Despertares que lustran el sueño, se abren con una sonrisa de contrapaño, contemplando el día que se despereza en la ventana. Reconozco, que antes eran casi todos así. Ahora no. Olvidé lo que es despertar feliz, y no es por falta de ganas, que va. Ocurre que las nostalgias viejas, las heridas recientes y los recuerdos almacenados en la alacena de una memoria impía, me lo impiden.
Los de ahora, son despertares broncos, infames, donde al abrir los ojos, una se pregunta cuál y como será un día más que nace sin pedirlo. Con un acto de voluntad, casi heroico, se da el paso fuera del lecho retomando las rutinas trilladas y el amplio contenedor de actos cotidianos. Incluso en esos momentos una se pregunta, para qué volcar en letras lo que nubla la mente. Para qué expresar, contar, espolear la imaginación si al cabo, pocos son los lectores, casi nadie corea la sangre que derraman las letras concebidas en un cubículo estricto y solitario. Se decide, que mejor callar, que no sirve de nada escribir, que jamás se llegará a ningún sitio. Me juramento en dedicar el tiempo a musarañear, o simplemente dejarme ir por el sendero de las causas perdidas.
Entre tanto, las rutinas se crecen, el sol se asoma, descarado, por casa; la bahía se mece, al tiempo que una dulce liturgia de deseo y pasiones se encuentra con el ánimo yerto del despertar. Y levanto la tapa del ordenador (con desgana, o con rabia, dependiendo del día) Y pulso alguna letra luego del tirón caen las palabras, más tarde, casi sin querer, el texto va tomando la forma de algo con sentido. Poco a poco dejo atrás la certeza de que los importantes, jamás tomarán cuenta de mi escrito, de que pocos o nadie (de esos que marcan las pautas culturales) repararán jamás en una outsider que escribe por no abrirse las venas.
Conforme el texto avanza, la bruma se despeja, invade una suave sensación de paz. Un calorcito sube por las piernas arriba y a poco, me estremece una felicidad que para si quisieran los sinsorgos que marcan las pautas de la intelectualidad.
Porque en solo una uña que cercena mis dedos, caben más sueños, que en cualquiera de esas cabezas coronadas que forman la cultura oficial. Más tarde, ya no importa que no me lea nadie, que jamás encuentre una crítica en pagina cultural de postín. Más tarde, me da igual, porque ya estoy borracha de una felicidad que se llama escribir.
MariaToca Cañedo.
Maria, sigue escribiendo,siempre. Tu alma te lo pide y muchas más te lo agradecemos.
Gracias por tus palabras. No podría vivir sin hacerlo…