Nadie puede saber ahora lo que pasará cuando esto acabe, si seremos capaces de construir una sociedad mejor o no. Si no lo hacemos ahora tenemos que saber que las mismas cuestiones que se han planteado en esta crisis se volverán a plantear muy pronto, quizá en otoño, quizá el año que viene. Tendremos que cambiar ahora o más adelante y aun no está escrito hacía dónde vamos a cambiar. O salimos con más justicia social o con autoritarismo, recorte de derechos y directos al colapso global. Será ahora o luego, pero tendrá que ser.
Por ahora asusta un poco ver que la manera en que muchos países, muchos gobiernos, muchos partidos políticos, se están enfrentando a este problema como un problema local, ignorando que estamos ante un problema global que tiene que cambiar la manera en que funcionamos como sociedad. Podemos tratarlo como tal ahora o luego, pero lo tendremos que hacer. Es aterrador comprobar de qué manera la oposición se empeña en sacar réditos políticos de la situación, pero desanima también ver muchos gobiernos de países poderosos están en manos de personas incapaces de comprender lo que está pasando. Porque vendrán más pandemias en el futuro, los epidemiólogos lo tienen claro. Una de las razones de que esto ocurra es la destrucción de los ecosistemas y el calentamiento global. También parece claro que la contaminación aumenta la mortalidad y es un importante factor de riesgo. La pregunta es: ¿van los gobiernos, todos, a parar esta destrucción después de que lo peor del coronavirus haya pasado? ¿Van a ocuparse de la contaminación ambiental en serio? Pues parece que no…por ahora. No deberíamos olvidar que este virus, con todo el horror que nos ha traído, en realidad tiene tasas de mortalidad muy bajas. Imaginen un virus con tasas de mortalidad altas. Si eso pasara, visto lo visto, podríamos vernos en dos días sumidos en una especie de barbarie medieval. Toda nuestra arrogancia como sociedad ha durado lo que ha tardado un virus no muy letal en hacer su aparición.
Asusta también mucho comprobar el nulo sentido ético de algunos partidos políticos. Sorprende y asusta no sólo la cantidad de bulos que algunos de estos partidos de derechas lanzan o reproducen con el único objetivo de embarrar lo más posible, sino la cantidad de gente dispuesta a creérselos y la cantidad de medios de comunicación dispuestos a expandir dichos bulos y a mentir con tal de lograr sus objetivos políticos. Pero si los bulos se expanden es porque hay mucha gente dispuesta a creer cualquier cosa, incluso aunque sea contraintuitiva. Ahora está más claro que nunca que la calidad y la independencia de los medios de comunicación así como el sentido crítico de una ciudadanía formada son fundamentales en una democracia. Visto lo visto, está claro que las democracias actuales han hecho dejación de la función de formar críticamente a la ciudadanía. Es obvio que dicha formación crítica perjudicaría a quienes crecen políticamente con los bulos y que son siempre los principales interesados en mantener altos niveles de ignorancia. Visto lo que estamos leyendo y escuchando estos días, la barbarie está a un paso y nuestras tecnológicas sociedades son de una fragilidad pasmosa. En el futuro habrá que entender que sin cultura y espíritu crítico la democracia se empequeñece.
La aparición de este virus ha servido para desmontar mitos que se han instalado aquí de manera interesada pero sin base. No tenemos la mejor sanidad del mundo, eso hace mucho que dejó de ser cierto. Si la comparamos con los países ricos europeos salimos perdiendo en las comparativas, en número de camas y de profesionales; en estos años de recortes hemos perdido miles de unas y otros/as. Lo sorprendente es que ahora la derecha ya no dice que los recortes eran necesarios; tampoco dicen que el servicio se presta igual con la sanidad privada, como afirmaban antes. Ahora, visto lo visto, simplemente mienten sin pudor y aseguran, contra todos los datos, que no se ha recortado. Porque lo que esta pandemia ha puesto de manifiesto es que sin una sanidad pública fuerte estamos completamente inermes ante un desafío de estas características. Y vendrán otras pandemias, repito, y nos cogerán otra vez desnudos. ¿Cuánto vamos a poder aguantar sin afrontar los cambios necesarios? Pablo Casado ya ha dicho que de aumentar el presupuesto de la sanidad nada de nada. Van a seguir haciendo batalla de la privatización y los recortes. En otoño puede haber un rebrote, el año que viene, o el siguiente, pueden llegar otros virus…
Asusta, y mucho, ver qué sistema hemos construido para las personas mayores. Esas que vamos a ser todas y todos. ¿Queremos morir en esas residencias que se convierten en mataderos con tanta facilidad? Porque esto tampoco es de ahora, viene de lejos. Hay partidos políticos mucho más culpables, pero en esta cuestión no deberíamos hacernos trampas. Esta es una sociedad que no ha dado esa batalla de la misma manera que sí ha dado otras, porque le importan poco sus viejos. Este es un triunfo absoluto del imaginario neoliberal en el que quien ya no es productivo resulta orillado y escondido, no merece recursos, no merece atención ni tiempo. Y, además, es que no hay tiempo real para dedicarles en las familias, y tampoco, aunque quisieran, disponen de los recursos necesarios. Y ese mismo relato y esas políticas sociales y económicas nos empujan a pensarnos como autónomos e invulnerables y a despreciar, por tanto, el trabajo de cuidados. El trabajo de cuidados no se entiende como un derecho de las personas y una obligación social, sino que entiende como un privilegio para quien pueda pagarlo, y como una especie de ayuda de pura subsistencia para la mayoría…o como un trabajo que hacen las mujeres de manera no remunerada, sobrecargándose ellas de trabajo. Que hayamos aprendido a no pensar en que todos y todas vamos a ser viejas, enfermos, dependientes…no quiere decir que esas circunstancias vitales hayan dejado de existir. Podíamos no verlo, pero la crisis de los cuidados viene de lejos. La pandemia lo que ha hecho es poner ante nuestros ojos que sin ese cuidado no sobrevivimos cuando ocurre una contingencia de este calibre. ¿En qué momento vamos a estar dispuestos a repensar este sistema?
Y vendrán otras pandemias o llegará por fin la vacuna para esta y nos encontraremos con un sistema económico que obliga a pujar en una subasta mundial por la tecnología o por las vacunas que pueden salvar vidas. No es el gobierno español el que lo ha hecho mal, ni siquiera el de Madrid. Todo el mundo se ha dado de bruces con lo que ocurre en el capitalismo cuando un bien se convierte en necesario, que se encarece y se convierte en objeto de especulación. Si necesitamos alguna otra vez material sanitario que no tenemos más vale que pensemos en que deberíamos producirlo o en que deberíamos someter al mercado mundial a ciertas reglas que permitan que entre la vida y el capital, la vida tenga alguna posibilidad.
Porque, además, en realidad, el conflicto capital/vida que esta crisis ha puesto dolorosamente de manifiesto, sólo se puede dar en cierto nivel más allá del cual no hay conflicto; sin vida no hay nada, tampoco beneficio. La economía, incluso esta economía financiarizada, necesita gente sana que trabaje y que pueda satisfacer sus necesidades (en un sentido amplio). Y sin embargo, ahí seguimos alimentando el conflicto y resolviéndolo siempre a favor del capital, en la fantasía de que esto puede seguir eternamente, ignorando que el límite está cada vez más cerca. Claro que todos los gobiernos han cometido errores. Porque es verdad que cerrar la economía es una decisión difícil, pero lo es porque vivimos sobre una economía insostenible que da lugar a una sociedad insostenible que no resiste un mes de parón. Si tuviéramos una economía con un sistema impositivo mínimamente justo la sanidad y los servicios sociales estarían preparados para una contingencia como esta, los bienes imprescindibles serían accesibles y el estado habría tejido una red de recursos suficiente para que nadie se quedara fuera en una situación de crisis. En esas condiciones, lo normal sería que la mayoría de las personas, de las familias, y de las empresas pudieran parar un mes o dos sin que se hunda el mundo que conocemos. Pero nos hemos acostumbrado a vivir económicamente en el filo de la navaja de la pura subsistencia para la mayoría a costa de inmensos beneficios para una minoría. Vivimos en un mercado de trabajo de tal temporalidad y precariedad, la mayoría de la gente vive tan al día, que si un mes no cobra, corre el riesgo de hundirse en la pobreza. Y eso no es una sociedad, sino un sistema de «sálvese quien pueda» en el que, al final, no se salvará nadie. Hemos mantenido un sistema que sirve para hacer a los ricos más ricos a costa de lo común, de lo que es de todos y todas. Los relatos ficticios que ha construido el neoliberalismo sirven para engañar y esconder la realidad, para que sigamos pedaleando como un hámster en una rueda y confundiendo ese pedaleo con la vida. Pero eso deja de funcionar cuando nos vemos literalmente al borde del abismo.
Los políticos que hablan ahora de poner la vida en el centro de las políticas nos acercan un poco a lo que tiene que ser el futuro, o no habrá futuro. Si no ponemos la vida en el centro de la política, si no entendemos qué significa eso, es posible que llegue un momento en que no haya ya espacio para la política, no habrá espacio no siquiera para que la CEOE amenace a nadie. El colapso mundial habrá que afrontarlo protegiendo y fortaleciendo lo público y lo común. No aquí, sino en todo el mundo. La cuestión no es si vamos a cambiar de rumbo, sino en qué momento vamos a hacerlo y a qué coste.
Beatriz Gimeno
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