Hace cuarenta años, Ricardo Martín retrató a Josep Renau.
Hace más de una década escribí sobre esta fotografía. Hoy, ese retrato forma parte de la exposición ‘Las caras de tiempo’, que se puede visitar en La Nau (Valencia).
En 2011 escribía… Tenemos un rostro fotografiado. La toma se realizó en 1981. Muy amablemente, Ricardo Martín me la hecho llegar.
Su fotografía es el complemento gráfico de un reportaje-entrevista de Manuel Vicent titulado “Josep Renau desde un cartel en llamas”.
Apareció en El País el 10 de octubre de 1981. El escritor detallaba aspectos sobresalientes de la vida del artista gráfico, del pintor, del fotógrafo, del fotomontador.
Entre otros, el traslado del Guernica o los exilios de Renau en México o en la República Democrática de Alemania.
Me interesa ahora la fotografía, de una precisión extrema, como todas las que debemos a Ricardo Martín. Me interesa ese rostro, la identidad fotográfica que revela.
No vemos la espalda del retratado. Ignoramos qué acarrea. Yo lo vi en persona por aquellas mismas fechas, en Valencia.
Lo recuerdo pequeño y cargado de espaldas, justamente. Pero recuerdo la impresión que me causó su cabeza, blanca, o sus ojos claros.
Como también recuerdo el bigote cano que era la huella de otro tiempo, de una época de hombres con mostacho, en España, en México.
Conmueve esta fotografía vista ahora, con una revelación que quizá entonces no supimos ver.
Toda imagen tiene un ‘punctum’: eso que Roland Barthes llamaba así para calificar el centro de atención gráfico. Todo retrato tiene algo que sobresale y rasga, que nos interpela.
Aquí vemos a Renau mientras apoya la cabeza en la mano. Vemos las arrugas que surcan su cara, la carne que pesa, la piel cuarteada.
Vemos la americana y la camisa, a cuadros: una indumentaria informal que contrasta con la edad del retratado.
Hay un punto de coquetería o de desaliño juvenil en esa forma de presentarse.
Pero en el retrato se distingue algo que sobrecoge: el cansancio.
Por aquellas fechas, Renau parecía un viejo la mar de joven, un anciano resistente que conservaba la lucidez expresiva del artista que siempre fue.
Había sido un activista, un agitador, un propagandista. Había tenido una vida convulsa y su vuelta a Valencia confirmaba su fortaleza.
Ricardo Martín supo captar lo vivido, pero sobre todo supo mostrar el agotamiento de Renau, un vaticinio.
El artista valenciano posa ante el objetivo, lo mira directamente, pero los ojos vivos manifiestan un cansancio extremo, subrayado por las bolsas: un cerco.
No hay sonrisa ni gesto expresivo. El artista prácticamente se recuesta y sólo su mano le impide caer.
Un año después, justo un año después, Renau fallecía.
También Disdéri, el creador de la ‘carte de visite’ en el siglo XIX, el activista de la fotografía, se hizo un autorretrato con la mano en la cabeza.
El retratista francés no miraba a la cámara: posaba de manera aparentemente distraída.
Siglo y pico después, Renau es captado por Martín. ¿Tienen algo en común?
Ese gesto, tantas veces visto. Es el ademán de la reflexión y del cansancio. Pero también de la naturalidad con la que tantos varones se han hecho retratar.
Recostado sobre una mesa, sobre un aparador, el hombre nos mira y reflexiona. En algunos casos hay algo de desesperanza; en otros hay algo de desenvoltura.
Justo Serna.
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