Las enredaderas son manos
verdes que reclaman una dádiva del cielo
recogiendo azules brisas
que las mecen entre nanas susurrantes.
Esas manos acarician recovecos
encumbrándose en sus muros,
recorriendo y sujetándose a la vida
enlazadas a una espera interminable.
Y son piel que cubre el tiempo amurallado
entre grietas centenarias,
el error que se renueva en otra hoja.
Son manos verdes que, codiciosas,
se hacen dueñas de la lluvia que sostienen
sus raíces, trepadoras o rastreras.
Y son miedo que comprime,
son miseria, son venganza, son mentira
son traición agazapada,
que, sedientas y ambiciosas,
buscan guerras.
Cualquier guerra.
Tantas guerras… Demasiadas.
A veces, son la paz que se enraíza,
verdes muestras silenciosas,
son humanos que, sumisos,
se hacen fuertes en silencios,
creen y crecen recorriendo
cada espacio… de esperanza.
Y son libres y atrapadas,
no se mueven de su celda, de su muro,
siempre reas, vegetando,
con espada o mascarilla,
como ahora, como siempre.
Eso somos,
la sencilla enredadera,
aun agónicos, aun corderos,
aun sistema, aun consumo,
aun papel de baño,
marchito o verde,
inservible para el alma.
Y no aprendemos ni podemos,
ni queremos, ni nos dejan.
Eso somos, eso somos, eso somos,
un adorno para un dueño que votamos
y que poda, sí o sí, nuestros ensueños
porque somos una simple enredadera.
Poema y fotografía, ©Ángeles Sánchez Gandarillas
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