Llevamos escuchando la frase: “es de los nuestros/as” durante tiempo. Sirve siempre como defensa de algo disoluto, de algún fiasco reconocible y reconocido, que con la sentencia: “de los nuestros” conduce a una defensa numantina, si no de la inocencia (por imposible, casi siempre) sí a una disculpa atroz y falaz de todo elemento de disensión. Consigna que en boca de un mafioso de película negra, cobra sentido, lo pierde, en cambio, cuando se refiere a una sociedad democrática . “Es de las nuestras”, vociferaba Cospedal como la patrona de tutti il mondo pepero, acto seguido a un minuto y medio de cerrado aplauso que coreaba y saneaba a la maltrecha Cristina Cifuentes, dándole una capa de vaselina para lo que, supuesta y esperadamente, se le aproxima. Cierto es que no hay recambio en Madrid, para un partido en descomposición como el PP, o apuestan por ella o la nada les espera, quizá por eso le dedican esa defensa numantina; la frase suena como huida hacia delante. Sospechamos que pronto, doña Cristina será: “esa persona de la que usted me habla” Como si no lo hubiéramos presenciado ya tantas veces lo que precede a la muerte política de los desafectos. Y Cifuentes huele a muerta. Con los ojos vidriosos de santa admiración por el martiriologio de la santa tramposa hacen piña sus comapañeros, como antes lo hicieron con Barberá, Camps, Barcenas y tantos: Es de los nuestros. De tanto decirlo, vemos normal esas palabras en boca de una derecha mafiosa y olvidadiza. Es de «los nuestros» esgrimieron también socialistas de corazón ante los indicios y luego cataclismo de la guerra sucia o de las corruptelas partidarias, sin darse (nos) cuenta de que así se caminaba al despeño que ahora se lamenta. Hay una frase magnífica que hoy nos recordaba mi admirado Juan Peris, puesta en boca de Pepe Mújica que define bien lo que quiero explicar:
“Si a la izquierda le toca perder terreno, que lo pierda y aprenda, porque tendrá que volver a empezar”
Lo que preocupa (me) de forma dura y porque no decirlo, triste, es que esa vieja costumbre de mantenella y no enmendalla, ha calado ¡ y cómo! en la izquierda regeneracionista. Son incontables las trifulcas en las que me he visto por hacer de Pepito Grillo ante lo inevitable.
Defender a machamartillo los gobiernos de América Latina, independientemente de la torva suciedad en que se ven implicados, viene siendo norma en una izquierda maniquea que utiliza el «los nuestros» como base a cualquier dispendio de la honradez. Como ejemplo citaré, al consabido de Venezuela, pero también Ecuador, Bolivia, Argentina y más recientemente Brasil. Soy consciente que no haré amigos con este artículo, pero déjenme hacerles la reflexión sin prejuzgar aun. Sí, es cierto, que los gobiernos progresistas de los países citados, han procurado bienestar a las clases más desfavorecidas, solo faltaría, oiga. No tanto si analizamos los datos al calor de la independencia y no sesgadas por ideología. Conceder ayudas puntuales, mientras los medios de producción siguen en manos del capital (el mismo, siempre el mismo) más que ayuda es tirita a una gangrena extendida, que dura poco y no profundiza. Esos llamados gobiernos progresistas, han supuesto un avance innegable a las clases populares, pero sin profundidad. No se ha invertido, o ha sido escaso, en cultura y educación, que es lo que crea cimientos verdaderos de libertad en un pueblo, que siendo culto jamás podrá ser esclavizado. No se han realizado esfuerzos verdaderos por eliminar privilegios de los poderosos (los de verdad, no la burguesía enriquecida de a poco) No se ha independizado la justicia. No se ha luchado por una sanidad y educación gratuita y de calidad, por no hablar de los derechos de la mujer que siguen siendo pisoteados en casi todas las sociedades latinas, con abortos ilegales y la ideología más rancia de una Iglesia Católica que apoya la familia tradicional y hace la vista gorda sobre violaciones, violencia, abusos.
Mera cosmética social, diría que han hecho los sucesivos gobiernos progresistas. El viejo dicho de Lampedusa: cambiemos algo para que todo siga igual, ha sido axioma. Todo ello, constreñido por una corrupción tan alta, sino más, a la de los gobiernos de derechas. Me dirán que no han sido dictadores, que han convocado elecciones y se han retirado cuando tocaba , incluso han sido procesados. Sí, reitero lo dicho antes: solo faltaba… Con sus desfalcos han dado pábulo al escepticismo que hace ver a un pueblo desalentado que todos los políticos son iguales, que todos roban y que el pueblo siempre queda debajo de un poder intocable.
Confesemos que las estructuras jamás se han tocado, lo que sí ha ocurrido es que líderes populares adorados por un esperanzado pueblo han salido del poder con las cuentas corrientes llenas y con una nube de influencias muy densa. Las caras conferencias de Lula por el mundo, lo certifican, además de su patrimonio engoradado. Las logorreicas apariciones de una Kirchner enfangada hasta el tuétano, y un Correa mesiánico y paranoico, dan testimonio de lo que digo.
Pero… “son de los nuestros” ¿Vamos a apoyar de forma pasiva a los Timer, Macri de cada país? me espetan con rabia compañeros ideologicos. No. Jamás. Soy consciente de la dificultad que entraña denunciar y hacer critica de “los nuestros” pero estoy convencida de que es imprescindible y hay que volver a empezar, tal como dice Mújica, lo hacemos y ya. Debiéramos llevar grabado en nuestro ADN la capacidad para erradicar al primer envite cualquier desafuero de “los nuestros” solo así evitaríamos el desastre de escuchar con la boca prieta, como el pueblo torna sus ojos al que le sojuzga por el único motivo de la decepción, de comprobar que nada cambia más que un tibio barniz que lleva al sonrojo.
Es cierto que el poder económico mundial compra voluntades, medios y difama sin pudor. Cierto, en parte, porque ni el pueblo es tonto, ni hoy sería posible extender los infundios si no fueran reales. Viajamos, casi todos con un móvil en la mano, vemos las sociedades como avanzan o retroceden. No nos creamos tan alienados. No lo somos. Por tanto, la defensa numantina de “los nuestros” nos equipara con esa derecha mafiosa y espuria que solo pretende mantener el poder por intereses no confesables. Y debemos ser diferentes. Nos jugamos mucho con ello.
Solo dentro del cuestionamiento constante, de una crítica demoledora ante cualquier desmán, con una militancia abierta, autogestionaria, sin liderazgos endiosados avanzaremos en la sociedad más igualitaria. En esto tendríamos mucho que decir de nuestro país. Cuantas frustraciones se hubieran evitado si la critica hubiera sido contundente con los nuestros, sin dejarlos campar por sus fueros como los capos de la sociedad.
Todos los caídos en desgracia, claman con voz estentórea por su inocencia. Son y se sienten parte celular de ese pueblo al que han robado, sin mucho escrúpulo pasando el testigo a las masas para su defensa. Grandes populistas que mueven las vísceras emocionales y maniqueas de un pueblo demasiado acostumbrado al gregarismo y a dejar en manos de sancrosanto líder la capacidad de decidir sobre el futuro.
Es doloroso bajar del púlpito al que subimos con fe y esperanza a los nuevos Mesías. Lo sé porque lo tuve que hacer en diversas ocasiones, y cuesta. Mucho. Cuesta dolor, amigos, y lágrimas de rabia, comprobar una y otra vez que esa apuesta ha fallado, que ese personaje que nos arrebató sale del poder con cifras millonarias en sus cuentas, que ha cobrado comisiones de las grandes entidades financieras o de los consorcios…ha dictado leyes maniqueas e injustas a sabiendas que beneficiaba a un poder oculto. Claro que repartían casitas, que a poco se caían desvaídas, o daban trabajos momentáneos que solucionaban lo perentorio, creaban un clientelismo a base de prebendas urgentes, que nada arreglaban pero acallaban la crítica. En el manual del buen populista siempre está latente una bonhomía interesada como forma de recabar adeptos y acólitos, lo saben todos los dictadores y hasta Pablo Escobar.
Negar la mayor de “los nuestros” enmascara un miedo lícito, pero no justo. Defender lo indefendible para evitar males mayores, jamás resulta. Quedamos enfangadas del lodo que impregna al corrupto de turno para siempre jamás y les otorgamos la confianza de que todo vale, de que les perdonamos sus «pecadillos» a cambio de buenas palabras y de algún fleco que nos caiga cerca. Luego no nos quejemos del abandono del pueblo a la izquierda, del poder popular y de las ideologías liberadoras y su entrega a los de siempre. Ya que nos roban todos, demos el poder a los ricos, que los conocemos, se dicen, mientras nosotras lloramos como memas lo que no supimos defender como revolucionarias sociales.
María Toca
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