Escribe Javier Cercas en un desafortunado articulo (https://elpais.com/opinion/2023-09-13/no-habra-amnistia.html que una supuesta amnistía representaría un fracaso para la democracia española, sencillamente, porque ésta sería interpretada como un aval de aprobación a la conducta de los autores del Procés, una especie de «ustedes tenían razón» que socavaría los cimientos de nuestra democracia y del espíritu de la transición.
Para justificar la maniquea interpretación, Cercas recurre a algo tan discutible éticamente como el dibujo parcial e interesado de la realidad. Para el señor Cercas, la amnistía preconstitucional que facilitó la transición pacífica a la democracia se hizo para darle la razón a los demócratas y quitársela a los herederos de la dictadura. Una verdad a medias, que le viene al columnista a pelo para justificar su tesis. Porque la verdad completa es que el fin primordial de aquella amnistía fue el de establecer una marco de convivencia que permitiera a unos y otros afrontar un periodo nuevo de tolerancia, que, desde luego, no tenía por qué implicar el olvido de lo sucedido, pero sí situarnos en un kilómetro cero.
Desde mi punto de vista, la potencial amnistía no tiene por qué suponer una validación encubierta de la conducta de los independentista catalanes, sino el establecimiento de un kilómetro cero, que permita seguir en la senda de la recuperación de la convivencia pacífica en Cataluña. Sin olvidar los errores que se cometieron en un lado y otro en la gestión del problema, se trata ahora de seguir restañando las heridas hasta llegar a una convivencia plena en el marco de la Constitución.
Soy de los que piensan que, al independentismo catalán, se le derrota social y políticamente o no se le derrota. Los pasos valientes dados por el Presidente Sánchez en este sentido, poniendo en la calle a parte de los encausados, parecen demostrar esto, si analizamos los resultados de las elecciones del 23J en Cataluña. Algo que no ha gustado en las dos orillas enfrentadas, es decir, las de los nacionalismos excluyentes, el catalán y el español, porque está claro que ambos se alimentan de ese enfrentamiento.
En este sentido, si el Presidente Sánchez es capaz de aguantar los embates tanto de la derecha política y mediática, como los de los «buenos» de su partido, se puede convertir en el Presidente con el que se comenzó a escribir el final de uno de los problemas más enquistados de la Historia de España, el problema territorial. Con ello, se acabaría demostrando que, en la España del siglo XXI, cabe una pluralidad conviviente, solidaria y justa entre los distintos territorios.
Sí, he escrito «solidaria y justa«, mucho más que la que promueven esta unidad patológica en singular, que han venido contribuyendo desde los inicios de la democracia a ese desequilibrio económico y social con dádivas y favores continuos a las dos nacionalidades donde el independentismo podía suponer un problema. De esto saben mucho los señores González y Aznar, pastores desde hace tiempo de la misma iglesia, de un evangelio trasnochado y acomodaticio a sus intereses personales.
La «s» de Sánchez debe ser el signo del plural con el que se escriba el futuro de España. Ojalá resista el temporal que viene.
Juan Jurado.
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