La escena que intentaré narrarles podría ocurrir hoy en cualquier lugar de la geografía española, pueblo o ciudad, provincia o región, incluso en la capital del reino, donde la libertad se desborda y el castellano duerme más tranquilo.
La escena se produce un día laborable, de cualquier semana, sea cual sea el mes, de un año cualquiera, sobre todo, si empezamos a contar desde 2008.
La escena ocurre en la puerta de una sucursal bancaria, la que sea, la que quieran ustedes, la que más rabia les dé o la que visiten con más frecuencia… Da igual.
Finalmente, la escena la puede protagonizar usted o su vecino, o el mío… o yo mismo. Por supuesto, los protagonistas sólo tienen que cumplir una condición: estar situados en la base de la pirámide social, o lo que es lo mismo, no ser el monarca, ni pertenecer a la nobleza o al alto clero.
Ah ¿Qué eso ya no existe? ¿Qué esa pirámide se dio en la Edad Media y punto? Eso es lo que ustedes podrán, si quieren, creerse, porque lo que yo les quiero demostrar ahora, cuando la tarde ya se ha convertido en noche, es que vivimos bajo un sistema feudal, un poco más sofisticado, claro, pero feudal, al fin y al cabo.
Pero vamos con la escena:
Serían las ocho de la mañana cuando mi amigo, el protagonista, se acercó a la sucursal bancaria a poner una transferencia. El citado establecimiento no abre sus puertas al público hasta las nueve, pero ya a las ocho suele haber cola, máxime cuando, en aras de la comodidad y el progreso tecnológico, la entidad ha decidido que determinados pagos (diezmos) tengan que hacerse por medio del cajero, que hace tiempo dejo de significar «persona que trabaja en la caja».
– Ya casi todo hay que hacerlo por las máquinas o con el internet ese, si no el banco te penaliza -se oye decir a alguien con una resignación mucho más que cristiana.
La espera hasta la ansiada hora prosigue entre comentarios, quejas y premoniciones oscuras sobre el futuro y los progresos que nos esperan a los comunes, a los plebeyos. Hasta que uno de los empleados del castillo – perdón de la sucursal- con puntualidad, baja el puente levadizo o, lo que es lo mismo, abre la puerta y, con cara de condena y cierto desdén, va preguntando la razón de ser de la visita, para indicarles, lo que deben hacer:
– El director/gestor no lo recibirá sin cita previa, la puede usted pedir on line en la app del banco… Y si no sabe, que se lo haga su nieto o alguien que sepa.
–Eso no lo puede usted hacer en ventanilla, tendrá usted que resolverlo en el cajero…
-Saque usted en la máquina expendedora el ticket con el orden de atención y esté atento a aquella pantalla para cuando salga su número y letra...
Así que la cola en la máquina «cajero» anda hirviendo porque la mayoría de la gente, plebe ya entrada en años, debe realizar el pago susodicho y entre el calor que empieza a hacer, el tiempo de espera y las dificultades que tienen la mayor parte de los usuarios para entenderse con el «cajero máquina» el cabreo va en aumento.
Hasta que un insubordinado plebeyo se le ocurre llamar la atención de uno de los empleados del «castillo«.
-Hombre, no podrían echar una mano a estas personas alguno de ustedes.
–Por la cuenta que les trae, ya aprenderán – contesta el fiel subordinado, molesto con la increpación.
–No -le contesta, el insubordinado plebeyo –quien va a aprender a estar en la cola del paro será usted, cuando estas personas aprendan a usar la máquina, imbécil.…
Fin de la escena, la Edad Media continúa.
Cuando acabo de escribir este texto, me entero de que Feijoo ha ofrecido 2.8 millones de euros del erario público a aquellas entidades bancarias que coloquen «cajeros máquina» en distintos puntos de Galicia que se han quedado sin servicio, además, de enseñar a los usuarios a utilizarlos. Dinero público para que ofrezcan un servicio al que tienen derecho los usuarios, entre otras cosas, porque, con su dinero, rescataron a esos mismos bancos. No cabe más desvergüenza.
¿Todavía tienen dudas sobre la pirámide social?
Yo no: el Rey, cuyo poder emana de Dios, Santiago y cierra España, mantenido por los nobles del sistema -banqueros y empresarios energéticos -alta nobleza- que mueven los hilos de los «señores feudales» -políticos- baja nobleza, a los que otorgan territorios y algunos de sus privilegios de clase.
Del clero, qué decirles, sólo, que éste no paga impuestos. Y del pueblo… Que sigue creyendo en patrias, dioses, banderas, himnos, cielos e infiernos…
Juan Jurado
Tal cual compañero, tal cual, no existe la democracia como tal, es un feudalismo humillante y arrastrado. Y en cuanto al clero, que te voy a decir que no sepas, y estos cabrones se quejaban de Robespierre…te lo dice un creyente de a pie.