La efímera reina, María Victoria del Pozzo, que lo fue, es posible que a su pesar, de un país convulso llamado España, nació en París un nueve de Agosto de 1847 . Era la primogénita de Carlo Emmanuele del Pozzo, V príncipe de La Cisterna (imaginen la chufla de los españoles al llegar la señora al país de adopción, nada menos que apellidándose Pozzo de la Cisterna, con lo que el apelativo de la Reina Húmeda estaba servido) El padre estaba emparentado con la alta aristocracia de Cerdeña y la madre, Carolina Ghislaine de Mérode-Westerloo, tenía sus raíces en la dinastía Grimaldi, de Mónaco, cuyo abuelo era Alberto I de Mónaco, por lo que deducimos que era pariente lejana de la glamurosa saga familiar de Carolina de Mónaco.
Recibió una esmerada educación, pero un suceso trágico perturbó su infancia. El padre, que sacaba a la madre nada menos que 32 años falleció cuando María Victoria y una hermana menor eran unas niñas. La madre, Carolina Ghislaine, enloqueció de dolor encerrándose con el cuerpo del difunto con las dos pequeñas durante tres días y noches en las que permanecieron velándole sin descanso. La hermana de María, enfermó al mes siguiente de tifus y de tristeza, muriendo poco después, lo cual agravó el estado de la madre. Vistió de luto a la pequeña María Victoria hasta que salió para casarse con Amadeo I, duque de Aosta.
Quizá fue la tristeza y la soledad imperante en su casa, pero María Victoria se entregó a estudiar y a leer. «He vuelto a mis estudios con mucho placer el estudio es para mí lo que el pan para otros, sin estudiar no podría vivir» dijo años más tarde.
Educada en Turín, hablaba a la perfección seis idiomas, era experta en álgebra, economía, derecho internacional, de modales exquisitos y de una suave belleza.
El 30 de Mayo de 1867 se casa con Amadeo I, en la capilla del Palacio Real de Turín. Amadeo, gallardo y guapo, era hijo de Víctor Manuel II, rey de Italia. Tuvieron dos hijos, mientras en España el desbarajuste que propiciaba Isabel II hace insostenible su reinado. A la zafia reina nadie la apoyaba, ni los monárquicos recalcitrantes. Isabel era poco menos que analfabeta, nacida y criada para ser reina, sin haberle proporcionado
educación ni cultura, vivía para sus excesos y caprichos. La reina perdía el sentido ante dos cosas: la comida y el sexo. Hay anécdotas divertidas de cómo no solo se soltaba el corsé con tal de seguir aprentándose un cocido, sino que se lo quitaba a la menor ocasión. Hay prueba de ello en algún restaurante de Madrid, que guarda a buen recaudo el corsé real. De sus apetencias sexuales nos remitimos a diversos libros de historia que lo refieren, incluso, Gustavo Adolfo Becquer publicó unos pornográficos dibujos sobre la voracidad de la reina. Se podría decir que España estaba en manos de una orate.
En 1868 el estamento militar apoyado por gran parte del pueblo, se levanta en una revolución que se ha dado en llamar la Gloriosa, o la Septembrina. Dura poco la revolución, solo diez días, debido a las diferentes facciones que la producen (republicanos, liberales, monárquicos, carlistas) El detonante de la Revolución, además de la decadencia borbónica, fue una crisis económica brutal. La primera crisis capitalista de España. La reina de vacaciones perpetuas era incapaz de poner orden en la división de poder y de intereses políticos que agitaban el panorama español.
En una parte de los revolucionarios estaba la idea de la democratización del país. Unos buscaban una monarquía parlamentaria con la concesión de una Constitución que recogiera el sufragio universal (masculino, a las mujeres ni voto ni nada) la separación iglesia del estado y la europeización de un país que en su esencia era medieval y profundamente iletrado y pobre.
Los republicanos aborrecían instaurar una monarquía pero cedieron ante la potencia de los monárquicos que se vieron obligados a buscar entre los reyes europeos alguien que quisiera ceñirse la corona española. El general Prim, ilustre militar de ideas progresistas, respetado y admirado por el pueblo debido a sus campañas en la guerra con Marruecos, se decantó por el hijo del rey de Italia.
En esos momentos, Italia era una monarquía moderna, culta, parlamentaria. El joven Amadeo y su culta esposa le parecieron al general lo mejor, o lo menos malo, para traer a España una democratización supervisada por un rey. Cierto es que fueron varias las tentativas que se vieron frustradas porque nadie quería ceñirse la corona de un país medieval y en bancarrota.
Los enemigos de Prim eran tantos que resultaban incontables. Monárquicos borbónicos, que buscaban un rey absolutista que garantizase sus privilegios, negreros que odiaban las ideas liberadoras de los esclavos que mostraba Prim. Por el lado opuesto, los republicanos que sentían la traición del general revolucionario al impulsar una nueva monarquía, por mucho que fuera liberalizadora. Tantos y tan poderosos enemigos fueron que el 27 de Diciembre de 1870, al mismo tiempo que don Amadeo y María Victoria ponían rumbo a España para ser coronados reyes, Prim a la salida del Congreso de los Diputados, en vez de ir a una cena que tenía con su logia masónica de la calle Arenal, decidió hacerlo en su casa; a la altura de la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas, su carromato fue interceptado y tiroteado. Las heridas no parecían muy graves, incluso entró por su propio pie en su domicilio (hoy Ministerio del Ejercito) pero tres días después murió víctima de una septicemia.
El cuerpo de Prim fue embalsamado, jamás se encontró al instigador de su muerte, debido a los numerosos y fuertes enemigos del general. Fue enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres, trasladado a Reus en 1971 y más tarde analizado su cuerpo por dos universidades con la consiguiente controversia en las conclusiones que sacaron de analizar al cadáver.
Amadeo y María Victoria llegaron a España cuando Prim, su gran valedor, había expirado por lo que se vieron completamente desprotegidos. Fueron poco más de dos años de reinado, donde Amadeo prohibió el esclavismo en Puerto Rico y tramitaba lo mismo para Cuba, con el consiguiente enfado de los grandes terratenientes que forjaban su fortuna gracias a la mano de obra esclava.
Mientras María Victoria, se dedicaba a entender y mejorar al pueblo español.
En sus paseos por Madrid, se quedó horrorizada ante la visión de las lavanderas del Manzanares. Mujeres viudas que llegaban a la capital, de procedencia gallega en su mayoría (la madre de Pablo Iglesias entre otras) dedicándose a lavar en el río mientras los hijos, descalzos, medio desnudos, brujuleaban por la ribera. Para conocer mejor las vivencias terribles de esas mujeres y de sus vástagos pueden leer el primer tomo de La Forja de un rebelde de Arturo Barea.
La visión de esos niños desarrapados, sin colegio y con hambre le hizo concebir la idea de impulsar una guardería para que, mientras las madres lavaban en el río, ellos pudieran estar a cubierto y recibir la enseñanza y estudios correspondientes. Fue la primera guardería de España. También realizó un albergue para las lavanderas que ya mayores no podían realizar tan duro trabajo. Todas las obras fueron financiadas con su propio dinero.
Amiga y confidente de Concepción Arenal, le otorgó la enorme cantidad para la época, 100.000 pesetas mensuales para las acciones sociales de la ilustre letrada. También ese dinero salía de su fortuna personal. Incluso cuando ya no residía en España, Arenal seguía recibiendo el dinero de María Victoria. Se lo hacía llegar de forma anónima, con la firma de MVPM (María Victoria del Pozzo y Mérode.
Patrocinó la cultura, apoyando las artes y las ciencias creando la Orden Civil de María Victoria que premiaba a las figuras más destacadas de artes y ciencias, sin distingos de género ni clase social. Campoamor, Casado del Alisal, Eslava, entre otros, recibieron el impulso cultural de la reina consorte.
Nada de lo que hizo caló en el pueblo, ni en la camarilla aristocrática que añoraba a los Borbones como adalides de sus privilegios. María Victoria fue despreciada por los/as cortesanos. Al nacer su tercer hijo en Madrid, ninguna de las damas de la corte quiso amadrinarlo.
En julio de 1872, volviendo de su paseo por el Retiro madrileño, un coche se atravesó entre el que conducía a los reyes, en la misma calle Arenal disparando al interior. El rey protegió con su cuerpo a la reina, recibiendo un tiro en la mano y ella asustada y sobrecogida se desmayó.
Amadeo de Saboya, a pesar de su acto de protección en el atentado, no fue un marido fiel y amoroso. Cierto es que su galanura le acercaba a las damas de la corte que él supo aprovechar. Hubo amantes famosas de Amadeo entre las que destaca la hija de Larra, Adela de Larra.
Hartos de un país que no cejaba en su cruento enfrentamiento, Amadeo y María Victoria deciden abandonar España. Ella marcha, junto con sus pequeños, al exilio a Portugal, en un viaje demoledor, en un destartalado tren, sin comida y con frío. El rey, hace una proclama famosa al abandonar el país que nunca le quiso:
«Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada vez más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males».
Comprobamos que seguimos en las mismas que echaron a Amadeo de Saboya.
Doña María Victoria muere en San Remo el ocho de Noviembre de 1876, de una tuberculosis. Poco más de veintiocho años tenía tan singular mujer.
Fue enterrada en la Basílica de Superga de Turín dedicándole las lavanderas españolas este epitafio: «En prueba de respetuoso cariño a la memoria de doña María Victoria, las lavanderas de Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona, a tan virtuosa Señora».
Quizá fue una de las innumerables oportunidades desaprovechadas por el pueblo español que tornó a confiar en manos borbónicas su escabroso futuro.
María Toca Cañedo©
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