He vuelto a encontrarme con Pavese, amoroso suicida, en Via Veneto. A Pavese y a mí nos unen muchas cosas: el fracaso, el asma, el amor por una mujer comunista. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, dijo Cesare antes de irse por el camino del sueño. Aquí está en Vía Veneto, cerca del Café de París donde me siento a ver pasar a Claudia -juro que una vez pasó- para confirmar que la belleza está en el esqueleto como asegura Esther Tusquets.
Pavese vive en los quioscos romanos bilingües que me enseñaron el oficio. Literatura para quioscos, dijo Cela con el mismo desprecio de Bogart hacia García Márquez, Vargas Llosa, Juan Rulfo y otros americanos. Ausencia de literatura en los libros de crónicas de Cela, escribió de él sin nombrarlo Caballero Bonald. Esta culpa no es de Camilo sino de Rosario, qué malo es el despecho como dejó escrito Buero Vallejo a quien el propio Cela ridiculizaba: ahí viene Buero que en paz descanse, decía el delator. Buero, que perdió a su padre, a su hijo, y dibujó a Miguel Hernández en la cárcel.
Yo confirmo que fui un escritor de techos bajos, un hombre de quioscos, atónito si berrea junto a mí alguna ballena agresiva. Nunca estuve enfermo de humo y siempre viví de las palabras. Me acostumbré a la fusta -va en el precio- y a la vanidad de los poetas que estiran el pescuezo para aparecer por encima de las nubes sin darse cuenta de que se van a chamuscar con la catenaria.
Calle abajo está el hotel Ambassador, donde llegó Fernando Rey, un señor que se paseaba por mi plaza de Madrid cuando venía a ver a su hija, vecina mía. Las fruteras se asomaban a verle. Cuando llegó Fernando al hotel romano de Vía Veneto, ya estaba allí el truhan de Paco Rabal, otro vecino madrileño. Paco siempre fue muy amigo de hacer favores, y al enterarse de la llegada del protagonista de Viridiana, le llamó:
– Fernando, Fernando, en este hotel si marcas el 3 sube una señorita y te ayuda.
Fernando llamó.
Pero yo estaba hablando de libros. Cuando me preguntan por mí -pocas veces- tengo que confesar que fusilo a José Corredor Matheos, el gran poeta manchego que me presentó a Li Po. Y digo como el chino: escribo para huir de la desolación que me produce el saber que haga lo que haga, nada tiene remedio.
Al escritor Juan Pardo Vidal le dije ayer que cuando te besa una romana es como si te besase cien veces.
Creo que hoy se ha ido a Roma.
Valentín Martín
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