La Libre

Te vi de forma tan casual, que casi ni reparo en tu persona. Ya sabes, las que vamos en coche estamos atentas al tráfico,  no a los peatones, a menos que saltéis a la calzada con riesgo de caer entre las ruedas. Y tú estabas esperando en la acera. Mis ojos, cansados del día, tenían la luz justa para llegar a casa, acarrear la compra que realicé después del trabajo, cenar y ponerme a escribir, que es como yo amparo el estrés y aplaco las miserias de la jornada. Era viernes, la nevera me gritó por la mañana que había que llenarla, los niños tienen la boca grande y el deseo muy amplio. Por eso llevaba en la cabeza subir a casa haciendo, por lo menos, dos viajes con todo lo comprado. El cansancio que debía dibujarse en mi cara, ponía el contrapunto a una soleada tarde.

Se puso ámbar el semáforo, paré. El tráfico, no permitía aventurarse en pisar para alcanzar al próximo. Paré, con tiempo de pasear los ojos por el área circundante. Entonces fue cuando te vi.images (14)

Al principio, lo confieso, esteta como soy, tu aspecto me impactó más de la cuenta. Ceñías unas caderas a punto de estallar unos shorts muy cortos. Remataba la vestimenta una camiseta  que hería a  los ojos de puro cárdena. Las piernas destacaban por lo blancas y gordas. Gordas hasta la extenuación. Mullidas, ojerosas, punzaban  los ojos acostumbrados a que el personal oculte lo que sobra. Y yo, fíjate, que me gano la vida adelgazando cuerpos, embelleciendo torsos, aunque también intento, hacer algo por dentro, pero seamos sinceros, el grueso de mis ingresos llega por arreglar a gente como tú, te contemplé inspeccionando el volumen y el tiempo que llevaría reconstruir tu cuerpo. Por eso, durante unas milésimas, te juzgué, te lo juro. Puedo disculparme por ello, pero prefiero confesarlo y atenerme a que me juzgues o castigues.   Imagino que estarás acostumbrada, así somos el común de los mortales, nos creemos con el derecho a decidir sobre cuerpos ajenos. Pensé: ¡santo dios, que masa de carne! Ahora puedes apedrearme, pero mejor espera, que sigo.

 

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Subí los ojos hacia tu cara: redonda, oronda, tan blanca como alunada. Portabas en ambos oídos unos auriculares que debían sonar porque movías el cuello, los hombros, y poco a poco torneaste las enormes caderas siguiendo el ritmo que solo tú oías.

Al contemplar el espectaculo de tu alegría, te juro: me avergoncé . Contemplé a un ser tan feliz, tan a gusto consigo ,  escurriéndose del mundo, que te pedí perdón desde el caparazón que ofrece mi vehículo. Te sentí  entera,  pletórica,  en la acera esperando a cruzarla, rodeada de gente que ni veías ni oías, porque tu cuerpo y tu mente se mantenían atentos a la música que te hacía bailar. Y te envidié.  No tendrías ni dieciocho años y ya saltabas el puente que cruza la cordura hacia  la libertad, eso que a muchos nos cuesta años tú lo tenías de sobra.

 

Yo, que me gano la vida cuidando y embelleciendo cuerpos como el tuyo, sentí que daba igual. Eras tan libre, tan feliz, que  era indiferente si tus muslos desbordaban un short que gritaba su estrechez. No importaba que tuvieras colesterol o triglicéridos altos. Daba igual porque  eras feliz.

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No sé si con estas palabras me podrás perdonar. Imagino que sí, porque la gente feliz perdona con  facilidad. Al cambiar el semáforo arranqué, llevándome envuelta en mis pestañas tu imagen: esa cara alunada, disfrutona, mientras te  movías acompasadamente, sintiendo que el mundo era tuyo. Prometí escribirte esto. Aunque jamás te enteres, yo, aquí, te pido disculpas y manifiesto que te envidio por feliz y por libre.

 

Texto: #MariaToca

Sobre Maria Toca 1674 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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