Uno de los abuelos Cebolletas reflexiona en el chat de la XIX sobre el odio y la convivencia: “Hay que aniquilar a 26 millones. Niños incluidos. Nuestra sangre no admite democracia. Nuestros odios son más fuertes que la convivencia”, asegura.
Cuando todos nos preguntábamos de qué caverna había salido esta gente y quiénes eran, doña Macarena Olona tuvo a bien sacarnos de la duda: “Es nuestra gente, por supuesto”, afirmó en el Congreso, sede de esa democracia que ella y su gente “no admite”, pero de la que vive. Gran paradoja y merecido castigo tener que vivir de lo que se odia.
“Nuestros odios son más fuertes que la convivencia”, dice en el chat de la XIX la gente de doña Macarena. No parece la ocurrencia del abuelo Cebolleta contando batallitas a la familia, sino una reflexión muy meditada sobre el odio, sus odios, y las influencias que esos odios, los de la gente de doña Macarena, ejercen sobre ellos mismos y sobre la paz de los españoles. Son odios irrenunciables, superiores, carpetovetónicos, epopéyicos, “más fuertes que la convivencia”, sostienen. El odio puro antepuesto a la avenencia, a la harmonía, a la concordia.
La convivencia, la instintiva y grandiosa acción de compartir la vida con el prójimo, la base de las relaciones sociales, del bienestar y del progreso humano, queda para ellos relegada a un segundo plano o incluso excluida en beneficio de un sentimiento preferente e irrefrenable: el odio del que hablan en ese chat con íntima camaradería, casi con orgullo: “Nuestra sangre”, “nuestros odios”.
Quizá sea cierto que su sangre “no admite democracia”, pero la nuestra sí, la nuestra admite mucha, mucha democracia, tanta que hasta ellos caben, con su odio incluido, con sus malos centros y sus formas paleolíticas de entender el pensamiento y la sociedad. Para la gente normal, que somos la mayoría de los españoles -de izquierdas y de derechas-, la apuesta por la convivencia es mucho más grande que todos sus odios, por muy fuerte que los griten.
José Antonio Illanes
Deja un comentario