
Entre cuentos de estrellitas nocturnas,
lobos mal intencionados en el bosque,
monstruos inmensos en lagos profundos,
príncipes y princesas felices
y animalitos parlanchines,
Maryuma ,en este nuevo despertar
de la primavera del dos mil veinticinco,
sigue construyendo entre risas
a sus cuatro añitos,
algodonosos castillos en el aire
propios de su desarrollo evolutivo.
Sumergida en ese refugio de viva luz
y juego a todas horas
qué es la patria infantil
de la niñez.
Enseñándonos a ver el mundo
no con la cordura con la que los adultos
lo hemos llegado a definir y encasillar
sino como una actividad que no diferencia
verdad, fantasía, realidad y juego,
para mostrarnos que todavía es posible ser felices
en este mundo,
alejados de la ignorancia y la oscuridad.
Mundo tenebroso al que los arrogados dueños
de todas las listas y sus patriotas
cómplices colaboradores,
creyendo se mitológicos héroes reencarnados,
nos quieren llevar
como si fuésemos inocentes ovejitas domesticables,
para adorarles y así poder seguir practicando
la limpieza étnica ,
el genocidio como divertimento cotidiano
y el substancioso negocio del hambre
y la miseria.
Pero Maryuma, agarrada a la semilla de su pedacito de estrella se sumerge en la pureza algodonosa de su mente,
iluminándose como un faro de libertad,
en el que los pensamientos en construcción tropiezan una y otra vez,
junto a los de sus padres y los míos,
para gritar a coro
que no necesitamos ni nuevos dioses
ni nuevos mundos
que nos señalen hacía donde debemos dirigirnos para ser felices
nos basta con contemplar la luz
de la mirada de su niñez,
mientras nos desayunamos con un oloroso pan calentito de pita recién hecho,
un queso fresco y un buen kéfir,
entre cuentos de estrellitas nocturnas,
lobos malignos en el bosque,
monstruos inmensos en lagos profundos,
príncipes y princesas felices
y animalitos parlanchines.
Enrique Ibáñez Villegas
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