Pastora Rojas Monje fue conocida en el mundo artístico como Pastora Imperio. Esta cantante y bailaora nació en el número 2 de la sevillana calle de la Confitería, en el barrio de La Alfalfa, el 13 de abril de 1887, siendo hija de la para muchos mejor bailaora gaditana de todos los tiempos, Rosario Monge Monge – “La Mejorana” –, de quien la hija heredó, además de sus dotes para el baile, su legendaria belleza y sus increíbles ojos verdes. La madre se había trasladado muy joven a Sevilla para bailar en sus cafés cantantes más célebres, como Silverio y el Burrero. Al parecer, dos apuestos sevillanos compitieron enseguida por los amores de la bella gaditana: el torero Fernando Gómez, “El Gallo”, y el sastre de toreros Víctor Rojas. Éste fue finalmente el triunfador, aunque hubo ya entonces quien aseguró que lo fue después de haber sido Rosario ocasionalmente la amante del padre de Joselito y de su hermano Rafael, el que sería más tarde su yerno. En cualquier caso, “La Mejorana” y Víctor iniciaron una relación de la que nació Pastora, mientras que “El Gallo” se decidió por la también bailaora Gabriela Ortega Feria.
La relación entre el sastre y la bailaora se deterioró, sobre todo a medida que el negocio de la sastrería iba de mal en peor, a causa de verse Víctor obligado a permanecer en cama por la enfermedad que le aquejaba. Tanto Rosario como Pastora y su hermano pequeño, no tuvieron más remedio que ayudar en lo que podían para mantener la fuente de ingresos de la familia, que iba decayendo por días. Hasta que apareció un buen día por la sastrería un antiguo y adinerado amigo de Víctor, quien había conocido en sus viajes por el mundo los modernos music halls, y le confiesa su intención de abrir uno en Madrid. La precaria situación familiar y la
reconocida capacidad de Pastora para el baile callejero les animan a aceptar la sugerencia y ayuda del magnate para trasladarse todos a Madrid, con intención de que la niña fuese una de las primeras artistas infantiles – costumbre muy de la época – con que contase el futuro establecimiento. Se instalaron en la calle Aduana, encima de la famosa academia de baile de Isabel Santos, donde la niña recibiría sus primeras clases, para encauzar su talento natural para la danza.
Debutó, pues, como cupletista con trece años – el 1 de octubre de 1900 – en la inauguración del madrileño Salón Japonés, en la calle de Alcalá, a la entrada de la Puerta del Sol, propiedad del amigo de su padre. Consiguió ya de entrada un importante éxito, haciendo pareja con otra bailarina infantil, bajo el nombre artístico de “las hermanas Rojas”, pero se hubieron de cortar en seco sus actuaciones al ser denunciada por minoría de edad. Una vez “salvado” el forzoso paro, tuvo que competir con cualificadas rivales como Julia Mesa, o incluso con el primer desnudo integral que protagonizó en Madrid otra bellísima jovencita, Consuelo Vello, a quien pocos años más tarde se conocería como “La Fornarina”. Un par de meses más tarde, la compañía del Japonés se presentó en el Teatro Real, en una función a beneficio de la Asociación de la Prensa, en la que también debutó esta atrevida compañera. Pastora cantaba, bailaba y hasta escribió la letra de alguna de sus canciones, pero lo más llamativo de ella fue su peculiar encanto en el escenario. Cuando un par de años después, una inoportuna enfermedad obligó al amigo de Víctor a traspasar el Salón Japonés, pasó a actuar en el próximo Actualidades.
Como cantante sensual, interpretó algunos de los más populares cuplés, así como otros menos conocidos: “¡Luis!… ¡Luis!, / ¡por Dios, no aprietes tanto! / ¡Luis!… ¡Luis!… / ten compasión de mí, / pues con tanto ejercicio / me vas a consumir.” Pero era una innovadora y adelantada a su tiempo , sobre todo, poseedora de una señalada inteligencia natural, que la permitió mantener cierta relación con la intelectualidad del momento, como los hermanos Machado, Valle Inclán, Azorín, Pío Baroja o Benavente. Los pensadores de una España en declive que acababa de perder su imperio, buscaban referentes de lo español. Para ello, ¿quién mejor que Pastora…? De hecho, debió su nombre artístico a éste último, quien, cuando la vio bailar por vez primera, exclamó: “¡Esta Pastora vale un iimperio…!”. Su espectacular belleza la posibilitó el posado para un grupo escultórico que llevaba a cabo Mariano Benlliure, antes de hacer giras artísticas por las capitales andaluzas y Portugal. Más tarde vendría su posado para Romero de Torres. El escenario del Café de Madrid también se abrió para ella, alojándose ya toda la familia Rojas en un piso bajo de la calle de Santa Susana.
El 30 de abril de 1908 embarcó en Cádiz con destino a La Habana y México, con un suculento contrato para esa temporada. Es acompañada únicamente por su hermano y el empresario, pues la madre ha de quedar en Sevilla al cuidado del delicado Víctor. La casualidad quiso que en ese viaje coincidiera con Rafael Gómez Ortega, “el divino calvo”, torero ya de fama e hijo de Fernando. Más aún: que va a compartir escenario mejicano con la también cantante y bailarina Cándida Suárez, con quien mantiene por entonces relaciones Rafael… ¿O no ha tenido nada que ver la casualidad y sí los deseos de ambos jóvenes, que hace ya tiempo unen sus suspiros amorosos, sin conocer su coincidencia…? Sea como fuere, el hecho es que aquella estancia en México empujó a Rafael a dejar su relación con Cándida y declarar su amor a Pastora. Aquel romance comenzaría con una cena de gala a la que fueron ambos ilustres gitanos invitados por el presidente de la República mexicana, Porfirio Díaz.
A su regreso, fue ya Pastora considerada como una figura de primera línea en su género de variedades con sus temperamentales cuplés y gitanerías. No obstante, a lo largo de sus muchos años de carrera, La Imperio se enfrentaría – o la enfrentarían – con otras artistas como La Fornarina, Tórtola Valencia, Raquel Meller, o finalmente Concha Piquer. Entre septiembre y octubre de 1910 hizo una gira por Canarias en la que fue acompañada también por sus padres, aunque hubieran de retrasar su vuelta por una recaída de la salud de Víctor. A su regreso, comunica a la madre de la declaración de Rafael, quien calla de momento su opinión. Simula preocuparse por la actuación de Pastora en el Petit Palais, pequeño local ubicado en la calle del Barquillo, esquina con las de Prim y Augusto Figueroa, que con el paso del tiempo se convertiría en el actual teatro Infanta Isabel. Pero, “la Mejorana” se revela en su interior porque, entre otras razones, sabía de quién era hijo el joven y apuesto matador de toros que bebía los vientos por su niña. ¡Aunque, una vez más, ante el amor no hubo nada que hacer…!
El 20 de febrero de 1911 se casó Pastora con Rafael Ortega, “El Gallo”, hijo de Fernando y hermano mayor del gran Joselito, casi a escondidas de la prensa, en la madrileña iglesia de San Sebastián, en la céntrica Plaza del Ángel. La gravedad de la enfermedad de Víctor aconsejó la anticipar su celebración, aunque finalmente no pudiera acudir a la ceremonia, muriendo a los pocos meses. Lo mismo pasó con el matrimonio: duró apenas un año, siguiendo frecuente costumbre, con lo que la prensa pudo unir las noticias sobre la separación de la pareja con las que poco antes habían aireado la boda. Ni que decir tiene que corrieron miles de conjeturas sobre el motivo de tan rápida separación, aunque parece ser que el alejamiento se motivó básicamente por los celos del torero hacia la bailaora, quien abandonó el hogar familiar en 1912, a la vez que debutaba en el teatro Romea. Aunque siempre quedaron los que la achacaban al conocimiento que tuvieron ambos de ser hermanos de padre. Lo cierto es que el torero nunca le perdonó a Pastora su abandono, aunque no se pudieran divorciar hasta 1934, cuando las normas legales del nuevo régimen republicano lo posibilitaron.
Pastora siguió su trayectoria ascendente en el mundo del espectáculo ligero, llegando a ser una de las grandes intérpretes de la canción popular, aunque su gran fama se debió a la danza, sobre todo desde que estrenó “El amor brujo”, de don Manuel de Falla, el 16 de abril de 1915, en el madrileño Teatro Lara. Al día siguiente, acudió al teatro un espectador singular – el rey Alfonso XIII – quien, prendado de Pastora, invitó a la compañía a palacio, donde el galanteo fue subiendo de tono. Si fue conseguido o no el real objetivo, está por ver. Lo que sí quedó fuera de toda duda fue que la sevillana se dejó seducir por un primo de rey, don Fernando Sebastián de Borbón y Madán, duque de Dúrcal, de quien quedó embarazada. El fruto sería una niña de tez blanquísima, todo lo contrario que la madre, cuya piel era aceitunada, a la que bautizaron con el mismo nombre que la abuela materna, Rosario. Aunque, al parecer, el Borbón se ofreció a dar su apellido a la niña, Pastora se negó al escándalo, buscando otra solución. A pesar de la separación que mantenía con su todavía marido, el torero reconoció a la hija de Pastora y le dio su apellido, Rosario Gómez Rojas, nacida el 9 de abril de 1920. Fue de este modo Pastora, la madre soltera de una Borbón, de “la Borbona”, a quien crió y educó sin dar detalle alguno de ello. Rosario se casaría en 1937 con Rafael Vega de Los Reyes «Gitanillo de Triana».
A Fernando de Borbón, nacido en Francia en 1891, por lo que era cuatro años más joven que Pastora, le presentó a ésta el propio rey, para algunos con la consigna de tenerle al corriente de las andanzas de la artista, de la que – ¡cómo no, como era real costumbre…! – quedó prendado desde que la conoció. Fuese cierto en encargo o no, el hecho fue que lo condujo hasta los brazos de Pastora. Pero no podían casarse: él había contraído matrimonio con Leticia Bosch-Labrús y Blat, dama de la reina Victoria Eugenia, de rica familia catalana, con quien tuvo dos hijas. Pastora lo sabía, no sintiéndose engañada por ello, a pesar de estar locamente enamorada de aquel caballero tan bien plantado. Claro está que sus encuentros íntimos lo fueron en la clandestinidad, al parecer en un elegante piso propiedad del rey, situado en la calle de Alcalá, junto al Casino de Madrid. Sin embargo, tras el nacimiento de Rosario, pasarían muchos años hasta que Fernando volviera a ver a la madre y a la hija.
Pastora prosiguió su carrera de triunfo en triunfo conociendo a personajes tan interesantes como Arthur Rubinstein o el escritor John Dos Passos, erigiéndose en protectora del torero Juan Belmonte, y conviviendo por algún tiempo con el millonario argentino Jorge Mitre, director del diario “La Razón” de Buenos Aires. En 1928, a los 41 años, se retiró de los escenarios para dedicarse a los negocios, que no se le dieron mal, hasta que en 1934, ya divorciada, volvió a aquellos, así como a los modernos platós de la industria cinematográfica en voga. Aunque durante la guerra civil actuó para las Brigadas Internacionales, el franquismo no quiso represaliarla por las importantes relaciones de todo tipo que en el mundo entero mantenía. Incluso el régimen le permitió abrir un local, “La Capitana”, en la calle Arturo Soria, esquina con López de Hoyos.
Hasta que un buen día, terminada la guerra, regresó don Fernando arruinado y enfermo, con intención de conocer a su hija y nietos, e incluso iniciar una vida próximo a ellos. Pastora corrió con los gastos de su enfermedad y alojamiento en la habitación 220 del madrileño hotel Bristol, en la Gran Vía, durante los últimos años de su vida. Allí iba a visitarle con cierta frecuencia su hija, acompañada de sus nietos e incluso de Pastora. Entonces, ya en los primeros años 40 del pasado siglo, su hija Rosario – “la Borbona” – pudo abrazarlo. Poco sabía de él; ni siquiera lo conocía por fotos, pues Pastora quemó cuantas tenía de Fernando y de Alfonso XIII, a poco de proclamarse la II República, para evitarse problemas. En la habitación del hotel murió el día 2 de enero de 1944. Pastora moriría años después también en Madrid: el 13 de septiembre de 1979.
La vida de Rosario Rojas Monge – “la Borbona” – fue tranquila, pese a todos esos avatares antedichos. Moriría en Madrid, el 20 de agosto de 2010.
EUSEBIO Lucía OLMOS
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