y lucharon por la libertad. Escaparon, los que podían, convirtiéndose en libertos, o cimarrones. Y es ahí, donde se produce el Gran Experimento. Los gobiernos deciden poner en práctica, de manera puntual, el ensayo de liberar a los esclavos, en la isla Mauricio. El Apraavasi Ghat, es un edificio que hoy se conserva como agasajo a la libertad (esa precaria libertad del asalariado con cadenas) donde entraban los esclavos y una vez cumplimentado el tiempo y demostrado las bondades y sumisiones precisas, se salía libre.
Cuentan que tal fue la alegría de los esclavos que un grupo de policías marcharon a avisar a los libertos que se escondían en un monte cercano a Mauricio, Le Morne Brabat. Portaban tambores y llenaron con sus canticos los caminos del monte. Los cimarrones, escondidos, aterrorizados por el estruendo, se lanzaron a cientos por una de las caras del monte al mar. Perecieron todos. Así se estrenaba la libertad de los esclavos del azúcar.
La producción azucarera era de 150.000 toneladas en 1862, llegando a las 400.000 en 1949. Los mayores productores de azúcar, son en estos momentos, Brasil, del que procede el 80% de la producción (busquen identificar el azúcar con las tiranías, con los sicarios más criminales del siglo y verán como coincide) Luego van China e India. Durante años Cuba fue líder mundial de la producción azucarera.
Ahí quería llegar porque Cuba fue provincia española hasta el llorado año de 1898 dejando el reguero de grandes fortunas en nuestro país con industriales (algunas los llamamos directamente negreros) patrios que forjaron su inmensa riqueza tornando al país convertidos en benefactores de la patria chica. Como si creando colegios, hospitales, centros de acogida pudieran borrar tanta sangre africana derramada en sus barcos, en sus plantaciones y en las zafras. No miren mucho, porque tenemos regado el patrimonio patrio con esas fortunas y también con esa sangre. Hoy, a los nietos de los esclavos que labraron fortunas ingentes, les ponemos concertinas y les dejamos ahogarse en el mar. Quizá algo hallamos ganado, aunque lo dudo.
Todo esto que les cuento y mucho más, lo expone Miguel Ángel García en su obra gráfica, donde no verán, más que unas imágenes de extraordinaria belleza que nos sitúan en el mismo vértice del horror con el minimalismo de un arte total.
Las imágenes de García, sugieren, explican y muestran no lo que pasó, sino lo que los ojos sufrientes contemplaban al ser arrebatados de su hogar. Las aguas oscuras de un mar enemigo, los arboles que les servían de amparo y cárcel. Nos contemplan los ojos de las personas que llegaban a un continente sin entender el proceso al que asistían como tristes protagonistas. Su sangre regó estados, bancos, propiedades y estableció las bases de un capitalismo que nos gobierna con la dulce complacencia de la complicidad…
Porque la historia no acaba. No acaba con el final feliz del fin de la esclavitud. Ese dulce termino, a lo Disney, que nos cuenta como los “buenos” ganaron una guerra a los “malos” sureños y liberaron a los negritos. Y se acabaron los esclavos. No se lo crean.
Por cierto, hubo que indemnizar a los esclavistas, también llamados empresarios del azúcar, cuando se abolió la esclavitud. Reclamaron las perdidas al gobierno británico y se les concedió una indemnización de 20 millones de libras ¡de 1834! alrededor de unos 300.000 millones de libras actuales. El gobierno británico no tenía tanto dinero y fue la banca Rothschild quien se encargó de la financiación. Se ha terminado de amortizar en el 2015. A los esclavos no se les dio ni un penique. Sobra decirlo, pero para que conste. Ni un penique…lo que demuestra que la vida humana no vale nada, solo el dinero vale lo que cuesta.
Fueron más de quince millones de esclavos a América, antes de ser abolida la esclavitud. Los que murieron no tienen contabilidad, lógicamente. Era material descartado.
Hace casi 200 años del fin oficial de la esclavitud, pero no se engañen, sigue activa. Más que nunca. El tercer negocio más lucrativo del mundo es la trata de personas, después del narcotráfico y de armas. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) desde 2014 al 2020, más de 20.000 personas han muerto atravesando el Mediterráneo
En la actualidad han aparecido nuevas formas de explotación, que van desde la industria textil, pesquera o agrícola. Existen niños mineros o soldados por no hablar de la trata y esclavitud sexual de niñas y mujeres.
¿Quieren saber en cuantos millones de esclavos cuantifica la Organización Internacional del Trabajo en 2017? Más de cuarenta millones, 24,9 de los cuales, lo es en trabajos forzados. Una de cada cuatro víctimas de esclavitud moderna, son niños. La industria del sexo, ese que compran los hombres de bien, mantiene en régimen de esclavitud a un 99% de las mujeres prostituidas. España es el principal consumidor de prostitución de Europa y el tercero del mundo. Según la ONU, el 96% del total de víctimas de explotación son mujeres y niñas. 4,8 millones de personas son víctimas de esta explotación sexual en el mundo.
Un negocio tan rentable no puede acabar. Incluso la venta de órganos genera enorme riqueza tratándose de un recurso rápido ante la desesperación que genera una precariedad brutal.
Las imágenes y los textos que acompañan a la exposición nos cuentan la historia. Nuestra historia de privilegio económico capitalista que se cimenta sobre la sangre y el grito de dolor de millones de seres humanos. El capitalismo sigue rigiendo la sociedad mundial sin visos de acabar.
Como ironía un tanto perversa, mientras caminaba hacia la exposición, mis ojos pasearon por el largo trecho de concertinas que aún mantiene el puerto de Santander, para proteger(nos) de no se sabe bien que enemigos que pueden saltar la valla y buscar el camino de la libertad.
Hoy, ahora, el treinta de Julio del año 2022.
La exposición de Miguel Ángel García, El Gran Experimento, estará a partir del 15 de Diciembre en el Museo Nacional de Antropología, en Madrid, durará tres meses. No se la pierdan.
Maria Toca Cañedo©
Todo mi agradecimiento a Miguel Ángel, y a Nieves y a las magníficas explicaciones así como al maravilloso catalogo de la exposición de donde han salido tanto las informaciones como los datos. Me produce felicidad comprobar como la pasión por el arte y el activismo social os invaden a ambos. Gracias y seguimos.
Para vosotros los versos de Blas de Otero, toman entidad
Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
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