Cuando yo era joven varón (el milenio pasado) atravesé dos ritos iniciáticos bien distintos:
El primero consistió en sentir por primera vez el misterio de aquel mar marinero que me vio nacer, en acariciar despacio aquella mano que me deseaba, en acompañar sin pensar la muerte ante mí de un abuelo que se fue, en tomar conciencia de mi rebelde vértigo al crecer, en llorar sin odiar porque alguien ejerció su libertad de alejarse de mí ..
El segundo consistió en golpear y ser golpeado por primera vez, en presenciar el juego cruel de humillar al diferente, en llenar mi alma de alcoholes anestesiantes, en pasar empujado bajo aquellos neones rojos, en hacer de mi nariz una aspiradora, en escuchar la vanagloria de los coleccionistas de sexo sin rostro …
No miento si digo que toda la masculinidad que me rodeaba y acompañaba aplaudía y jaleaba las etapas del segundo tránsito. Ni rastro de intención alguna en compartir conmigo el primer camino, que durante mi tiempo adolescente viví solo y silencioso.
De tanto patear los paisajes bélicos de aquel segundo hombre, durante largos años me olvidé del primero. Fueron muchxs lxs que hubieron de pagar mi olvido con su sufrimiento. Yo incluido.
Por eso hace tiempo que ya no escucho, por mucho que vocee, a quien propone caminar por el liberal desierto egoico de un mandato masculino que deja un reguero de cadáveres a su paso.
Más bien al contrario, mi vocación es ahora contar la verdad del lado oscuro de esa mentira idealizada que es ser un hombre de verdad.
Por mis cojones, ya no más.
Justo Fernández
Deja un comentario