Esta mañana me desperté con una pesadilla, con un pensamiento vertiginoso, que se acrecentó cuando tomé conciencia de mi consciencia. «Nos quieren incomunicados«. Esta es la voz que se me repetía con un eco machacón alimentado por el estado de vigilia en que me encontraba.
Buscando el hecho que lo había provocado, me vino a la cabeza una conversación mantenida la tarde anterior con mi vecino. Vivo en una casa de éstas que dan en llamar «adosadas» o «acosadas», según cómo se miren. Es decir, que a mi vecino y a mí nos separa un estrecho tabique que media las dos terrazas de entrada.
Lo significativo del hecho fue que después de una década de estar adosados, después de mantener una relación educada y respetuosa -distante, al fin y al cabo- que nunca pasó del «buenos días...», «si te molesta el coche, me lo dices» o «cómo han crecido tus hijos»… Después de tanto y tan poco, anoche tuvimos una conversación de media hora, una conversación que, sin saber muy bien cómo o por qué, me hizo descubrir que estamos mucho más cercanos de lo que yo, al menos, podía esperar, que el ligero muro de ladrillo se diluyó, cuando las ideas que materializaban nuestras preocupaciones sobre los derroteros por los que caminamos o por los que nos llevan comenzaron a entrelazarse, a complementarse, a matizarse…
La despedida me dejó un regusto agridulce. Por una parte, me sentía bien por haber tenido la oportunidad de compartir con tranquilidad ese rato de comunicación, creo que sincera: la edad de jubilación, el trabajo desde casa que él desarrolla desde la aparición del Covid, algunos miedos compartidos sobre el mañana, la necesidad de una visión crítica de lo que nos está ocurriendo…
Por otra, me dolía que hubiéramos necesitado una década para que eso ocurriera, porque ese dolor con sabor a derrota, escondía una pregunta de vértigo: cuántos «vecinos» me ha hurtado o he transigido que me hurte este sistema que ha sustituido en «nuestros morros» lo individual por lo colectivo, lo competitivo por lo colaborativo, la soledad por la compañía, la comunicación por la incomunicación.
Así que haciendo un repaso a las situaciones comunicativas cotidianas que, en otros momentos, hubieran supuesto acercamientos espontáneos, tomas de conciencia de que compartimos carencias, miedos y necesidades, de que remamos en el mismo barco, en la misma galera, al ritmo que nos marcan «otros», «los otros«, por utilizar la metáfora de Amenábar, me acabé preguntando cuándo y cómo desparecieron de mi existencia las improvisadas charlas en la tienda de Alfonso, paciente y crítico filósofo de bolsillo, sustituido por la impersonalidad neutra de una gran superficie, la charla regular y periódica con mi amigo Fonfría, empleado de banca, jubilado con antelación y sustituido por una máquina «inteligente«, los ratos de convivencia con los vecinos y vecinas, cuando mi hijo y mi hija compartían juego en la calle, en noches de verano…
Dónde se han llevado todo eso, cómo lo hemos acabado consintiendo, qué grado de responsabilidad tenemos, dónde ha quedado mi análisis crítico -yo, que tanto presumo de tenerlo-, dónde mi espíritu transgresor y revolucionario…
Con el miedo a que tanto interrogante me quitara el sueño, me acosté prometiéndome que la revolución todavía tenía sentido y que, quizás, todavía esté y estemos a tiempo. Nos quieren incomunicados en el mundo de la comunicación, nos quieren solos, porque solos, dejamos de sentirnos humanos, con todo lo que eso conlleva. Nos quieren encerrados en un mundo tan corto como «nuestro adosado», tan alienante como el que se ve detrás del cristal de un ordenador, de una «smart tv» o de un móvil, toda una paradoja, lo de «móvil» ¿no les parece?
No, no lo consintamos, necesitamos comunicarnos «de verdad», sentir que lo estamos haciendo con la proximidad física que da paso a otras mucho más transgresoras y revolucionarias.
Juan Jurado.
Que gran verdad, y que terrible Juan J Jurado. Cuantas personas estamos sufriendo este estado absurdo y de delirio.
Permíteme que te advierta de una posible errata porque el párrafo pierde el sentido si no:
nuestros morros» lo colectivo por lo individual, lo competitivo por lo colaborativo, la soledad por la compañía, la comunicación por la incomunicación.