A poco que observemos la vida veremos que fútiles nos parecen los eslóganes baratos del pastiche coach. La banalidad de “eliges tu destino” “la vida te espera ahí afuera” “cuando quieres algo con fuerza el universo conspira para ti” y demás basura coheliana. Y si no se lo podían haber preguntado a la persona que al nacer la inscribieron con el nombre de Teresa Pla Meseger, porque ante la duda, la madre eligió que fuera mujer ya que así la evitaba la leva de las odiosas y banales guerras africanas. Las mujeres no van a la guerra, dijo la madre contemplando la rareza de su hija pequeña. Teresa, Teresot, o La Pastora, como la llamaron hasta que conquistó la libertad de ser lo que sentía y lo que quiso ser, Florencio Pla Meseger, o camarada Durruti como la apodaron en las sierras del Maestrazgo. Pero no anticipemos.

Teresa mostraba unos genitales indefinidos, con características hermafroditas que supusieron una tortura durante los años de infancia ya que nació en 1917 en el Mas de La Pallissa, la casa de los pastores donde vivían sus padres, en la comarca de Valdebona. Vivió su juventud entre burlas y chanzas de los vecinos que querían ver lo que Teresot llevaba debajo de las faldas. Negras, vestía sayones negros, sobrios como ella, largos hasta los pies aunque alguna vez se permitió color, como cuando en una fiesta de un pueblo se presentó toda vestida de rojo, peinada de peluquería y pintada. Como se rio entonces la Teresot viendo el pasmo de los vecinos.

Era grande más que la mayoría de los hombres. Fuerte como cuatro de ellos a los que podía derribar a cachetazos. Cuando le empezó a salir la barba, se escondía para arrancarse pelo a pelo no porque lo quisiera ella, sino porque la mirada burlona hasta la ofensa de los demás, la hería profundamente.
“Teresot que tienes debajo de la falda” le gritaba la chiquillería; para defenderse y porque la naturaleza fue generosa con ella, blandía los puños con la fuerza de un toro, repartiendo mamporros hasta poner en huida a la crueldad del vecindario.

Eran tiempos duros aquellos. Lo diferente era causa de befa y maltrato. Algunos añoran las gracias de aquellos tiempos considerando que somos, las de ahora, demasiado protectoras. Recuerda aquello de ¿ya no se hacen chistes con enanos y con gangosos?
A Teresot cada sarcasmo, cada sonrisa torcida o mirada curiosa la herían profundamente. Tanto que se cobró tiempo adelante, todas las burlas con saña. No adelantemos…

El padre murió, ella era la pequeña de la familia además de la extraña . Los hermanos no se lo pusieron fácil, tan solo Juan la quiso y respetó su intimidad, los demás la maltrataban hasta que , cansada, sacaba los puños. A los diez años, la madre la dejó olvidada en casa de unos masoveros y nunca más quiso saber nada. Tiempos duros, ya les digo, miren la fecha, ya les dije que nació en el 1917… Se hizo pastora encontrando la paz que la gente le negaba entre las ovejas y los montes de la sierra disfrutando de la soledad, del viento, de las estrellas y de su rebaño.

Conocía cada oveja, no solo las suyas sino las de las otras masías, por su mirada, sus gestos. Las entendía y sentía el calor de sus cuerpos en los pajares que la dejaban como aposento. Se ganó la vida con decoro, incluso llegó a ahorrar para operarse el labio leporino con el que había nacido y le disgustaba. Curiosamente nunca la interesó su aspecto pero el labio quiso mejorarle. Se operó pero no fue tanta la mejoría porque en fotos y en el futuro la reconocían por esa característica.
La guerra acabó con su paz y al llegar la postguerra las cosas se pusieron feas.

Ser diferente cuando se buscaba una oscura uniformidad, donde no cabía las diferencias más que como objeto de burla y escarnio, era complejo. El escarnio se le produjo la Guardia Civil, que asolaba las tierras del Maestrazgo, temerosos y cobardes ante la guerrilla que campaba por los montes pero encarnizados con la población.

Un día el teniente Mesa y varios números, además de algún falangista ocioso la salieron al encuentro cuando bajaba de su pastoreo. Teresot olió el peligro. Calibró que su fuerza hercúlea y su talla de gigante no podían parar las balas ni la furia de un grupo de hombres sin alma que se emborrachaban con vino y crueldad.

Se paró al darle el alto; el teniente le pidió que le enseñara lo que llevaba debajo de las faldas
–Teresot, enseñanos que tienes ahí.
-No me da la gana- respondió valiente, pero enseguida el argumento del arma reglamentaria y la mirada salvaje de los hombres la convencieron de que si quería vivir debía mostrar su intimidad.
-La falda, Teresot. Bajatela.
Se la bajo despacio.
-Las sayas, Teresot.

Despacio, dejó caer el sayal y luego el pantaloncito que cubría sus genitales. A Teresa la rabia la envenenó por dentro y cuando el teniente Masa, con un palo la hurgó en esos genitales que nadie había visto hasta ese momento, cuando las risotadas del grupo y los gestos de burla se hicieron largos, a Teresa Pla Meseguer se le enrabietó tanto el alma que supo que no podía seguir entre aquellas bestias.

Había conocido a los guerrilleros en su andar por los montes con el ganado. Charlaba con ellos, incluso les ayudó en alguna cosa que le pedían. Ellos le hablaron de la justicia social, de que todo el mundo era igual y merecía el mismo respeto, que el comunismo traería un mundo nuevo en cuanto derrotaran al fascismo de Franco con ayuda de los que peleaban por lo mismo en Europa. Teresot escuchaba y no entendía casi nada, solo lo de que todos éramos iguales y que merecíamos el mismo respeto; que no hubiera ricos ni pobres la parecía muy bien. Lejano y difícil, pero le gustaba.

Cuando el teniente Mesa la hurgó en sus partes, Teresot tuvo claro que se subía al monte con los de arriba. Además, tenía un deseo oculto, pero muy intenso. Quería aprender a leer y escribir, porque solo la mandaron quince días a la escuela para hacer la primera comunión y solo aprendió a rezar. Los buscó, conociendo palmo a palmo el lugar, no le fue difícil.
-¿Qué andas buscando por aquí? – la salió al paso uno de la guerrilla en las cumbres.
-Quiero ser maquis, me habéis dicho varias veces que me una, ahora quiero.
-¿Estás segura? Mira que esto es difícil.
– Para mí, no. Conozco bien toda la zona, puedo llevaros a cuevas ocultas, guiaros por toda las zonas.

-Bien, pero tú sabes que esto lo hacemos porque somos la guerrilla antifascista de la Agrupación de Guerrilleros de Levante y Aragón (AGLA). Luchamos para que España sea libre, contra los fascistas y para derrocar al dictador Franco. Eso lo sabes…
-Lo que no sepa lo aprendo.

Y aprendió lo que la contaron. Y pudo ser por fin lo que quería ser, lo que era, porque allí todo el mundo era libre de ser lo que fuera. Salvo fascista, claro. Teresa Pla Meseguer, quiso ser lo que siempre había sido: hombre. Le cortaron el pelo, se afeitó como ellos, dejándose bigote porque le apeteció, vistió ropa de hombre y cuando acabaron le dejaron un espejo y lloró, pensando que era la última vez porque ya era un hombre y estos no lloraban. Lloró como mujer por última vez, pero un poco.

Le adjudicaron un fusil que jamás perdió de vista, porque un compañero con hambre, le dejó fuera del alcance para coger almendras y los civiles le dejaron seco por eso aprendió que para un guerrillero el arma forma parte indivisible de su cuerpo. Asaltaron masías, mostró nuevos caminos a los compañeros y la vida se le hizo buena. Los compañeros la respetaban, jamás se rieron de ella ni le preguntaban “Teresot, que tienes bajo las faldas” Es más, pudo elegir nombre, decantándose por Florencio, aunque en la guerrilla la apodaron “camarada Durruti” Dormía bajo las estrellas en verano, cerca de las lumbres en invierno, se pertrechaban de lo necesario en las salidas que hacían por las masías, huían de los civiles dándoles esquinazo más por el miedo de ellos que por destreza guerrillera y Florencio Mas Meseguer se sentía feliz unida a sus compañeros. Además, Raúl, un joven abandonado como ella, pero culto y simpático, le enseñó a leer y a mal escribir, hasta que el hambre le hizo despistarse al coger almendras y los civiles le mataron.

Llegaron los años cincuenta y los jefes de la partida recibieron órdenes de Francia. Aparecieron enlaces extraños en la guerrilla diciendo que aquello se acabó, ya no valía la lucha armada frente a la dictadura. Carrillo y Pasionaria ordenaban el desarme y empezar un combate dentro de la población, silencioso para que en un futuro lejano la dictadura cayera por sus propias incongruencias y se provocara una huelga general que descabezaría a la dictadura…

Algunos disidentes tuvieron claro que, si viajaban a Francia con los recién llegados, lo más probable es que recibieran un tiro por la espalda. Algo que luego se llamó fuego amigo. Florencio y otro guerrillero se desgajaron del grupo, huyeron y siguieron con su guerra particular.

Atracaban igual, solo que poco a poco dejaron de gritar ¡viva la República! afirmando entre voces que el antifascismo quería un mundo justo e igualitario. Ya robaban para comer, para sobrevivir. El compañero se asalvajó cometiendo crímenes inútiles algunos de ellos. No hay constancia ni prueba de que Florencio matara a nadie. Lo que sí hizo fue buscar a los que se le burlaban durante su infancia y le pedían que enseñara lo que llevaba bajo las faldas y la venganza se la cobró con los intereses que se cuecen en el rencor de los años.

Golpeó con saña, vengó cada una de las burlas. Tampoco hay constancia de que hiciera algo grave al teniente Masa, pero seguro que lo deseó mucho. Lo que pasa es que los civiles eran cobardes, no asomaban por el monte o lo hacían en mandas grandes y abajo era peligroso asomarse.
Mataron al compañero en un atraco a la familia Nomen (sí, los del arroz) que salió mal. A partir de entonces vivió como dueño y señor de los montes de Castellón llegando a Tarragona. Había salido tiempo atrás con el compañero a Andorra y volvió a intentarlo. Le fue bien, encontró trabajo porque su fuerza, el silencio que apenas rompía le hicieron merecedor del respeto de los empresarios. Se dedicó al contrabando, la robaron, amenazó y el que se había apropiado de su dinero la denunció. La deportaron a España donde fue recogida por los guardias, conducida a Valencia donde la juzgaron.

Acusada de veintinueve crímenes que no se pudieron demostrar, la condena a muerte solicitada quedó en treinta años. Pasó parte del tiempo en Valencia donde conoció a un funcionario, Mariano Vinuesa, al que contó su vida haciéndose amigos. Fue destinada al Dueso, donde pasó unos años trabajando con comportamiento ejemplar por lo que redujo la pena mientras Vinuesa, solicitaba en los tribunales la posibilidad de conmutación. Salió del Dueso después de diecisiete años. Nadie le esperaba, no había familia detrás. Se presentó en casa de Vinuesa, que le había ofrecido asilo acogiéndole en su casa.

Se acomodó en un cobertizo que tenía en el terreno circundante al hogar de los Vinuesa, donde vivió plácidamente con sus dos perros. Fue querido y respetado por la vecindad hasta que en 2004 de forma repentina, comiendo una pera, murió tranquilo.
Esta es la vida de la legendaria Pastora, calumniada por los libelos de entonces, elevada al pódium de los grandes criminales por un estado que no se conformaba con excluir, sino que tenía que eliminar al diferente.
Por eso, comenzaba el artículo hablando de la vacuidad de eso que cuentan de que “puedes ser lo que quieras porque el universo conspira” Seguro que la Pastora de haber escuchado las majaderías de Cohelo hubiera sacado el garrote y la hostia le caía seguro.
María Toca Cañedo©.
Con respeto a los luchadores/as por la libertad.
Con respeto a las personas que no encajan, que no son como la mayoría. Y que quieren ser lo que quieren. Sin más.
Bibliografía:
José Calvo Segarra, Teresa / Florencio Pla Meseguer «La Pastora». Del monte al mito, 2010.
Giménez Bartlett, Alicia (2011). Donde nadie te encuentre Ediciones Destino

Como siempre desde que te sigo, Gracias Maria, por ilustrarnos y no dejar a l@s luchador@s en el olvido.