Irremisiblemente cambiamos de época. No soy dada a mayores añoranzas, me motiva más la intriga de lo que viene que el pasado apurado hasta el límite. Quizá sea por el convencimiento de haber vivido intensamente los sucesos que me tocaron en suerte o desgracia, no haberme perdido mucho puesto que tengo a gala sumergirme hasta el corvejón en pasiones, deseos o rechazos, por eso no soy nostálgica. Pero se acaba algo que fue y no puedo menos que sentir un leve soplo de añoranza.
La muerte de Almudena Grandes nos dejó huérfanas de referente literario. Claro que hay más, anteriores y posteriores, pero ese es el problema. Almudena era contemporánea no solo en edad sino en vivencias. Cuando acabó la dictadura, en los siguientes años se anduvo con titubeos evanescentes al ignorar por donde giraría la rueda social. Al principio nos envolvió el afán de lucha, de cambio, de permeabilizar la sociedad democratizándola, las calles hervían y nosotras con ellas, pura incertidumbre y desacato con el pasado. Con el triunfo socialista el relajo fue amplio. Ya teníamos lo buscado (pobres inocentes que éramos) Podíamos dedicarnos a vivir. Olvidamos por un rato la cosa política y se la dejamos a ellos. Y llegó el regocijo.
Lugares de música en vivo, antros de malas costumbres y humo donde la lujuria se daba cita con siniestros personajes que al amanecer se disolvían entre la niebla del resplandor de un sol que no era bienvenido. Bares, disco pubs, donde componíamos el rímel corrido por las risas o por una lagrima desengañada que se escapaba, liviana y evanescente. Con los labios encabritados de carmín rojo sangre y pasiones salvajes que afloraban bajo la bóveda luminosa de una lámpara de cuadriculas y la música ochentera que nos obnubilaba.
Lecturas voraces en casa, a escondidas de los amigos porque la diversión, el pecado, la subversión ante lo establecido, era la norma. Escapadas con amigo fiel a conciertos de clásica o a operas…también de forma clandestina porque casaba mal degustar a las cuatro de la mañana la frivolidad, a las seis a Gloria Gaynor o Depeche y a las nueve de la noche a La Traviata. Pero se acudía a todo. Porque se trataba de vivir, de comerse la vida a grandes tarascadas saltando sobre cualquier convencionalismo. Era viejo lo de pocos meses atrás. El pelo se encrespaba, los ojos se pintaban con humo mientras las bocas se agrandaban a base de carmines que simulaban bocados de sangre.
Almudena era eso y era todo. El sexo libre, la disfunción social elevada a norma. Su Lulú, incluso su Malena nos identificó con mujeres marginales y autosuficientes. Los Secretos nos contaban que era triste bajarse de cada escenario y volverse normal y Serrat, que ya llevaba cuerda, nos seguía enamorando con las pequeñas cosas que pasaban en el Mediterráneo y entendimos que el amarillo como la gemista era muy difícil de imaginar.
No sé a cuantos conciertos de Serrat fui. Sí recuerdo uno especial porque nada más empezar el cielo santanderino de una noche de Agosto se abrió para dar salida a la tormenta, la lluvia y un galernazo que nos acojonó en la arena del coso de Cuatro Caminos.
Estábamos calentando con las primeras canciones, cuando comenzaron las gotas a filtrarse por el vestido liviano que dejaba al descubierto un cuerpo aun no desmadrado por el tiempo. Daba igual. Aunque me hubiera quedado desnuda. Daba igual. Algunas –las y los menos fieles- salieron corriendo. Ni yo ni quien abrazaba mi hombro abandonamos. Ni cientos más. Nos arrejuntamos cerca del escenario mientras él, desde arriba, nos gritaba: “Id a casa, que os pasará como a Don Guido…que moriréis de una pulmonía” El rugido de un “noooooo” rotundo quedó prendido del aire húmedo de la ya tromba de agua que nos empapaba.
Alguien caritativo nos trajo toallas que pusimos sobre las cabezas y pronto quedaron tan empapadas que tuvimos que retorcerlas para intentar que amortiguaran el tormentón que nos caía sin pausa ni piedad. Nos subimos a las sillas porque el barro sumergía nuestros pies peligrosamente con riesgo de quedarnos atrapadas para siempre en la arena del coso taurino.
El equipo de sonido se desconectó. Los músicos salieron del escenario en franca huida ante el temor de electrocutarse. A Joan le llegó la guitarra que siempre andaba cerca acogiéndola con amor de amante entre sus brazos y pasamos dos horas inolvidables en un acústico con los coros magníficos que nos hizo la lluvia, los truenos y los relámpagos…Nosotras/os, los y las fieles a su lado, coreando, temblando de emociones tan vivas que nos contraían la piel en cada estrofa. Abrazada al amor o al amigo, entonces eran confusas las divisiones y los quereres, sentíamos nacer la vida bajo los pies. Éramos jóvenes, hermosas como solo la primavera vital puede serlo. Sentíamos como vulnerables y disfrutábamos como los recién rescatados de una isla desierta. A cojetones y sin pensar…Como si la juventud fuera un estado tangencial y no una breve (brevísima) pausa dulce y acaramelada fracción corta de tiempo.
Al salir del concierto el vestido se había secado y mojado varias veces, el pelo fue peinado hacia atrás estrenando una moda que hizo época. El bronceado decoraba y la luz que salía de una sonrisa enamorada embriagaba la fisonomía de una mujer que había vibrado durante horas escuchando a su ídolo.
Almudena ha muerto. Serrat se retira. Y con ellos se nos ha ido la juventud. A buenas horas me percato, pensaréis. No quiero mirar más de lo necesario la escandalosa fecha que está grabada en el DNI porque no la siento mía y me sigue apasionando el porvenir, que si bien lo auguramos apocalíptico, me intriga y motiva como el de cuarenta años atrás cuando era una niña expectante y curiosa. Con el mismo ímpetu pero con el paso más vacilante, os lo concedo, me entrego a las madrugadas cuando al abrir los ojos me encuentro con una soledad elegida y bien estructurada y me digo que aún espero milagros como aquel concierto cuando amar era sacramento, el sexo era delirio habitual y las emociones nos embargaban traspasando cualquier esquina o cualquier bar emponzoñado de colillas y de pisadas húmedas.
Me intriga el futuro más de lo que la añoranza por lo vivido me pueda condicionar. Me abruman las ganas de vivir más y más cosas para luego contarlas después de cribadas por las emociones y el sentimiento. Por eso la sensación de abandono me (nos) invade ante las deserciones de Almudena y ahora de Serrat.
No me toméis por tonta. Claro que soy consciente que atravieso a paso ligero, casi militar, el último tramo de vida. Las tres cuartas partes han sido expurgadas con delectación y hambre. Queda el epilogo. Me hubiera apetecido que en él estuvieran ellos y ellas. Los que me amaron, a los que amé. Incluso más, los y las que me hicieron sentir y ser lo que soy, como El Noi y la Almudena. Entre tantos pero ellos/as más.
Será triste la vida sin saber que en cualquier momento un disco o una novela nueva me tornarían a la juventud, al olor a hierba mojada de un concierto al aire libre, o el aroma que desprenden los cuerpos bañados en pasión, o el sabor de un beso deseado que pudiera estar mojado con whisky añejo o tamizado por el humo de un cigarro recién apagado. Porque entonces daba igual todo. Besábamos y amábamos a toda hora y en cualquier lugar.
Aunque viví todo con la intensidad de una loca emocional siento ahora que no fue bastante, que debí reír más, también llorar más, que aunque besé con la luz encendida de pasión irrefrenable, debí hacerlo más y más fuerte. Debí sumergirme mucho más porque fue tan bonito que siento no haber apurado hasta el último minuto de aquella vida que hoy son recuerdos.
Si me preguntan, respondo siempre: “no dejes nada, no obvies nada. Sumérgete hasta el fondo en el arenal del sentir porque eso es la vida” Creo que lo hice, pero quisiera más. Otra o varias vidas para volver a sentir, amar, besar, disfrutar y también llorar. Como entonces. Como lo que éramos y como lo que va desapareciendo irremisiblemente.
María Toca Cañedo©
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