
Una de las cosas más sustanciosas de mi madurez tiene que ver con el abandono de la posición de ser mirada por los hombres con insistencia venérea.
Ser la vieja del visillo feminista es un gusto para los ojos de quien siempre ha disfrutado de la observación humana minuciosa.
Estoy desayunando con mi pareja en un bar de barrio en donde las florituras no existen y los hidratos saben a gloria.
En la mesa de al lado hay una pareja heterosexual formada por un chico y una chica con aspecto «moderno«.
El dice que va a la barra a pedir y ella le comenta que quiere una tostada grande con jamón y un café doble.
Cuando el muchacho vuelve trae ese plato para él y el desayuno de ella es una mini pieza integral con aceite y un café pequeño.
La mujer muestra un gesto de desconcierto y él sonríe mientras le señala una inexistente molla en el vientre.
En voz baja y susurrando le dice que no se «enfade».
Sin grandes alharacas comen. Ella trata de mantener una conversación y a raíz del hecho él sostiene un silencio helador, persistente y rotundo.
Y entonces recuerdo a la socióloga Eva Illouz y sus referencias sobre las estrategias masculinas para mantener el poder, cada día más sofisticadas.
Amiga, el que está contigo todo el tiempo sin sonreír, serio y circunspecto mientras tú te haces cargo de la interacción y del peso de la comodidad en la diada.
El que, al final, y como escena maestra de una obra perversa, te confunde con otra chica que hay dos mesas más allá al volver del servicio, le habla como si la conociera y se hace el despistado mientras tú observas la jugada desde lejos con estupor.
El que te hace devanarte los sesos pensando cómo se ha podido confundir si es una mujer del mismo rango de edad pero el resto de las características físicas son arbitrarias.
El que juzga tu cuerpo, por tu «bien» y te hace sentir indigna de amor.
Ese, está ejerciendo violencia.
Desde lejos observo la escena descrita como personaje en monólogo estático y quiero ser la amiga subrogada de esa chica y acercarme y decirle cómo me gusta su pelo, que es súper original y que se largue de ahí .
Que no tiene que forzar esa sonrisa de ahora, una ligera mueca de abatimiento.
Que la supuesta «discapacidad» visual de su parejo no es más que discapacidad del corazón y que no le dé más oportunidades de seguir con el juego psicológico que machaca con aparente suavidad.
Ese spleen de llegar a casa después de estar con alguien y sentirte mal.
Sin saber exactamente por qué y con la autoestima machacada.
Me mantengo en silencio evocando todas y cada una de las veces que lo viví y me quedé callada.
Las veces que hemos vivido reacciones del otro volverse indiferente en la vida de dos, de retirada afectiva y ninguneo, de tratar de hacer desaparecer a la otra persona simulando que no existe o es intercambiable.
Querría decirle desde mi silencio:
Hay relaciones que son un contrato con firma hacia tu propia devaluación y humillación.
No confundas, amiga, lo que no se puede alcanzar con lo que merece ser alcanzado.
Y le doy un abrazo con mis ojos, mientras engullo los siete churros.
Esos que en otras décadas no me comí.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
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