Aitana Castaño, autora junto a Alfonso Zapico de Carboneras, que publicó la editorial Pez de plata, dijo de Anita: “todos en estas cuencas adoramos o deberíamos, porque es la memoria viva de lo que pasó en esas décadas o de Tina la de la Joécara”
Llegamos tarde. La quise entrevistar cuando realicé la investigación sobre la Huelgona; hablé varias veces con su nieta política a ver si era posible, pero no fue. Me decía Noemí, la nieta, que se ponía muy nerviosa si se hablaba de política, de los sucesos que vivió o del momento presente. Porque Anita, seguía lucida y entera a pesar de sus años. Veía los telediarios, leía la prensa y se indignaba. Luego, las monjitas que la cuidaban en la residencia no podían calmarla y preferían que pasara sus últimos años en el limbo de la tranquilidad…Como si eso fuera posible tratándose de Anita Sirgo.
Y no pudo ser, no llegué a tiempo para entrevistar a la mujer que simbolizaba la soterrada lucha contra la dictadura, en un lugar mítico: la cuenca minera asturiana.
La historia de la Huelgona la conté con detalle hace tiempo, precisamente fue cuando me encontré con el personaje de Anita Sirgo y de sus compañeras, como Tina, que me dejaron anonadada porque simbolizan de largo todos los valores que perseguimos en la vida.
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Como mandaban los tiempos, Anita era un ama de casa, mujer, hija, nieta y posiblemente sobrina de minero, porque en las cuencas, la minería se heredaba como la silicosis o el hollín en las paredes del hogar. Esposa de minero, que ya es importante, porque las familias de la minería de entonces tenían unos valores que salían del mismo fondo de la tierra que arañaban los hombres (y las mujeres también, tal como contábamos en los artículos) de solidaridad, de esfuerzo, de compañerismo porque a trescientos metros bajo tierra el compañero es todo, te salva la vida o se la salvas tú a él unas cuantas veces al año.
Eran tiempos duros, en que se trabajaba a destajo, sin derechos sindicales…sin derechos de ninguna clase porque a la dictadura la quedaba trecho y no abría la mano y menos tratándose de trabajadores asturianos. Bien que permitieran los biquinis en Benidorm y un cine donde las golosas damas andaban ligeras de ropa pero los derechos laborales eran otra cosa. Ni se les consideraba trabajadores. Se les nombraba, productores, porque las dictaduras (las derechas en general) tienden a adornar el lenguaje para desvirtuar sus complejos.
Las personas que bajan a cientos de metros y se meten en las entrañas de la tierra, manejan barrenos de dinamita y viven horas alumbradas por una luciérnaga de luz que porta su cabeza, no son domables. O no todos. Casi ninguno, más bien. Están acostumbrados a bailar con la muerte y no la temen. En los años cincuenta y sesenta no habían perdido la memoria de su revolución, y la vida la sentían más temible que la muerte. Por eso se hartaron de vejaciones y se la jugaron. En plena dictadura.
Para no extenderme de lo que conté con largueza (ruego que repasen los artículos porque es memoria viva) una tarde como otra cualquiera, al salir del pozo, los mineros colgaron las lámparas y se plantaron. Declaran una huelga que se extendió como mancha de aceite por toda la cuenca minera. Poco después se unen grandes empresas de Euskadi y pronto se convulsiona todo el territorio nacional. Como sería la cosa que enviaron al ministro más sonriente del Régimen, Solís, con el fin de parlamentar y llegar a un acuerdo con los mineros puesto que la patronal no quería oír ni bajar ni un ápice la guardia.
Por una vez la dictadura doblaba el brazo y se plegaba a los huelguistas…
Contado así parece un relato romántico, casi cuento de hadas. Los entresijos fueron muy duros. Pasaron semanas terrible, donde la guardia civil tomó los pueblos, detuvo a los mineros y se empleó a fondo para romper su voluntad de lucha. Torturas sin fin. Palizas que acababan cuando los sicarios se agotaban de golpear. Huesos rotos, sangre, riñones maltrechos…¿Y ellas?
Pues ellas, como siempre, tomando la retaguardia y plantando cara a los sicarios del régimen y a los esquiroles que trajeron de fuera para romper la solidaridad obrera. Anita Sirga, Tina y las demás mujeres de la cuenca, sabían lo que se jugaban y entre puchero y puchero salían al encuentro de los esquiroles con los bolsos llenos de maíz para tirarlo a los pies de los obreros vendidos. De esa forma les gritaban desde su silencio valiente: gallinas, ahí tenéis vuestro maíz. Las zurraron, las detuvieron, las pegaron hasta desvalijar los cuerpos, Tina murió tiempo después a consecuencia de las palizas recibidas de los guardias, Anita tuvo suerte, ha llegado hasta ayer.
No flaquearon, presentaron la cara y el cuerpo solidarizándose y dando ejemplo a los hombres cuando éstos decaían maltrechos por las torturas, sabiendo que la lucha era dura y ganaron. Ganaron a una dictadura cruel, asesina que hoy nos la quieren edulcorar. Por eso les cuento la historia de Anita Sirgo.
Una vez acabada la Huelgona, Anita siguió en la lucha. Siempre mostró sus valores de solidaridad, unidad, compañerismo y sobre todo: conciencia de clase. Clase trabajadora, clase luchadora, la que dobló el brazo al franquismo a base de silencios, de plantes, de fuerza unitaria.
En estos momentos en que vivimos la desazón de una izquierda desunida, zancadilleándose y esgrimiendo la traición de unos contra otros, el ejemplo de la Huelgona, debiera poner la cara colorada a los/as que llenan las redes y los medios de diatribas contra compañeras/os, considerando la victoria sobre la otra parte como medalla y premio. Como decía el compañero Oskar Matute, equivocándose de trinchera, porque llamar traidor al compañero, boicotear las luchas de los que hace poco eran hermanos/as del alma, es tan fácil como derrotarse ante el verdadero adversario que se muestra unido y firme en la eliminación de derechos y en sojuzgar lo conseguido.
En la Huelgona, había comunistas, anarquistas y socialistas. Incluso desde las cupulas de los partidos se les indicaba que no participasen en lucha conjunta…¿saben ustedes lo que hicieron los mineros? dar un corte de mangas a las cupulas y caminar unidos frente a la patronal. Por eso ganaron, porque no hubo diferentes ideologías…o sí, las había, pero el fin era conseguir dignidad. Y lo consiguieron porque cuando les estaban apaleando, cuando golpeaban sin piedad a las mujeres mineras, nadie las preguntaba qué ideología o de que partido eran. Las golpeaban por trabajadoras, por valientes, por luchadoras, por combativas. Sin diferencias. Y ganaron.
Ayer, me comunicaron con un escueto mensaje que Anita Sirgo había muerto y se me quedó fría el alma porque pensé que se nos marchaba otro referente. Se nos iba una mujer de principios que nos podía mostrar el camino de lucha. Luego pensé, que debía contarles a ustedes quién y qué hizo con su vida Anita Sirgo y eso hago.
No la olviden, cuando vayan a disparar un insulto contra una/o compañero/a, cuando vayan a llamar traidor/a a alguna amiga que marchó codo con codo en las luchas que nos unen, recuerden que la Huelgona se ganó porque marcharon unidas frente al adversario. Que, por cierto, siempre es el mismo, siempre está unido y siempre nos combate. Se llama capitalismo y es muy poderoso.
No olviden a la gran Anita Sirgo porque su vida nos muestra el camino.
María Toca Cañedo©
Conmovida por la hria. y compartiendo la rabia,desazón? de esta nuestra izquierda de párbulo que se enrredan en batallitas