«Gracias, gracias, qué bien canta el pajarín
que me conoce, cómo dice mi nombre».
La anciana que se sienta en el banco
todas las tardes del año
haga frío o calor,
sonríe y me mira maravillada
por el espectáculo que le regalan
los pájaros que viven en el árbol de la mediana.
Mientras, también todas las tardes
mi perra, al ir a mear bajo su tronco
se detiene a cada poco,
se echa en la acera y no avanza.
Pero hoy las reglas del mundo han cambiado
y la anciana no se enteró,
llega la policía y se despliega
por algún asunto suyo
sin dudar,
como no saben hacer quienes piensan.
«¡Vamos, Bonnie!, ¡vamos, Bo, mea!»,
apremio a mi perra, que no sabe nada.
La anciana le extiende un brazo a un agente
y le da, sin que él se dé cuenta,
la llave del misterio de la felicidad extrema:
«el pajarín me conoce, cómo canta mi nombre».
El agente quiere disimular,
pero los ojos en las ventanas
le recuerdan lo suyo.
Después de dudar,
como hacen quienes tienen algo de corazón,
se dirige a la vieja:
«¿qué hace aquí?,
¡tiene que irse a casa!,
¡déme el DNI!».
La anciana abrumada,
duda
como hacen los que aman mucho y bien,
se levanta con el bolso en el estómago
y la sonrisa quebrada, y marcha.
El policía regresa hacia mí
y pienso que mi perra tiene miedo,
como yo,
y que muerde si se ve atrapada.
«¡Vamos, Bonnie!, ¡vamos, Bo!,
que sólo quedamos los locos
y los vulnerables,
los cuerdos están en casa,
que me temo que el mundo
después de esto no cambiará nada.
De eso ya está enterada la anciana».
Sema Dola
Imagen: Estatua instalada en un parque en pleno casco viejo de Bilbao para concienciar sobre la soledad no deseada,
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