En la piscina, en las calles, en las camas.

En una piscina cualquiera, a mi lado, una pareja de hombres ha colocado sus hamacas dos días seguidos.
Observo cómo uno de ellos está todo el rato atendiendo el móvil. No habla, no mira, no responde.
Desliza su dedo en apps de ligue delante del otro, tan cerca de mi costado que lo puedo ver.
Mantiene un gesto torvo y un mutismo feroz del que sólo sale para mirar alrededor.
Su compañero se queda en la orilla con una tristeza imposible de disimular, intentando iniciar conversación, manteniéndose cerca, buscando algo de respuesta y reciprocidad.
Muestra un vaivén de gestos conectores con la sonrisa, el cuerpo, las manos, que casi me impulsan a acercarme y ofrecer algo de conversación impotente o solidaria.
Lo observo y me duele.
Muchas hemos estado ahí.
Sé y me acuerdo, lo que es mirar a alguien que no te mira de vuelta.
Sé lo que es hablar, contar algo divertido y recibir silencio.Y también sé lo que es convencerte de que eso no es tan grave.
Durante años normalicé esa forma de violencia psíquica: la que no deja marcas visibles, pero va erosionando la autoestima, la percepción de la realidad y el sentido de merecer amor.
Ocurrió con hombres muy hábiles en seducir, deslumbrar, pero absolutamente desconectados del impacto emocional de sus actos.
Cuando ya estaban seguros de mi entrega, comenzaba el castigo sutil.
La frialdad. La ausencia emocional. El desinterés exhibido como si fuera natural.
El problema es que lo normalicé.
Como tantas otras. Pensé que “necesitaban su espacio”, que yo “era muy intensa”, que tal vez “pedía demasiado”.
Y en esa lógica perversa, me fui haciendo pequeñita.
Silenciando el malestar, la incomodidad, la desazón. Dando explicaciones. Intentando “ganarme” su mirada otra vez. Y con el pensamiento colonizado y lleno de preguntas.
El sobreanálisis tratando de razonar lo inexplicable. ¿Por qué hace eso?.  ¿Por qué comienza a mirar a todas las mujeres que pasan por el bar mientras yo le hablo?. ¿Por qué lo niega?
Pasaron décadas hasta ponerle nombre a la violencia psíquica, emocional, esa profundamente desorganizadora.
Esa que no grita, no golpea físicamente, sino que manipula tu percepción, te hace dudar de lo que ves, de lo que sientes, te entrena a tolerar el vacío como si fuera amor y te convierte de Diosa a Mendiga en tres meses.
En esta forma de abuso relacional (ley del hielo, comunicación hostil) se utiliza el silencio, la desviación de la mirada cuando el otro se comunica, como arma para castigar, controlar, generar inseguridad. No hay diálogo, no hay cuidado, no hay posibilidad de reparación. Solo la ausencia sostenida.
Y esa indiferencia, lejos de ser neutra, es profundamente activa. Es una forma de ejercer poder.
Y desde una mirada feminista y activista, es urgente decirlo: el maltrato no es solo físico, y no ocurre solo en parejas heterosexuales.
La violencia psíquica está en todos los vínculos donde se manipula, se castiga, se silencia o se anula al otro.
Está en la pareja que no te habla pero no te deja ir.
En quien te compara, te ignora y te hace sentir que exageras si lo nombras. En quien se queda, pero emocionalmente se ha ido hace tiempo.
No estamos locas o locos por necesitar contacto. No somos débiles por querer ser vistas. No hay nada de malo en anhelar una relación donde exista palabra, presencia, escucha y responsabilidad afectiva de ida y vuelta.
A veces, lo más revolucionario es dejar de rogar amor donde solo hay silencio.
No hay afecto construido desde la indiferencia. Se arma desde el vínculo. Y para que haya vínculo, tiene que haber alguien al otro lado.
Miro al hombre de la orilla, canoso, triste, guapo, de ojos expectantes frente al vacío ajeno y siento ganas de gritar:
– ¡Corre! .¡Corre! . Lejoooos.
Todo lo lejos que te permita tu dignidad.
Que la maldad de «bajo» impacto existe.
Que el mal amor no te confunda.
Que no soy nadie para decirte nada.
Que sólo quiero ahorrarte sufrimiento, prepotente yo, ilusa de mí.
Que no merece tu atención.
Que si solo sabe psicopatear, no es tu responsabilidad repararlo.
Que lo siento.
Por si sirve, ay.
María Sabroso.
Sobre María Sabroso 172 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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