Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo olvidado de la China rural, vivía un hombre llamado Ēnshàn’ēn. Su casa estaba en las afueras del pueblo, rodeada de un frondoso bosque y muy cerca de un río cristalino.
Ēnshàn’ēn era conocido por su gran sabiduría y bondad, pero también por su profunda tristeza, ya que había perdido a su esposa muchos años atrás. Desde ese momento, había dedicado su vida a ayudar a los demás, aunque en su corazón sentía un vacío que nada parecía llenar.
Se dice que un día, mientras caminaba por el bosque, Ēnshàn’ēn encontró una caja antigua y polvorienta escondida entre las raíces de un viejo roble. La caja tenía grabados misteriosos y, aunque era hermosa, emanaba una extraña aura de poder. Ēnshàn’ēn, curioso por naturaleza, decidió llevar la caja a su hogar.
Esa noche, al abrir la caja, salió una suave luz dorada que llenó la habitación. De la caja surgió una dulce y serena voz que recitaba estas palabras:
«Yo soy el Amor, y he sido liberado para transformar tu vida y la de los que te rodean. A partir de hoy, mi misión será transformarte para inundar tu alma y hacer que aprendas a difundir el poder transformador de la vida.»
Ēnshàn’ēn, sorprendido y conmovido en sus entrañas, aceptó de buen grado la misión con un corazón abierto. A partir de entonces, todo acto que emanaba de su amor transformaba lo que le rodeaba de maneras asombrosas.
Los campos secos florecían, los ríos volvían a fluir con aguas claras y abundantes peces, y los corazones endurecidos por el dolor de la guerra y la tristeza comenzaban a sanar.
Ēnshàn’ēn no predicaba ni enseñaba. Solo vivía como uno más entre los de su pueblo. Pero, como todo verdadero maestro, había aprendido de su propia introspección. Su amor se había alimentado de su propio dolor. Y había entendido que nadie podía enseñar a amar si antes no amaba a la creación desde su propio corazón.
Los habitantes del pueblo, al ver los milagros que ocurrían a su alrededor, empezaron a imitarle en sus propias vidas. Ayudaban a los ancianos, cuidaban de los enfermos y protegían a los débiles. Aprendieron a sonreír a la naturaleza. Así, el poder sanador de la caja que Ēnshàn’ēn había encontrado fue extendiéndose lentamente. Uno a uno, los habitantes del pueblo fueron transformando el lugar en un remanso de paz y prosperidad.
Con los años, Ēnshàn’ēn, al ver la gran transformación que había causado, sentía que su vida, antes dolorosa, tenía un propósito mayor. Continuó esparciendo el amor que la caja le había entregado y el pueblo prosperó más allá de lo que nadie hubiera podido imaginar.
Al llegar al final de sus días, Ēnshàn’ēn se recostó bajo el mismo roble donde había encontrado la caja. Con una sonrisa serena y una paz profunda en su corazón, cerró los ojos por última vez, sabiendo que su legado de amor viviría para siempre en los corazones de aquellos que tocó.
La caja, ahora vacía y llena de recuerdos, fue enterrada bajo el roble, donde continuó inspirando a las generaciones venideras a creer en el poder transformador del corazón.
FIN
Ricardo Ponce (aka Rodriac Copen)
Deja un comentario