Oigan:
si encienden las estrellas
es porque alguien las necesita ¿verdad?.
Es que alguien desea que estén,
Es que alguien llama perlas a esas escupitinas
En Oigan de Wladimir Maiakoski
Tras la visita a Moscú y San Petesburgo con un grupo de amigos el verano del 2015.
Para Victor
I
Como un rey singular
cada mañana,
más bien temprano que tarde,
me despierto
para supervisar que mi reino
continua resistiendo en su ordenado
desorden,
lo de arriba abajo y lo que durmió a la izquierda a la derecha,
dejo atrás los sueños de dogmas salvadores, sus cruzadas y mitos
y contemplo seguro y satisfecho,
la inusual estructura de este mi paraíso,
con la tinta esperanza
de que cuando la noche llegue
mis jóvenes polluelos
no caigan en la trampa
de querer renegar,
con engañosos trucos,
de este mundo tranquilo
y la seguridad en la que siempre vivieron,
y aunque lo encuentren pobre
con lo que allí aprendieron,
espero que no corran
en hondo griterío
blandiendo en una mano pico
y en la otra un martillo
para cambiar los cauces
que reparten el agua
que fluye por el río,
con la falsa promesa
de que si así lo hicieran,
descubrirán un paraíso perdido
donde el mercado en libertad
se mueve a su libre albedrío,
en un cuento de hadas
de alados pajaritos
dialogando felices con otros animalitos,
Dibujos animados
en los que los adultos,
como impúberes niños,
reverencian el oro de los tontos
que es la bisutería,
de la que si no te proteges
hay momentos que brilla
y otros que, cuando no lo haces,
su prolongado roce
solo nos contraría.
II
Si bien al despertar esta mañana,
en un pequeño hotel de Moscú
cercano al Kremlin,
he observado que una fantasía
de esclavitud e infantilismo,
semejante a un terremoto,
se ha apoderado de lo que fue
la antigua Unión Soviética.
Los señores del ardor blanco,
a fuerza de bendiciones y plegarias
de los síndicos del misterio
que se produce tras las paredes
de los iconostasios,
que fueron enemigos de los “mujiks” y obreros,
han recuperado su verano despótico,
mientras los antiguos siervos proletarizados,
cuya suma hizo temblar al mundo anti bolchevique,
han sido sometidos sin lucha alguna
al fulgor de un nuevo estado.
Mesmerizados por el glorioso canto monocorde
de popes y sayones,
bajo el teatralizado cielo incensado
de las cúpulas bulbosas de las iglesias,
han reconquistado felices
el esclavizador trabajo que antes rechazaron,
soñando que el capitalismo les ha devuelto
a un amanecer dorado
donde en nombre de la libertad
no hay ni explotadores ni explotados.
Ciegos entre las sombras,
nadie recuerda ya los ideales
de fraternidad y libertad
que derrotaron a los Nazis
en la sangrienta batalla
de la ciudad de Stalingrado.
III
Inundados de libertad tornasolada,
bajo un cielo azul que nada turba,
acechan en los aparadores de los comercios
los estragos del cambio.
Tras los cristales refulgen
como adámicas pompas de jabón
ante niños asombrados,
los colores unidos de Benetton, Huggo-Boss
Coca-Cola, Mac Donald y Wolsvagen,
aromatizados con los perfumes de Dolce & Gabana,
Yves Saint/Laurent
y Nina Ricci entre otros,
que indican a los consumidores
que pasadas las calendas del verano
se preparen
para un nuevo desquicio mental colectivo
en la cercana temporada de rebajas
que se acerca,
Las antiguas imagines orladas de ideales
que cantaba Mayakovski en sus poemas,
si es que se guardan,
se ocultan con doloroso silencio en la memoria,
nadie alberga ya un grito
de honrada rebeldía en los pulmones,
por miedo a deshacer el sueño
de unas cuantas especuladoras garrapatas
que reconvertidas en hormigas
y encerradas en blancas limusinas,
de cristales tintados,
viajan como las nubes sobre los abedules,
por las más prestigiosa calles moscovitas
entre flujos y reflujos de moarés luminosos,
champagne francés y exquisito caviar ruso,
observando como la ruleta de la bolsa
sube y baja con el amarrado trasiego
de narcóticos y armas.
IV
Setenta y cinco años de revolución bolchevique
se han derrumbado.
¡Pobre Lenin, como te han troceado!,
los que un día lucharon contra la dinastía
de los “ Romanov” te han traicionado
y la iglesia ortodoxa que siempre te negó,
ha izado a la peana de la santidad
a la familia de los depuestos zares,
para que el pueblo que les ajustició,
de rodillas y humillado,
les adore.
Tras la caída del denostado muro de Berlín,
en aquellos tiempos en los que todavía
en las fronteras de los eufemísticamente
llamados países libres,
no se había puesto de moda
la inmoralidad como virtud
para resolver los problemas migratorios
y el mar Mediterráneo
era símbolo de fraternidad,humanismo y cultura,
con la conocida parábola
del proclamado rey de los judíos,
“solo aquellos que sean inocentes como niños
podrán entrar un día en el reino de los cielos”,
frente a la máxima de Lenin que decía,
“el infantilismo del pueblo
es el primer paso
para la instauración del capitalismo”,
una caterva de políticos y oligarcas
corruptos de la antigua Unión Soviética,
cristianizando en un teatrillo formal
el ansia de libertad de su pueblo,
para poder robarle impunemente su rico patrimonio,
ha implantado un gobierno
de desaprensivos oportunistas y granujas rabadanes,
que negando la sostenibilidad de la quimera
de que es posible conseguir un sistema sostenible y solidario,
sin hambre y sin ni miseria,
han abrazado el neoliberalismo
cambalacheando al infantilizado pueblo ruso la dictadura del proletariado
por la del reino de los cielos
de una sociedad capitalista
en manos de delincuentes y ex políticos corruptos,
que han convertido al pueblo ruso
en un enjaulado y ciego ruiseñor
que democráticamente engañado
canta feliz al levantarse
el tango “Lenicristo”.
Enrique Ibáñez Villegas
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