Me parece importante y sustancial hablar y compartirnos nuestras contradicciones entre ser feministas y tener dificultades con el cuerpo, el cumplimiento del canon de belleza y los años.
Asumir que la solución a estos dilemas nunca puede ser individual y a golpe de «me amo y me acepto», «me quiero mucho», yo, yo, yo.
Estamos sujetas una lógica social muy patriarcal sobre los ideales de belleza con los que crecemos.
El dispositivo de socialización diferencial más eficiente nos coloca en el no ser nunca nosotras suficiente:
Suficientemente jóvenes, delgadas, listas, sensatas, amorosas, entregadas y disponibles. Amables, sexys, simpáticas.
Todo esto lo interiorizamos y aprendemos de una manera tan eficiente para el sistema que nuestra lucha no puede ser individual tal que hoy me quiero, me acepto, valido mi rostro y mi estar.
No podemos pelear solas contra esto cada día, cada mañana, cada espejo.
La lucha ha de ser conjunta, subvertir las normas, cuestionarlas entre todxs, romperlas, dinamitar las limitaciones y los estándares. Quitarnos el corsé.
Ver nuestro propio juicio a las hermanas que se saltan los cánones. «Mírala, qué ridícula».
Darnos cuenta cómo nos observamos y validamos cada día con ojos de hombre.
Incluso compañeras lesbianas o bisexuales, que no se autorizan flexibilidad de presencia estética.
Amiga, el dilema diario no tiene que ver con dejar de usar el «filtro belleza» o sacar a pasear las canas. Con un discurso rígido alternativo.
Hagamos lo que hagamos en el fondo creemos que nunca es suficiente, nunca somos suficientes.
Y esta es una forma de desactivación social externa, y autoimpuesta, terrible.
La mística de la feminidad, la imagen de lo esencialmente femenino, de lo que hablan la publicidad, los libros de autoayuda y las cuentas de Instagram, supone una horma moral.
Se pretende, como en un lecho de Procusto, hacer vivir a todas las mujeres en esa cama y que lo que nos contemos entre nosotras se vuelque a través de un discurso falso:
– Yo todo esto de los años, el cuerpo y la estética lo llevo bien, tía.
Lo llevo bien. Soy como soy.
Con una sonrisa elástica, demasiado estirada, ocultando la incomodidad constante.
La incomodidad del cuerpo, de la ropa, del rostro extraño con décadas encima, del sitio que ocupamos en el mundo, en la familia. En las calles.
Aflojemos, hermanas, pero juntas.
Yo sola no voy a quitarme esto que oprime a través de los años y sólo me permite disimular.
Todo bien, tía, todo bien.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
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