EL ÚLTIMO DÍA DE NERÓN

Hacia finales de los años 60 había muchos animales en el patio de la calle Amargura. Criábamos cochinos mansos y lozanos que puerqueaban su vida en lagaretas frescas y encaladas; gallinas colinas y cenizas, ponedoras de sabrosos huevos de yemas como mandarinas, perpetuas cotillas en las bardas del corral; conejos lujuriosos que fornicaban y parían sin freno y nos daban carne para consumir y hasta para vender.
Por diciembre llegaba la matanza. Teníamos un cochino soberbio de nombre Nerón, de ojos insondables, casi humanos, al que yo acariciaba el lomo por las tardes mientras mi tío limpiaba las conejeras y en un transistor sonaba por bulerías la voz enlatada de Agujeta el Viejo, califa de lo jondo, acompañado por Rafael de Alarcón: “Quien mal anda, mal acaba. Casita de jabonero: el que no cae, resbala. Me llama mi mare y ya sabe ella por qué me llama”. Olor a tabaco negro, a jabón de afeitar y a crepúsculo andaluz. Aquí en el sur los crepúsculos huelen siempre a corrales remotos, a campos labrantíos y a tragedia lorquiana.
El caso es que aquel día íbamos a sacrificar a Nerón. Madrugamos para llevarlo al matadero, que estaba entonces a las afueras del pueblo. El rocío arrancaba brillos mortecinos al empedrado de la calle Amargura. Nerón la pisó por primera vez, olió la libertad o quién sabe si la perdición y echó a correr calle arriba como un poseso. Se equivocó. Debió correr calle abajo, buscando el cobijo de los campos neblinosos y la complicidad de los perrillos camineros.
Los vecinos corrían tras él dando voces y maldiciendo su atrevimiento, como si escapar de la muerte fuera un crimen, pero yo lo animaba a seguir huyendo: “Ánimo, Nerón, amigo, no resbales en las piedras, no mires atrás…” Y al final de la calle volvió a equivocarse: en vez de huir hacia la sierra torció bruscamente hacia donde estaba el matadero. No lo pensó. Fue su perdición.
Si hubiera visto allá arriba las tupidas copas de los pinos, tal vez si hubiera creído con fiereza en sí mismo y en la existencia de la libertad, si los dioses le hubieran dado el don de soñar, hubiera reconocido al pronto el porte inconfundible de los parajes redentores y tal vez hubiera burlado a la fatalidad. Pero Nerón había nacido enjaulado, había crecido para ser sacrificado.
Pobre Nerón, qué común es correr hacia el matadero cuando se cree hacerlo hacia la prosperidad.
José Antonio Illanes.
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Escritor de novela, relato,poesía. Ha recibido tantos premios que nos llenaría la página, destacamos los siguientes: Premio de Novela Corta Malela Raenes. ,, Nacional de Cuentos Alzahir ,, Poetas del Mundo ,, Narrativa Ateneo de Sanlúcar. ,, Nacional de Narrativa Breve...

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