Yo sé cuándo grita una casa. Puedo escucharlas a lo lejos, sentir bajo los pies su temblor de animal asustado aunque apriete el paso y corra para no oírlas. He visto morir muchas muchas casas. Casas que primero se quedaban solas. Eran las valientes de su manzana, las últimas que dejaron de ser queridas por alguien. He tenido que taparme los oídos para no escuchar el lamento de una preciosa casa verde pastel cuando se llevaron a la vieja que vivía dentro, en bata y zapatillas, engañada, a una residencia. La abuela aquella no sabía que no volvería, que no iba a dar una vuelta, que era la muerte quien empujaba su silla de ruedas. Tantas casas abatidas, algunas por sorpresa, por la espalda, indefensas y espantadas de la propia fragilidad. Como castillos de naipes se desmoronaron ante los ojos de los que espiaban, al otro lado de la calle. Nunca entendí por qué aquellas gentes se quedaban a mirar caer las casas de otros como si fueran fuegos artificiales, con una alegría obscena y la esperanza de descubrir por fin el color de las baldosas del vecino que siempre fue un extraño. Puedo deciros, porque las he oído morir, que la última casa, la inútil superviviente, sufre más que nadie. Y que antes de rendirse sueña en voz alta que se convierte en árbol, que se olvidan de ella el tiempo, la grúa de los derribos, los ojos de los que no la habitaron.
(Imagen de la serie Des immeubles isolés, de Ben Marcin, en el que fotografía las últimas casas supervivientes tras la crisis en zonas como Baltimore)
Patricia Esteban Erlés
.._ Hace ya unos 5 años que volví y aunque ya se quejaba, sus lamentos eran acallados por las voces y las risas que impregnaban sus techos altos de vigas de madera y sus paredes anárquicas que cada cierto tiempo eran sometidas a maquillajes según la moda. Las voces y las vidas se fueron apagando y con ellas aparecieron, crudas, las evidencias de la decadencia y el abandono. La quejumbre nocturna, los desconchones que nadie se ocupaba de maquillar, la ausencia de nutrientes y brillos para las maderas anunciaban resignadamente el ocaso de su ciclo.Hoy empecé a consolarla, tras escuchar durante los últimos años los reproches estruendosamente mudos y empezó la sesión de restauración de lo que en su dia fué fortaleza y refugio, matriz y madre..Pasé la tarde consolando las vigas, lijando , lacando puertas y es tan agradecida que, con sólo eso ha empezado a recobrar y devolver con gratitud la energía que se le escapaba a fuerza de no quererla, de ningunearla. Empezamos hoy a renovarnos juntas. Nos necesitamos y seremos espejos, azogues, para sobrevivir devolviéndonos favores que contendrán la historia de todos los que la vivimos.
Me encantaría poder publicarle algún otro relato o artículo de opinión. Si quiere envíe los textos a mi mail personal, mrjt1807@hotmail.es o bien a lapajareramagazine@gmail.com Gracias por ese hermoso texto
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