El viento de verano se asoma mientras Alice limpia cada lampara de su casa; al fondo, su mirada se enfoca en arboles coloridos como el arcoíris que tiñe el cielo amazónico.
- Que lindas pepas – dijo mientras contemplaba de los árboles.
Sus días y noches transcurrían al compás de aquellos árboles de cacahuates y nueces que tanto consentía para alimentar animales de la zona. Algunos abandonados, otros tantos maltratados, pero sobre todo amados por la pequeña Alice.
Con el tiempo los árboles fueron tomando raíces y convirtiéndose en hermosos cascanueces que consumían perros, gatos y ardillas; otros como cacahuates o maní salado que consumían los tapir y yaguarundí debido al esfuerzo constante de la niña Alice.
Con el tiempo los arboles fueron tomando maleza y perdiendo su color, los animales algo tristes nunca supieron que había pasado con Alice; pues, la niña no volvió a mantener los árboles de Cascanueces limpios como lo solía hacer durante el verano estrepitoso.
Solo se entiende que otro árbol de cascanueces creció cerca de los que ya habían y, hasta daban frutos de los mismos tamaños y color que cuidaba Alice.
Franklin Areitizabal Yuste
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