Habla la leyenda de una hermandad, una comunidad de estrellas o divinidades o seres con cualidades especiales. Cuenta cómo uno de ellos lanzó su honda y formó una quebrada en la montaña… y los cuatro puntos cardinales. Dice que sus hermanos se asustaron ante tanto poder y fuerza, así que lo encerraron en una cueva y él, a raíz de esta traición lloró y lloró sin obtener compasión. Tantas fueron sus lágrimas que se transformaron en cristales de sal, sal morada, sal rosada, sal de dioses, sal de Maras. Sal que brota desde el interior de la Pacha y nos nutre, nos recuerda la energía de Ayar Kachi.
Hoy tu fuerza y osadía me encierran en mi cueva, me vuelvo negra como cuerva, me revuelco y me envuelvo en la oscuridad más siniestra.
Hoy reconozco en mí el poder de mi estrella, de mi niña, de mi mujer guerrera, tierna, acogedora, tejedora…
Hoy integro mis lágrimas con mis gritos y mis penas. Las recojo en montañas saladas, aladas. Y cocino con ellas la realidad que me espera.
Hoy hago magia… después de la tormenta.
Fotografía y texto: Silvia Maza
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