Lo reconozco.
Siempre me costó ver el mal.
He tenido serias dificultades en denominar a alguien como mala persona, detectar las intenciones perversas o hacerme caso con vehemencia al observar y notar intentos de manipulación a mi persona o cercanas.
He sido de las que seguían a pies juntillas la máxima de comprender siempre comportamientos ajenos aparentemente incomprensibles, buscar justificaciones existenciales, familiares, de origen o incluso psicoterapeúticas para el daño, la agresión, la mentira gratuita o la deshonestidad.
E incluso he sido capaz de teorizar en conversaciones amistosas sobre la existencia en el mundo de mucha más luz que sombras, de pontificar sobre el bien, así como concepto homogéneo y asumir la existencia desde esa perspectiva muchos años.
Hoy puedo expresar abiertamente y con mucha experiencia ya, desde mi realidad madura, que en ocasiones no hay que sobreanalizar mucho; es más simple, hay personas malas personas.
Sí, hay gente que disfruta con el dolor ajeno.
Seres que jamás se responsabilizan de sus actos, que culpan al de enfrente por sistema, que escapan a la respuesta ante la confrontación de sus hechos y huyen de cualquier tipo de asunción y reparación.
Esos seres existen, son y se manejan por la vida en muchas ocasiones con auténtica impunidad.
Las teorías psicológicas los denominan perversxs, narcisistas, manipuladorxs y otros muchos adjetivos que tratan de explicar lo que nos parece el otro lado, el más allá humano.
Esas denominaciones me interesan en mi plano profesional y me orientan.
En mi vida personal agradezco a mi cuerpo y sus claras señales, a mi experiencia y los aprendizajes que conlleva y a un gran «por fin me hago caso», el no perder ni un segundo de mi energía con lo oscuro, en no darle más espacio justificativo y el sacar la fuerza más contundente que habita en mi:
para no permitir en mi vida ni un minuto, gesto o actitud de maltrato, niguneo, abuso o desprecio por parte de nadie.
NADIE.
Y si ese nadie es un hombre con el que me relaciono íntimamente aún más.
Y sí; ya sé que lo perverso existe. Y la psicopatía sin diagnosticar también.
Eso me salva.
No verlo a la primera y salir corriendo lejos, darme cuenta y obviarlo, sufrirlo y justificarlo me condenaba, como a muchas.
Nos condena. Y estamos aquí para estar hermosamente vivas.
María Sabroso.
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