Gallardía y cobardía.

 

 

Me gusta la palabra gallardía. La pronuncio poco porque parece antigua, de copla altanera y de postguerra. Recuerden la de doña Concha, esa que decía: “él vino en un barco, de nombre extranjero (…) era gallardo y altanero, era más rubio que la miel”. https://www.youtube.com/watch?v=C39T8VHZwhsMe llena la boca la palabra gallardo, o el concepto que define  gallardía.  Siendo antigua mantiene un sabor fuerte,  como si fuera una especie de melaza suculenta que nos define a alguien valiente, un tantico altanero, pero siempre dando la cara, por él, por sus errores, por los de su gente. Cuando la decimos creemos ver a  los que saltan a salvar al más débil en un desastre, los que deciden que camino tomar cuando andamos perdidas. Los que se enfrentan al tirano…

La palabra gallardía me suena a verdad de altura, a integridad, a valentía. No a grito ni a estulticia suicida, sino a acción  templada, con rigor y con valor.

Poca gente gallarda conozco, lo confieso. De más joven, cuando el corazón crepitaba al resuello de las fantasías románticas que una se imaginaba, si me encontraba a un tipo al que suponía gallardía, rendía las defensas del fuerte (defensas de papel, a fuer de sincera) al menor envite y ya me tenían ustedes alienada y zumbando el aleteo de las mariposas, que en mi caso no era solo en el estomago sino en  el aparato digestivo al completo.

Cosas de una juventud forjada en cine clásico con un Gary Cooper, caminando con sus piernas torcidas, Solo ante el peligro, o un Clark Gable, sufriendo de amores perros por la terrible propietaria de Tara, a la sazón Escarlata O´Hara,  que marcha a la guerra cuando está perdida, y lo hace como un derrotado glorioso. Con gallardía.

¡Esos eran tiempos! Dirán las abuelas ejercientes. Pero no, imagino que todo aquello era brillo de celuloide y como dice la canción de otro gallardo perdedor, “me vuelvo normal al bajarme de cada escenario” Porque los autodestructivos también pueden ser gallardos. Y altaneros como el extranjero de doña Concha Piquer.

Miren, valoro la gallardía hasta cuando sujeta un error. Tiene grandeza reconocer los propios errores, las metidas de pata inconmensurables que a veces, tenemos. Y se pueden asumir con gallardía, con un: “es cierto, no soy perfecto, he cometido errores y asumo sus consecuencias” Lo terrible es  empecinarse, cual rata de dos patas, en mantenella y no enmendalla. O en tirar la culpa al de enfrente, al de al lado o a alguien que pasaba por allí. Porque a la cobardía se le suma siempre la mentira. Una mentira viscosa, que pringa como aceite quemado, que proletariza el alma de quien la empuña convirtiéndola en deleznable.

Claro que para mostrar gallardía, el perdón o la asunción de culpa, debe de ser no solo sincera sino bien castigada y el reo sufrir en sus carnes el desfalco producido al personal. No como aquél: “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir” Porque eso supone palabras de falsario que no quiere perder privilegio y se disfraza de pobrecito castigado por su travesura. En realidad, la asunción falsa expulsa la culpa hacia fuera, genera, en quien lo escucha, cierta piedad que disculpa al sinvergüenza con lo que puede seguir haciendo de las suyas.

El gallardo, asume, trabaja para enmendar el error y luego se marcha a lamberse las heridas y a reconstruir el ego destruido. Lo hace, como digo, el gallardo. El cobarde se queda hasta que le echan y ni así. Hay que gritarle y lanzarle un torpedo en la mediana de su ególatra personalidad, un ¡qué te vayas, pesao! Y ni así. Ni con agua hirviendo. Suelen ser esos que nos han dicho que se dejan la piel en el servicio público, que todo por el pueblo y que son pura y genuinamente servidores públicos. Ya.

3d render character of *an angry woman holding a protest sign*, yelling, isolated on white background –ar 2:3 –v 5.2

Quizá la gallardía fuera cosa de novela romántica o película de cine de barrio. Quizá lo que abundó siempre fueron los cobardes ensimismados en su grandilocuencia que festonean su dialéctica con grandes palabras para disimular su banalidad. Su nada absoluta. Su cobardía. Su ineptitud.

Llevamos tiempo escuchando a personajes que han hecho fiascos monumentales, rematando su obra con un atajo de mentiras tan burdas que nos arañan el oído. Son como ratas huyendo del barco que a su paso destrozan cualquier cosa. Como ejemplo puede servirnos ese nefando president de la Comunitat Valenciana,  que a su ineptitud demostrada, fotografiada, e historiada, le une la más absoluta cobardía culpando a cualquiera menos a su incompetencia y a la de su gobierno.

¡Señorita, que no fui yo, que fue Manolito! Lanzaba el acusica de clase al que luego y con razón, era llenado de collejas por chivato. ¡Cómo admirábamos al/la que cargaba con culpas (propias o ajenas) sin delatar, sin exculparse! Con gallardía.

No es el caso. La mentira se ha entronizado en la sociedad con todos los honores. Llegó para quedarse. Hace años se expulsó a dos presidentes –Nixon y Clinton– por mentir. Lo de espiar, en el Watergate al adversario, ahora nos daría risa. Y lo de Clinton…después de ver y escuchar las conversaciones del Emérito con sus jacarandosas barraganas, nos descojona. Literalmente.

Pero no solo se da en política, no crean. Hace un tiempo me(nos) colaron una investigación que fue libro, completamente falsa. La herida profunda que me produjo fue incrementada porque tocaba temas de Memoria, de víctimas de Ravensbruck. El invento produjo ríos de tinta y a mí, que patrociné el libro, de vergüenza y de rabia. Hace unos días me llama la desdichada autora, después de dos años de silencios ante mis preguntas, para que avale con mi declaración una demanda que le hacen. Atrevida que fue quien poco me conoce. En el pecado llevó su penitencia porque mi boca andaba incendiada.

Cada día descubrimos pequeñas o grandes cobardías en gente cercana, que no solo los/as políticas padecen del mal de la mentira cobarde. Son gente pequeña que manipula, engaña, tergiversa y se disfraza de una falsa progresía o cariño de fuego fatuo para dar el pego. Cuando los descubres y los confrontas, huyen como ratas de dos patas, eso sí, lanzando a algún sicario subyugado para contrarrestar el mal fario. O siembran con maledicencia la ineptitud y la mediocridad que padeces. Dejan un rastro cristalino cual baba de caracol a su paso y solo queda dejar que se diluya su baba con el tiempo.

Ya saben, los esclavos de casa, que decía Malcom X. Y una se pregunta si quedaran atisbos de gallardía escondidos en algún lejano lugar de la tierra en donde se asuman las vergüenzas, se restauren los errores y se cumplan las penitencias.

Viendo al gobierno de la Generalitat Valenciana enfrentarse a sus criminales acciones durante la DANA a una se la revuelven las tripas de puro asco.  Les confieso que a mí los cobardes, que decoran su falta con mentiras, me dan un asco atroz. De nausea. No puedo soportarlo. Están de segundos de fila detrás justo de los traidores. Asco de plaga.

Entenderán que es ese desprecio lo que me hace huir de la visión de seres enrratecidos corriendo en fuga mientras miran de soslayo a ambos lados para ver a quien le sueltan la culpa.

Creo que, si desde siempre la palabra gallardía estuvo en desuso, ahora simplemente, es entelequia. Y si no, miren a EEUU, que como bien dijo el infame tiranuelo de color naranja, podría bajar a la Quinta Avenida, matar a gente y le seguirían votando. Lo han hecho. Teniendo treinta y cuatro delitos y haciendo de la mentira, de absurdas y gordas mentiras, discurso político. Todo su discurso político al completo es pura y genuina mentira. Como el de Mazón. Aunque ahora que recuerdo…quizá los tenemos más cerca. En la propia trinchera.

María Toca Cañedo©

 

Sobre Maria Toca 1672 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

Sé el primero en comentar

Deja un comentario