¿Sabes quiénes son? Claro, los menores no acompañados. Así lo solucionamos, con una palabrita nueva, que no suena a nada, ni bueno ni malo, y que viene de un eufemismo atroz, porque donde dice «menores no acompañados» debería explicarse que son chicos abandonados a su suerte. Llegan hasta aquí en patera, solos, o acompañados en todo caso de un miedo atroz. Primero al viaje, luego a lo que se encontrarán.
¿Has conocido a algún Mena? Yo sí. Llegó a mi instituto con una educadora del centro de menores. No hablaba ni una palabra de español y apenas levantaba la vista del suelo. Lo había encontrado la policía en la estación de autobuses, muerto de frío y hambre. Lo llevaron al centro y desde allí intentaron escolarizarlo.
Intentamos planificar un horario con compañeras dispuestas a enseñarle español en sus horas libres. No tenemos recursos porque casi todos los centros que contaban con aula de español la perdieron en los terribles años de la crisis en los que muchos inmigrantes volvieron a sus países y ya no venían esperando encontrar un lugar aquí. Nuestro Mena tenía unos ojos oscuros que dolía mirar, siempre tristes. Pasaba algunas horas en un curso de 4º, de chicos a punto de sacarse la ESO, que vienen de coles cercanos y se conocen. De chicos y chicas con padres y madres que los llevan al conservatorio, a refuerzo de Inglés, a karate. Nuestro Mena no tenía a nadie, solo a cuatro profesoras que a veces le enseñaban frases, que intentaban que aprendiera algo que pudiera servirle. Nuestro Mena estaba solo en los recreos y llevaba una mochila de propaganda que le dieron en la residencia donde otro Mena le pegó y le hizo una cicatriz que le partió la ceja en dos.
Nuestro Mena nos duró dos semanas. No quiso volver y forma parte de esa lista de fracasos personales que acumulamos los profesores. No pudimos hacer nada, no pudimos hacerlo mejor y a veces pienso que estará metiéndose en líos, que intentará robar para lograr algunas de las cosas que le faltan. Otras lo imagino con la mirada en el suelo como cuando vino al instituto, intentando esconderse de los ojos de los demás, de todos los que le hacen saber a cada paso que es un intruso, una carga, una palabra que huele mal, a eufemismo, a tragedia que se pretende ocultar.
Son chavales y están llegando. No son menores no acompañados que entran en un cine a solas o cogen el bus urbano sin sus padres. Son chiquillos abandonados a su suerte por los que nadie apuesta casi nada.
Patricia Esteban Erlés
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