Con el fragor de tanta batalla cotidiana se nos escapa el aniversario. El cuatro de Enero, de 1920, moría en Madrid, es posible que con la nostalgia colgada de sus ojos del contorno de una bahía que tengo delante de mis ojos, don Benito Pérez Galdós. Porque a Galdós, Santander*se le entroncó en el alma como antes se le había enredado Madrid. Hombre de muchas amantes y pocos amores, es posible que estas dos ciudades fueran de los más potentes que vivió.
Celebrar la efemérides de la muerte de una figura como Pérez Galdós en esta España que padecemos, es peculiar porque nos lleva a pedirles que le lean , tal como decía otra incorregible galdosiana como era Almudena Grandes, leer a Galdós es saberse casi todo sobre la historia España.
Es recorrer un camino familiar donde nos suena todo. Su entusiasmo (relativo, porque don Benito hacía del comedimiento norma) por unas revoluciones populares que enervaron ánimos en la creencia de que todo podría cambiar, que la España medieval colgada de sacristías y novenas podría evolucionar hacia una democracia burguesa, sin mayores dispendios, que don Benito, ya les dije, hacía de la mesura, norma, pero en paralelo con las otras naciones europeas. Luego llegaba el desencanto en forma de feroz represión de mano de algún Borbón revuelto y vuelta la burra al trigo.
En un bucle que dura dos -vamos a por el tercero- siglos. Con una aristocracia rancia, inculta, enquistada de privilegios medievales que tenía al trabajo como anatema de clase baja. Con una burguesía envidiosa de la clase alta que luchaba, en vez de querer asaltarla y emanciparse, por subir peldaños para asemejar sus logros a los amos. En vez de luchar por erradicar privilegios, se trabajaba y mucho, por imitarlos. Y una clase baja que se envolvía en revoluciones pequeñas, con tormentosos finales sin querer romper las cadenas que argollaban los cuellos, llámense Borbones –una y mil veces traidores, una y mil veces perdonados por el pueblo- iglesia o señores que llegaban directos del feudalismo medieval sin interés ni razón por lo que hubiera detrás de sus tierras.
Galdós es eso y además es vida. En cada novela de don Benito vibra el alma de un pueblo, el nuestro. Sea ese Madrid castizo que adoraba, del páramo o de los contraluces de cualquier paisaje que conformara con los retales que fue conociendo y amando.
Si Fortunata y Jacinta se lee con atención nos encontramos con un monumento novelístico al nivel de los grandes del mundo. Nada que envidiar a Ana Karenina o a Madame Bovary, para mí y para muchas galdosianas/os (somos tribu y nos reconocemos al punto) es, después del Quijote y con permiso de La Regenta, la mejor novela de todos los tiempos. Conocer a la España de los Episodios es andar entre el polvo y el barro de caminos, respirar el olor a pólvora de hermanos y aspirar el sabor de la sangre que se derrama al por mayor pero siempre sangre hermana y hermanada, incluso cuando era francesa se luchaba entre nosotros, entre las ideas del progreso o de la lealtad a la esclavitud . Con esas guerras carlistas que fueron preludio y origen de la grande, la (In)Civil que nos aquejó en el siglo XX.
Pienso mucho en como hubiera vivido don Benito el advenimiento republicano, la creciente ola de fascismo europeo y la contienda civil. Que látigo hubiera batido en esas lides y como nos lo hubiera contado.
Casi fue suerte que se ahorrara el dispendio de los males peninsulares que de forma pendular nos aquejan sin pausa cada cierto tiempo. Murió agotado de tanto escribir y ciego, en el año veinte y es lo que se ahorró.
Hoy, que suenan campanas de vientos fratricidas, recordamos la lucidez y la prosa de don Benito y nos acecha la nostalgia. Nos sentimos un poco huérfanas de padre. Con la sensación de pérdida de un gigante al que tacharon de antiespañol, de crápula, de endemoniado, los mismos (desvergonzados/as) que hoy le celebran. Imagino la sonrisa irónica de don Benito viendo los aspavientosos discursos que se le dedica como adalid de españolidad los hijos/nietos de quienes le fulminaron y calumniaron a fin de que no recibiera jamás el Premio Nobel. Con lo orgullosos que estarían hoy en Suecia de tenerle entre los premiados.
Caminó libre, solitario pero con grandes amigos porque cultivaba el arte de la amistad, del dialogo y de la armonía con pasión, con amores ocultos y fidelidades fieras, el honesto genio de las letras españolas. Pocos criticaron tanto a la patria española con sus costumbres y sus carcundias que aborrecía. Pocos la amaron tanto y tan bien.
Aprendamos y leamos Galdós que es tanto como escudriñar nuestras esencias. Las de España y las de nuestra alma.
María Toca
*Todas las fotos seleccionadas y muchas más pertenecen al archivo que voy haciendo del maestro en su casa, vilmente destruida, de San Quintín en la calle Reina Victoria de Santander. El franquismo incautó la vivienda, la democracia ni supo ni quiso preservar el legado del maestro donde se reunía con la intelectualidad española y europea, haciendo un verdadero foro amigable y culto en una Santander provinciana y claustrofóbica. Me cuesta perdonar a quienes pudieron hacer y no hicieron.
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