Nació Mary Cassat en 1884, en Allegheny City, Pensilvania. Su familia era de clase media alta. El padre Robert Simpson Cassat fue agente de bolsa enriquecido con el comercio de algodón. La madre de Mary, Katherine Kelso Johnson fue una mujer de gran cultura y refinada; e tuvo gran influencia en su hija, tanto que una de sus mejores amigas Lousine Havemeyer confirma que al conocer a la madre se podía entender perfectamente la finura intelectual de Mary. Tuvo siete hermanos de los que sobrevivieron cinco, entre ellos su hermana Lydia con la que Mary convivió hasta el final de los días de Lydia, que murió en París, dejando a su hermana desolada.
La familia se muda a Filadelfia cuando Mary tiene solo seis años y comienza a estudiar aunque los viajes son constantes durante toda su infancia. Visita junto con sus padres, París, Londres, Berlín, aprende alemán, francés, dibujo, música. Pronto se siente atraída por la pintura y comienza a admirar a Delacroix, Degás, Combert, que visiona en uno de sus viajes a Francia en la Exposición Universal de 1855. A los quince años comienza a estudiar pintura en Pennsylvania Academy of the Fine Arts. Se rodea de amigos bohemios mostrando ideas progresistas y feministas que asustan a sus cultos pero conservadores padres. En la academia no se encuentra a gusto, a la limitación de la imaginación se une el que no puede pintar cuerpos porque está vedado a las mujeres los modelos desnudos. Se tiene que ceñir a moldes de escayola como muestra anatómica. Solo asisten un 20% de mujeres, casi todas están por el aprendizaje social que suponía conocer el arte. No es el caso de Cassat, que ansía pintar y hacerse un hueco dentro de las celebridades pictóricas. Se cansa de los anodinos estudios y no llega a recibir la titulación de la Academia, que abandona con gran disgusto del padre. Marcha a París de donde procede la familia. En su primer contacto con la capital francesa es acompañada por su madre y un grupo de amigos.
Intenta recibir clase en la École des Beaux-Arts, no es posible debido a que está negada la presencia femenina en las aulas, por lo que decide pedir a los profesores de la École que le den clases particulares. Jean León, refutado profesor le da las primeras clases a las que se une más tarde el compañero, Eakins. Durante ese tiempo visita a diario El Louvre en donde copia sin cesar las obras que la interesan además de relacionarse con otros pintores y mujeres pintoras, ya que ellas no podían asistir a las tertulias de los cafés por tener vedada su presencia en ellos, reuniéndose, por ello, en las salas del museo.
En 1868 es aceptada, con el cuadro, A Mandoline Player , por el jurado de selección para el Salón de París junto con Elisabeth Jane Gardner. Fue una de las primeras pintoras americanas en exponer en el Salón.
Quizá frustrada por no conseguir autofinanciarse y seguir dependiendo del dinero que la entrega su padre, el justo para sobrevivir pero sin asignación para los gastos como pintora, regresa a América, incluso durante un tiempo busca un trabajo alejado de la pintura como forma de liberarse de la tutela familiar. “He renunciado a mi estudio… desgarro el retrato de mi padre, no he tocado un pincel durante seis semanas ni volveré a hacerlo hasta que vea alguna posibilidad de volver a Europa. Estoy ansiosa por salir al oeste el próximo otoño y obtener algún empleo, aún no he decidido a dónde” son sus desalentadoras palabras. Mary, sufre por ello y a la menor oportunidad retorna a su vocación pictórica. Le llega un encargo del Arzobispo de Pittsburgh, que le encarga la copia de obras del Corregio, en Parma. El Arzobispo le proporciona dinero que cubre los gastos . Ella confiesa su felicidad: “qué feliz estoy de poder trabajar, mis dedos pican y mis ojos lloran por ver una buena pintura otra vez”
En Parma su suerte cambia, le compran Two Women Throwing Flavers During Carnival, para el Salón 1872, en donde consigue la atención del mundo del arte. Poco después viaja a Madrid y Sevilla donde pinta obras basadas en pintores españoles.
En 1874 decide vivir en Francia instalándose junto a su hermana Lydia en un estudio de Piras.
Pronto constata que el arte realizado por mujeres es menospreciado en la sociedad, a menos que la pintora esté “apadrinada” por algún maestro, cosa que le resulta repulsivo. Ella pretende destacar tan solo por su arte. En 1877, ante un nuevo bajón de ánimo por el escaso éxito de su obra, estando a punto de abandonar de nuevo conoce a Degás quien será definitivo por la colaboración que establecen y la influencia que el pintor hace en la obra de Cassat. Labran una relación que dura años, de mera amistad ya que ambos eran de talante conservador y habían apostado por una vida de castidad. Cassat debido a sus ideas feministas que la impelían a rechazar la limitación de la vida en pareja. El carácter abrupto de Degás y su marcada ideología antifeminista resquebrajan la amistad pero siguen colaborando y admirándose siempre.
Degás la introduce en el grupo de impresionistas, ante el que ella muestra gran admiración, la enseña a pintar al pastel y la introduce en el grabado. A partir de ese momento colaboran en diversas obras, en revistas pero el carácter irregular de Degás hace difícil la relación.
Al morir su hermana Lydia, aquejada de una enfermedad crónica del riñón la deja sumida en la desolación abandonando durante meses la pintura.
Bajo el influjo de los impresionistas evoluciona hacia una pintura sencilla, hoy desdeñada en parte por la crítica, adjetivada como un poco ñoña pero no exenta de altura y perfección. Forma un tándem perfecto con Degás, él la enseña técnicas pictóricas y ella le introduce en el mercado americano. Los separó, en parte, el abrupto carácter del pintor además de sus ideas regresivas ante las que Mary se mostraba desdeñosa porque desde muy joven abrazó el progresismo y el feminismo. Es curioso que de forma constante represente en sus obras la relación filial, mostrando de forma repetida escenas familiares, madres con hijos en actitud amorosa, ella que jamás se casó y no se le conocieron afectos.
Retorna definitivamente a EEUU, residiendo en Chicago, donde continua pintando y exponiendo en los mejores museos del país.
Al final de su vida su obra pictórica pierde valor debido a la producción y que se supedita a la demanda. En palabras de ella: “me han comprado los marchantes” Su obra pierde el talento espontáneo del principio, pero no deja de ser una pintora de enorme talento ninguneada y olvidada por el mundo del arte.
María Toca
Deja un comentario