Reconozcámoslo, cada elección que no sale lo que pensamos que debe salir nos defrauda y nos hace preguntarnos ¿por qué? No es casual que en medio de la más terrible crisis soportada por nuestro país en estos años anteriores ganara por mayoría el PP. Y no, no hay tantos poderosos y ricos en España que votan masivamente a la derecha. Al contrario, muchos de los votantes de esa derecha son gente trabajadora, en paro, depauperada en lo económico y en social. Ocurre lo mismo en Francia donde una vociferante Le Pen arrasa entre las clases populares que se ven representadas por un populismo de corte fascista y vocinglero, como en otros países de UE, que están en la mente de todas. En Turquía un ególatra Erdogan consigue mayorías sin despeinarse con la aclamación de un pueblo al que recorta libertades a pasos agigantados.
Nos preguntamos ¿qué pasa para que ese pueblo que dice representar la izquierda, no sea consciente de quien le pone cadenas y le esquilma? El avance de la ultraderecha en Europa y en EEUU es notorio, nos asusta y nos deja cabizbajas rumiando las causas.
Las clases pudientes, las verdaderamente beneficiadas de las políticas neoliberales, son una minoría, la realidad por dura que parezca es que el propio pueblo esquilmado vota al depredador. Una amarga verdad que debemos asumir. No nos engañemos, las revoluciones fueron comenzadas por burgueses cultos que provenían de familias poderosas. Pocos nombres podemos enhebrar en la historia de personajes populares que despierten del sueño milenario de la opresión y levanten masas. Y pensamos ¿Qué le hace al pueblo someterse con servilismo al cacique que le esclaviza? dándole las gracias por las escasas migajas que desprende de su mesa, al que muestra servilismo y sumisión sin fisuras. Con esos mimbres anda la izquierda y torean los movimientos revolucionarios que en el mundo han sido.
Cierto es que los ejemplos que tenemos de revoluciones triunfantes nos han dejado la boca seca al poco de la euforia producida en el éxito. No hay muchos referentes por más que interesados o ingenuos se empeñen que sí, que los países revolucionarios son paraísos. Con Nicaragua tenemos ahora mismo claro ejemplo de lo que digo. Esa realidad, lógicamente, echa para atrás al pueblo. Pero no es todo. Igual de fracasos registran los países derechizados y no nos fijamos tanto en ello. Fíjense que después de la crisis capitalista de Lehman Brothers, allá por el 2008, los analistas políticos pensaban que el izquierdismo se abriría paso en el mundo y ocurrió lo opuesto. Gobiernos de derechas marcadamente neoliberales tomaron el poder sin ni tan siquiera asumir los errores. En muchos casos los mismos que crearon la burbuja económica y el descalabro se hicieron con carteras ministeriales (Guindos, sin ir más lejos)
En el enfado que se da tras las elecciones tendemos a hacer análisis precipitados de la estupidez de un pueblo que corea a quien le sojuzga. Creo que caer en esa simplificación nos lleva a persistir en el error de pensar que la izquierda, es una élite intelectual que sabe lo que le conviene al pueblo, porque ellos no lo entienden pero hay que sacarlos del error sin más dilación. El error es su voto y el acierto nuestra
idea. Y nos enfadamos porque no nos sigan masivamente porque les espera el paraíso.
Miren un ejemplo: Galicia es una región que su PIB per capita está en
el 10,5 % inferior al conjunto de España. Y eso que ha crecido, porque en 2001, estaba a 22,1% por debajo. Desde la venida de la democracia, salvo un escaso tiempo, las elecciones han sido ganadas por mayoría absoluta del PP, mostrando un amplio consenso popular hacía los chicos peperos que no lo remedía ni las fotos amables con Dorado ni los desfalcos y cacicadas de la Xunta. Hablo de Galicia como podría hacerlo de cualquiera de las autonomías depauperadas del estado. Sirva como ejemplo
¿Qué pasa para que esto sea una constante? Puede que haya condicionantes históricos de un feudalismo no superado, cosa que por ejemplo en Francia no se daría porque resolvieron con Madame Guillotine el problema. Puede ser el gregarismo o el seguidismo al jefe de sociedades primarias. Cuando hay problemas sentimos que la voz del líder, cuanto más autoritaria sea, da seguridad. Un jefe duro conduce a la manada hacia refugio seguro, según atavismos ancestrales. Puede ser. También pensamos en los errores de una izquierda, elitista, que no calza los zapatos del pueblo aislado. Los pueblos y aldeas de la España profunda y agraria muestran respeto por el poder establecido, el que sea. El más vale lo malo conocido, sirve y mucho a la mentalidad conservadora (de conservar lo poco que hay) de ese pueblo al que la izquierda solo visita (y poco) en época electoral con carteles y vocingleros mítines, con un total desconocimiento de la problemática popular. Y ese espacio es bien cubierto por la derecha. No lo duden, la España profunda es de derechas porque ni se plantea ser de izquierda. La iglesia tradicionalmente hizo mucho por mantener esa mentalidad, así como los caciques, reconvertidos en políticos de derechas con ligero barniz demócrata que a poco que se raspe, cae. También colabora el que los medios de comunicación tienden a seguir la senda trazada por la voz del amo…y el amo suele ser de derechas (o de una izquierda tan domada e inepta por la corrupción que se convierte en caciquil, como ejemplo sirve Andalucía) . El poder económico presiona, la televisión pone en solfa cualquier movimiento reparador.
Pueden ser todos esos motivos y más que se me escapan. O no, porque una no es experta analista. Hay uno en cambio, que me parece crucial: la cultura. Un pueblo culto, piensa. Un pueblo culto, duda. Un pueblo culto, no tiene miedo al cambio. Y no somos un pueblo culto. Ya se ocupa el poder (el que sea) de mantener en la inocencia a los gobernados con el dulce propósito de seguir en el machito. Saben que propugnar la cultura –la de verdad, no la titulitis– puede hacerles perder la hegemonía del poder. Y de eso huyen como alma que lleva el diablo.
Quizá por ese motivo, lo más genuinamente revolucionario, lo verdaderamente rompedor, es potenciar una cultura abierta y libre. Abrir las mentes para que permeabilicen de forma que cuestionen cuando las cosas no van bien, quien puede hacerlo mejor o si me apuran, defenestren al poder, siempre opresor, y apuesten por la autogestión. Soñamos, claro.
María Toca
Deja un comentario