Me dice la loquera que para retrasar el olvido lo mejor es hacer dos cosas a la vez: montar en bici y jugar un solitario. Eso ha dicho: montar en bici y hacer un solitario al mismo tiempo. Difícil me lo pone. Mejor era lo de Vittorio de Sica que en la bici el galán iba detrás y Sofía Loren delante, haciendo de amazonita de perfil en la barra. El galán le daba a la labia mientras pedaleaba, y Sofía se reía mucho. El olvido. Le digo a la loquera que a ver si lo mío son los años, y ella dice que no, que mi olvido está fotografiado por una compañera suya de medicina nuclear. Y me enseña la imagen. A mí me parece que pudiera ser una ecografía de un nasciturus, pero ella insiste en que no, que vamos a trabajarlo. El olvido. Esta noche, a solas conmigo, me llegan nombres de amigos muertos como Nino Sánchez del que sólo me acuerdo yo caminito de Tejares, o eso parece. Yo, que padezco de olvido, tengo en mí el verso de Vallejo: «Me moriré en París con aguacero un día del que tengo ya el recuerdo«.
Creo que, además del olvido, me repito mucho y doy la vara a todo el que pillo con la guardia baja. Así que no sé si esto que escribo lo he escrito ya antes, o lo ha escrito otro y estamos ante una apropiación indebida como dicen de Rosalía.
Así sucede la sesión:
La loquera: ¿sabe dónde está usted?
Yo: en el baile de las viudas de Callao no, porque usted no tiene cara de viuda.
La loquera: ¿sabe usted quién fue presidente de España después de Franco?
Yo: Carnicerito de Málaga.
La loquera: ¿no fue este? (enseñando una foto de Adolfo Suárez)
Yo: ese es un dependiente del Corte Inglés que elegimos entre ocho clandestinos.
La loquera dice que otro día más, que por hoy ya basta. Y que siga escribiendo porque al esforzarme, el mal se retrasa. Le digo que bueno y me voy. Y cuando me estoy yendo, oigo a la loquera que le dice a mi santa: tenga paciencia con él. Mi santa contesta: llevo 53 años de paciencia con él.
Llego a casa un poco desasosegao porque escribir prosa no me cuesta ningún esfuerzo. Así que pruebo con la poesía. Al día siguiente llamo a mi hermano Manuel López Azorín y se lo cuento. Me dice que de acuerdo conmigo y que si he empezado ya a escribir poesía. Y dialogamos, que el diálogo ayuda mucho.
Manuel: ¿ cuándo empiezas a escribir poemas?
Yo: ya he empezado.
Manuel: ¿ tienes un poema?
Yo: entre la tarde de ayer y la mañana de hoy he escrito nueve.
Manuel: ¡Nueve poemas en dos medias jornadas! Tú estás loco.
Yo: lo sé, por eso voy a la loquera y escribo poemas.
Manuel: para ya, que vas a volver loca a la loquera.
Yo siempre hago caso a Manuel, pero antes de ponerme el delantalito blanco para hibernar, caigo en la tentación por si no vuelvo o vuelvo en peores condiciones y dejo aquí un poema para la loquera. Luego lo tiro a la papelera.
He visto a un bastardo
entrar en la tumba de mi padre
morderle los besos
los míos
los que se llevó
con su apagón pulmonar
a la espera de mí
cuando mi viaje.
Que los saque al sol
que los devuelva:
me los debe.
Valentín Martín
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