Estar caracol

Esta mañana desayunando en mi bar favorito me descubrí fijando la vista en un hombre muy mayor que parecía abstraído; pero abstraído a unos niveles tales que he llegado a pensar que el estado catatónico le atenazaba.

Al ponerle el desayuno en la mesa he ido viendo como len-ta-men-te agarraba la tostada, el café con las manos temblorosas, el aceite con todo el primor.

Todo él era un elogio de la lentitud. Tengo la fuerte sensación en ese momento de que uno es abuelo no por tener nietos, sino cuando te tiembla la mano o el mentón al tomar algo.
Él era abuelo.

Volvía a mirar al vacío, a la nada o al todo de un camino atrás y yo le seguía acompañando en su ensoñación.

Lentamente también se levantó y cogió su bastón, tardando una eternidad en llegar a la puerta y quitar la correa a un perro que estaba atado cerca y que ladraba con desespero.

Me di cuenta al observarlo de que yo calmaba mi natural inquietud y me iba enlenteciendo con él.
Me di cuenta de que, tal vez, ser viejo o vieja es tener un espacio de recuerdos mucho mayor que el de lo que está por venir y de ahí su capacidad de ensimismamiento.
Tenía mucho más tramo para recordar que vivencias por esperar.

Me di cuenta de que si la vejez es mundodespacio, mejor voy aprendiendo ya.

Me di cuenta de que me hace falta el ritmo caracol y la conciencia de lo mínimo.
La taza, el aceite de oro, un pan, el perro que te espera.

María Sabroso.

Sobre María Sabroso 130 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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