Estás nervioso, hoy es un día diferente. Te sientas delante de ella, ajustas la raya de tus pantalones, te pasas el pañuelo de tela por la frente, has sudado al subir las escaleras. Ella está, como siempre, aparentemente tranquila detrás del escritorio, hoy lleva una camisa suelta y adivinas que lleva falda. Casi siempre lleva falda.
La conociste por recomendación de un compañero de la oficina después del ataque de agresividad que tuviste hace siete meses. Ella tiene experiencia en tratar este tipo de trastornos. No querías venir a la consulta, eras reticente a ir a terapia. Ella es psicóloga, no te importa su escuela, no entiendes de corrientes, solo quieres recuperar tu vida normal, tranquila, tu sueño reparador.
Aquel arrebato te costó el trabajo, agrediste a la directora de sección. Dado que estabas cerca de los sesenta y cinco, te propusieron una jubilación anticipada. Pierdes algo de dinero, pero no te importa no quieres volver a verlos, solo a Alberto, el único amigo en treinta y cinco años de trabajo. La psicóloga te trató con mucha amabilidad, incluso con ternura. Fue haciéndote preguntas. Ella está siempre serena, no se altera, aunque tú levantes la voz algunas veces. Vienes dos veces por semana, lunes y jueves. Demasiado dinero, pero necesitas recuperar el sueño.
Te hace preguntas, quiere saber cómo han sido tus padres, dónde has crecido. El primer día te quedaste callado, no querías contestar, sentías miedo, sin decir una palabra durante media hora y en el último cuarto empezaste a hablar atropelladamente de tu padre y tu hermano mayor, de tu madre solo dijiste que era maestra de colegio, a tu hermano pequeño ni lo mencionaste.
Ella entendió, aunque no te dijera nada. Los siguientes días fueron más fáciles. Has creado una rutina, ya no necesita hacerte preguntas, tú hablas, vas al pasado, mencionas a un hermano pequeño del que no sabes nada desde hace mucho tiempo. Ella está allí, no toma notas, pero lo memoriza todo. No la ves, porque te tumbas en una chaise-longue. No lo llama diván, empleó ese otro término, porque es de origen francés, Madame Cauchemare. Estás de espaldas a ella y hablas. De vez en cuando te interrumpe y te hace alguna pregunta.
Ya le has hablado de tu mujer y tus hijos, un niño y una niña. Para ti lo son todo. Paz es maestra como tu madre, Sergio acaba medicina en dos años, como tu hermano mayor, y María no sabe qué hacer, le cuesta estudiar, y le gusta mucho la fiesta, pero cambiará, todavía es adolescente. Mme. Cauchemare no señala nada, como si no tuviera interés en que seas feliz con tu familia. En otra sesión vuelve a preguntarte por ellos, entonces sí muestra más atención y acabas contándole que te preocupa que tu hijo sea un adicto al juego. Lo has descubierto hace poco y no sabes cómo gestionarlo. Crees que se ha juntado con malas influencias en la universidad. Y confiesas que María es demasiado alocada y salvaje, no crees que sirva para nada, solo maquillarse y grabarse con el móvil. Tienes ganas de llorar, pero te contienes. Sientes rabia, porque Paz te va a dejar, ya no aguanta más. Te vas a quedar solo con dos hijos incontrolables, que te van a arruinar. Eso es lo que te aterra la ruina, tu imagen en la ciudad de provincias, que esos secretos familiares salgan del chalet en el que vives.
Hoy estás incómodo, te acercas el pañuelo a la boca y toses, no sabes cómo empezar. Ha sido un día duro. Llevas ya más de un año con problemas y por eso estás aquí. La muerte de tu hermano mayor te dejó bloqueado, perdiste a tu consejero, tu protector, todo. Habíais crecido muy unidos. Ella hoy te pregunta por tu hermano pequeño ¿Cuándo se fue de casa? ¿Por qué no teníais contacto? No contestas, en realidad no lo sabes, el pequeño era muy diferente a vosotros, no lo aceptasteis, os llevabais demasiados años con él. ¿Qué importa eso? Lo que no puedes aceptar es que aparezca ahora y que pretenda heredar cuando mueran tus padres, eso no puede ser, necesitas ese dinero para tapar los agujeros que dejan tus hijos, la hipoteca de la casa, cerrar la caja de los secretos. No, tu hermano no ha mencionado el dinero, ni siquiera sabes a qué se dedica, si tiene una buena posición económica, pero ¿Qué vas a hacer con el hijo pródigo? Ella no dice nada, la hora se ha cumplido.
Suena el teléfono. Mme. Cauchemare escucha, tú comienzas a incorporarte, estás algo mareado. Ella solo dice “sí, aquí está”, luego se dirige a él y le dice que se tome su tiempo, que no tenga prisa en salir, nadie viene después, ella le deja solo en la sala.
Antes de que te des cuenta una pareja de la Guardia Civil está delante de ti con una orden de detención por el asesinato de tu hermano pequeño. No tienes salida, ella te contempla desde la habitación de enfrente sin decir nada, cuando arrancas a andar, entonces se dirige a ti:
—No temas, no te vas a quedar solo, seguiremos nuestra terapia en la cárcel.
Arancha Naranjo.
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