Margaret Keane, nacida como Margaret (Peggy) Doris Hawkins, en Nashville, Tennesse un quince de septiembre de 1927, está sentada en una zona oscura del club nocturno de moda de San Francisco; su elocuente esposo, Walter Keane alterna mientras expone y vende sus famosos cuadros de “ojos grandes”, de pronto una persona se le acerca y le pregunta si ella también pinta. Imaginamos a la dulce Margaret contemplar la escena con la distancia que da haber perdido la audición siendo apenas una niña. El mundo sin sonidos es ausente, a veces abstrae de la realidad a quien lo padece. Margaret ha tenido mucha suerte en conocer al atractivo y carismático agente inmobiliario, Walter Keane, que se ha casado con ella a pesar de arrastrar un divorcio y una hijita, Jane, nacida de su anterior matrimonio. Para la dulce Margaret es todo un logro que un hombre brillante y elocuente se fijara en ella hasta convertirla en su esposa. Se siente bendecida y agradecida, pero el comentario de la persona que le ha preguntado si ella pinta, le estremece y quizá rompe un dique de contención dentro de su cabeza.
¿Cómo que si ella también pinta? se pregunta Margaret, mientras Walter es rodeado de personas amables que le adulan y de mujeres bonitas con las que coquetea siempre agarrado a una copa bien llena. Margaret, cuando regresa a casa reprocha a Walter haberse adueñado de su obra. Una obra exitosa que les ha permitido adquirir una lujosa casa en California, que tiene piscina privada y codearse con los famosos vecinos que los circundan como Zsa Zsa Gabor, Kim Novak, Adlai Stevenson, Natalie Wood, Robert Wagner, Joan Crawford, Liberace, Don Defore, Merv Griffen, Dean Martin, Helena Bonham Carter, Lisa Marie y Linda Cardellini y que adquieren sus cuadros. Hasta el pope del arte, Andy Warhol le dedica su interés afirmando que esos cuadros no podían ser malos si tenían tanto éxito.
Walter, en la casa que comparten, mojado en alcohol y éxito, convence a Margaret de que es demasiado tarde para contar la verdad. Venden mucho y a buen precio. Su vida y todo el bienestar dependen de esa mentira. Margaret cede al sentimiento de rabia e injusticia y sigue pintando mientras Walter, envuelto en el éxito pasa todo su tiempo en fiestas, engañando a su mujer con otras y bebiendo mucho. Margaret, en cambio, está encerrada en su estudio produciendo durante dieciséis horas al día cuadros para mantener el nivel de vida del tipo que recoge los laureles del éxito.
Hemos vivido esta experiencia en la trágica vida de María de la O Lejarraga, y quizá en muchas más que supieron callar el abuso.
Walter cuenta a los periodistas, cuando el preguntan el porqué de los ojos grandes y tristes de sus pinturas, que se inspira en sus recuerdos de veterano de guerra cuando estuvo en el Berlín devastado del final de la II Guerra Mundial. La contemplación de los niños huérfanos de guerra, que tristes caminan por las calles derruidas, le impresionaron tanto como para pintarlos tiempo después. No, no son esos niños los que inspiran las pinturas de los ojos tristes, es la mirada interior de Margaret que reside en una prisión solitaria mientras su alcohólico marido disfruta del éxito mientras ella naufraga entre sus propias cadenas de soledad. Esos son los ojos tristes que simbolizan las pinturas de Margaret.
Margaret, durante su juventud recibió clases de arte , es posible que su sordera le hiciera amar tanto el arte. Fue en una galería de exposiciones donde conoció al que fuera su segundo marido y carcelero, Walter Keane. Contemplando los cuadros ajenos, la locuacidad y simpatía de Walter la deslumbraron haciéndola concebir la esperanza de que un hombre así se fijara en ella. Ahí nació la terrible sumisión que la llevó a su esclavitud.
En 1965, quizá la paciencia o la capacidad de aguantar a un infiel y alcohólico que gasta todo lo que ella gana en una producción extrema, Margaret, decide divorciarse de Walter, marchando a Hawái donde vuelve a casarse con un periodista deportivo. No vuelve a pintar, quizá agotada y demasiado herida para hacerlo. Años después, en 1970, ante las preguntas insistentes de un periodista al que le parece extraño el silencio pictórico de su ex marido, Margaret, harta quizá del ninguneo, cuenta la verdad. Ha sido ella y solo ella quien pintó los “ojos grandes” Toda la producción pictórica de Walter Keane es suya. Solo suya.
El tipo que vendía casas y dilapidó una fortuna que no ganó pudo haber callado ante la verdad, pero no lo hizo. La acusó de mentir además de denunciarla por injurias. Durante el juicio Margaret ofrece al juez que les pida a ambos, delante del jurado y del público realizar una pintura. Es demasiado para Walter, que se niega a realizar esa pintura dejando en claro la falsedad de la obra pictórica. Walter pierde el caso y decide poner tierra de por medio hasta que se olvide el escándalo.
A los ochenta años, el malvado Walter, sigue proclamando su mentira. Concede una entrevista y vuelve a insultar a su ex mujer, llamándola mentirosa compulsiva e infiel. Imaginamos que la indignación invadiría a Margaret ya que esta vez es ella quien denuncia al tipo. En un nuevo juicio, el juez accede a que pinten, Margaret en 53 minutos exactamente, reproduce una pintura con unos inmensos y tristes ojos grandes. Walter, alega que no puede pintar porque tiene un hombro lesionado. Es condenado de nuevo, esta vez además tiene que indemnizar a Margaret con cinco millones de dólares que se supone es el dinero que se generó con las pinturas de la mujer. Jamás llegó ese dinero a la pintora porque el que fuera su marido y usurpador de su obra, estaba completamente arruinado debido a su alcoholismo y su mala vida ya que había consumido la fortuna.
Margaret, a instancias de su último marido, volvió a pintar. De esa época destaca un cuadro de una niña sumida en la tristeza en una postura fetal que quizá refleje el dolor de vivir de esta mujer.
En 2014 su vida interesa al guionista Scott Alexander, a Larry Karaszewski y el director Tim Barton rueda la película “Big Eyes” basado en la vida de Margaret Keane.
Durante veinticinco años vivió en Hawái, volviendo a California en el último tramo de su vida, que compartió con su hija Jane, y su yerno Don Swigert, en Napa Country pintando hasta el final de sus días incluso durante el tiempo que recibió cuidados paliativos.
Murió en paz, siendo reconocida su obra, el 26 de junio de 2022.
María Toca Cañedo
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