
Mujer mantinea. Sueño y realidad unidos
A las coordinadoras de Coeducación de los institutos y colegios de Andalucía
Me fui volviendo oído y al volverme para mirar nadie me escuchaba. Sin recinto sonoro me adentré en el silencio (…) Había dado por sabido que el escribir es cosa de unos pocos hombres, a no ser que haya una escritura de oído a oído.
[…]
Ahora me veo así tal como era, una presencia casi pura para todo el que venía a buscarme. (…) era algo que de mí se desprendía mientras yo quedaba detrás y encerrada en mi oscuridad de herida, tal el manantial en quien todos beben y se refrescan y se vuelven puros y blandos. Y nadie entra en la hondura de donde mana la linfa oculta del manantial.
[…]
Y yo había pasado por la vida tan solo de paso, lejana de mí misma. De la perdidiza venía las palabras que todos bebían.
Diotima de Mantinea
NO fue invitada Diotima al Symposium
NO la esperaban los comensales en El Banquete de Platón
Era una MUJER
Extranjera de las bellas palabras, de las clases de retórica, del símil. Vivía de oído a oído. Ágrafa.
— Lo sé de escucharlo, decía mi madre—
NO tenía un discurso hilado, porque el Amor tal como ella lo entendía, no era discurso.
Sin embargo, tenía AGUA, era agua. Estaba en la fuente y se acercaban a escucharla, a que le hablara a cada uno de ellos, Y ella, la que no sabía escribir, se ponía en el lugar de cada uno, dejaba su lugar en el manantial, su sitio (porque un ser humano ha de estar agarrado a un lugar).
No sabía escribir, pero sabía escuchar. Escuchar hasta quedarse seca y eso que ella era AGUA. Escuchar hasta agotarse con los pesares de los demás, era una sacerdotisa, dicen. No era digna de ser convidada al banquete de los hombres letrados, pero sí se le concedía ese don de ser adivina, intermediaria, pitonisa; extraña, al fin, diferente a las demás. Un don puesto al servicio de los otros, de los que no entran en su hondura.
Fue una extranjera de las bellas palabras, una desterrada de las letras en su propia tierra, una mujer excluida del espacio público. Un día llegó a su fuente un hombre que le prestó atención a su hondura. Alguien que para avanzar en el saber preguntaba. Un hombre que no secó la fuente de Diotima, un sabio que no escribía sus pensamientos, pero que sí era invitado a los diálogos de Platón. Sócrates la escuchó hablar de la belleza como esencia del mundo, de la transcendencia que en sí contiene lo amoroso, del amor como mediador entre lo divino y lo humano y entre lo humano y lo divino, que entre ambos mundos mediaba la pitonisa. Escuchándola entendió que la vida brota de la herida del Amor. Ella, al sentirse escuchada, le contaba que no podía ser amada mientras estaba aprendiendo del amor y que tampoco ella misma podía amar. Y estas y más palabras que iban de oído a oído las escuchó Sócrates y no se las apropió; le dio voz a la sacerdotisa porque en su nombre habló. Y, a pesar de ser una mujer mantinea no aparece en la Historia, dudan de su existencia, dicen que Sócrates la soñó o que Platón la tomó como mito o…Si acaso, algunos historiadores le dan existencia porque anunció que habría una epidemia en Atenas, y la peste se retrasó diez años. Así, excluida de los saberes que asisten a un simposio. su conocimiento aparece unido a la adivinación, a la profecía. Fueron, pues, sus predicciones para la historia de la ciudad, lo que tal vez pueda otorgarle realidad, hacerla persona física. Tuvo que hacer una extraordinaria demostración para ser considerada, para tener una identidad (ejemplo en los tiempos de la tenacidad de la mujer para ser vista y oída). Y su nombre va, inexorablemente, unido a la adivinación, a la sanación de los otros, a vivir ajena a sí misma, a ser ese líquido claro, esa agua que pasa por el sistema linfático para curar infecciones y enfermedades. Pero Diotima estaba en el manantial, y tuvo la capacidad de transformar su herida, en búsqueda de sabiduría, en Amor. Si Sócrates no hubiera hablado en nombre de ella no hubiera tenido visibilidad, porque ella, la ágrafa, estaba excluida de los espacios donde se podía opinar: Más que hija he sido huésped de esta tierra.
María Zambrano toma de Diotima la sabiduría, el oído, y la palabra no escrita, la consideró su maestra y su guía: el camino recibido. Una vez más la pensadora recoge la experiencia de una mujer para el conocimiento; le da un lugar al saber de las mujeres, al instante. Le concede legitimidad a la mujer de Mantinea para que ese NO de la Historia se vaya desanudando.
Esta mañana tuve un sueño, no sé si lo fue, creo que sí. Escucho la voz de María en mi oído (la escucho con toda su vibración, sonora tal un mantra. La voz de María dice más que habla, es agua clara, linfa): trata de mí cuando vayas a ese Encuentro Literario; nombra la aurora, las claras del día, el amanecer. Cuenta de nosotras: María Zambrano de Vélez-Málaga, Diotima de Mantinea, Aspasia de Mileto, Hypatia de Alejandría, No te olvides de Fátima de Córdoba ni de Shams de Marchena de los Olivos, a ellas las conocí por Ibn Arabí; un poeta que se acercó a mujeres sabias, sin apropiárselas, dándoles Voz en sus escritos, hablando por ellas. Tuvo oído y corazón para estas sabias nonagenarias que, como Diotima, daban de beber, eran AGUA. De Fátima, cara rosa y fresca, mujer de la tierra, dice Arabí que fue una verdadera alquimista para las gentes que se le acercan a pedirle consuelo y de Shams, mujer del campo, que tenía las manos frescas y rosas y un profundo conocimiento de las energías. Y, por último, recita estos versos (me los dictó al oído, acercándose más) de Rabía de Basora (“tú sabes del cómo/ pero yo sé del sin cómo”), que nos han llegado a través de la escucha receptiva de Al-Halláj; la nombró, sin apropiarse de lo creado por la sabia, más que en las entrañas de su corazón.
En el despertar estuve a punto de decir que NO iba a ese Encuentro, recogiendo el sentir de María Zambrano en Delirio y destino, a veces soy yo misma quien dice NO cuando alguien me invita a participar en el Banquete. Fueron tantas las excluidas, las mujeres ágrafas, analfabetas, expulsadas del discurso que la huella se quedó indeleble en la sangre. Y yo estuve a punto de decir NO, por sentirme inapropiada, por no saber a qué lugar agarrarme. Y María que me escuchó, ya en la vigilia, me dijo: Las manos siempre me fueron un misterio. Nómbralas, nombra las manos de mi madre y de la tuya. Nombra las manos de todas las mujeres que siempre estuvieron haciendo algo, que dieron de beber, que sanaron. Nómbralas. Trata de nuestras antepasadas que no sabían escribir, pero sí hablar y escuchar. Gota a gota Diotima había recibido su saber: (Me entré al fin dentro de algo: caverna, nido, corazón. Primero era el silencio y un vacío mayor que el horizonte). No se le había reconocido este su saber del alma y por eso se había sentido desterrada en su propia tierra. El anonimato es no vivir. Sin embargo, este desierto no fue capaz de arrasar con su conciencia genuina. La adivina apeló a la luna (Aquella luna blanca dejaba caer su claridad y una esfera blanca, no sé de qué materia, porque materia no la había, correspondía con ella. Después, al despertarme miré al cielo y la luna estaba en igual posición, igualmente blanca. La había visto) para estar en contacto con su ser.
Ya es tiempo de que agarremos el agua y la luna, tiempo para engendrarnos a nosotras mismas, parirnos en manantial propio. Tiempo de estar en nuestro ser genuino como la Santa Bárbara del maestro Flemalle, en el propio Ser: ni leyendo el libro ni mirando por la ventana ni esperando nada, ni tan siquiera el éxtasis. No haciendo, estaba ella en su sí misma. El maestro captó la esencia de la santa y la transmitió. Y María este cuadro que tanto había mirado en el Prado lo guardó para sí, se lo llevó consigo (estás en la sustancia, eres tú misma; y jamás yo he sido yo misma y si lo pretendiera sería simplemente una loca), la habitó, como el corderillo, en sus años de exilio. Porque ella, la que tanto dio de beber, fue desterrada de España, pero su mirada se quedó prendida a esta mujer que, simplemente, no hacía nada, nada más que estar en su Ser, en su sí misma. No volvió a ver el cuadro hasta 1984 cuando regresó del largo exilio. Santa Bárbara seguía en su Ser, esperándola, reconociéndola.
No me dio tiempo en este Encuentro más que a hablar de ti, María Zambrano (tú no pretendes nada, estás en tu ser, en tu interior), y de tu Antígona, la muchacha que llora enterrada viva. Aguardo otra Aurora para seguir contando, contando-ME.
Amiga
Y así me ha pasado tantas veces, Bárbara: tantas veces, amiga— me atrevo a llamarte—, has estado alrededor mío sin que yo te invocara, sin que yo te pidiera, sin que yo me arrodillara ante ti para ponerte un cirio, ni una vela, sino porque tú eras tú, porque eres así. Y por eso yo aprovecho la ocasión para darte las gracias: gracias, amiga mía, gracias. Si la expresión no estuviera tan desacreditada te diría: “amiga de la paz. En un mundo que de pacífico nada tiene, ni histórica ni vitalmente, tú, Bárbara, eres capaz de engendrar la paz.
Algunos lugares de la pintura
Siendo María Zambrano una autora totalmente fiel a su propia tradición no le pasaron inadvertidas las ventajas que Oriente podía aportar al pensamiento.
El resultado sería el regreso, tras larga noche, a la aurora de un hombre nuevo devuelto a la pureza de su origen.
Chantal Maillard
Lola Valle
Del libro Leyendo a María zambrano. Un regalo de la aurora (2025). Lola Valle
Deja un comentario