‘Mi familia y otros animales’
Con muchos meses de retraso he leído el libro de David Jiménez titulado ‘El Director’ (2019).
Y he accedido a él gracias a Anaclet Pons , que me recordó su existencia, facilitándome un ejemplar y su lectura.
Permítanme una confidencia.
Después de la generosidad de mi amigo he descubierto que yo ya tenía un ejemplar. Literalmente. En efecto, lo adquirí justamente el año pasado en el momento mismo de su aparición.
Se trata, pues, de un caso. Un caso más de despiste, mi despiste creciente. Vale decir, es uno de esos libros que uno compra por interés, por la circunstancia y por la actualidad del tema, y luego se olvida.
Ese es mi caso, insisto, por distracción o por otras razones: este y otros libros van a parar a la pila inestable de obras que esperan tiempo a ser leídas.
Finalmente, mi entorno es eso: pilas que crecen manteniendo un milagroso equilibrio en el escritorio. En el escritorio y en numerosas superficies.
Fin de la confidencia.
‘El Director’ es una memoria personal, un ajuste o una rendición de cuentas con la ‘gran’ familia del periodismo.
Se trata, en fin, del escrito de quien sopesa y salda el trabajo realizado en este caso al frente de un periódico: ‘El Mundo’.
Antes de desempeñar el empleo de director, Jiménez había sido durante años corresponsal de dicho medio en Asia.
De hecho, se le debe la apertura de una delegación del diario español en el lejano Oriente.
Es decir, Jiménez es un un reportero originario, no un periodista de redacción, de mesa y despacho, ni un ejecutivo, de moqueta y mármoles bruñidos.
Son su familia, pero de otra especie, otros animales.
Sobre ese aspecto de su vida, sobre ese azar y su modo de estar, el autor insiste una y otra vez.
Insiste para mostrarnos que él era y aún es un idealista de la prensa, del reporterismo puro.
Más que suelos abrillantados, Jiménez habría pisado durante años la dura o la puta calle (ustedes perdonen), el escenario del crimen, el lugar de la noticia.
Con escasas pertenencias o pocos lujos, dice él, y con la indumentaria típica de corresponsal de guerra, chaleco multibolsillos incluido, Jiménez es o era un hombre de acción. No un Charles Foster Kane.
Así será, al menos, hasta que se le encargue la máxima responsabilidad en el diario, el de ser su director entre 2015 y 2016.
Estará sólo un año, más o menos, pero no por acuerdo pactado de antemano. Estará únicamente el tiempo que consiga resistir, justo mientras intenta paliar la crisis de ‘El Mundo’.
Y justo mientras trata de evitar que dicho medio se convierta sólo y exclusivamente en un papel al servicio del Partido Popular.
Así lo presenta. Y así se presenta.
Dura un mes y otro mes y otro mes… hasta que finalmente lo echan. Eso sí, con acuerdo beneficioso para ambas partes (empresa y empleado).
Este volumen recoge esa experiencia, la de director de dicha publicación. Detalla y narra los avatares personales, privados y públicos que le supuso el desempeño de ese trabajo.
Y, en fin, recoge los cotilleos de la redacción. Me refiero a las facilidades, los obstáculos, las decepciones, las gratificaciones, las sorpresas, los descubrimientos.
Es la razón por la que Jiménez opta por darle un aire épico y chismoso a un tiempo. Y así el libro es una radiografía por momentos objetiva y por momentos rencorosa.
No hay cláusula de confidencialidad que frene a un periodista que quiere decir la verdad: ésa es la legitimación en que él dice basarse.
Pero incurre en una incoherencia.
Por un lado tira de la manta con mucha gravedad, con mucha prosopopeya. Y, por otro, se cura en salud tapando a ciertos personajes con seudónimos bien reconocibles y hasta tontorrones que hacen de esta historia un ‘roman à clef’.
Sus páginas se inclinan frecuentemente por el chisme, las revelaciones de intimidad, los secretos profesionales, las conversaciones privadas.
Y así se convierte en una obra polémica, incluso justiciera, sobre todo con los ejecutivos de ‘El Mundo’ que fueron quienes le nombraron para desempeñar el cargo. Y fueron quienes forzaron su marcha.
Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Bueno, Dios, no: el Cardenal. Es decir, Antonio Fernández Galiano, el presidente de Unidad Editorial, la compañía de ‘El Mundo’, perteneciente al grupo italiano de comunicación RCS MediaGroup.
El resultado es una detallada muestra de los choques entre ambiciosos, de las alianzas de empresas periodísticas y gobiernos y partidos, de las genuflexiones ante el poder económico.
Y es una breve inspección en las malas prácticas de cierta prensa. Por ejemplo, hay alusiones al tratamiento dado por ‘El Mundo’ al 11-M, a la autoría de los atentados ocurridos en Madrid, a los “peones negros”.
En fin, hay alusiones a la suma de indicios, presuntos indicios, que de forma delirante a Pedro Jota y afines les sirvieron para atacar al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Alusiones.
Jiménez se lamenta de todo ello, pero de forma escueta. Se lamenta de su propio silencio (por entonces él aún estaba de corresponsal en Asia).
Y nos muestra la frecuente violación de la deontología profesional en que incurren los ejecutivos de los medios.
O nos muestra brevemente los egos desmesurados de esos grandes prohombres de la prensa en declive: desde Juan Luis Cebrián hasta Pedro Jota, pasando por Luis María Anson.
Por cierto, de estos dos últimos nada nos dice de cómo formaron ellos en compañía de otros el llamado “Sindicato del Crimen”.
¿Sindicato del Crimen? Me refiero a la organización informal destinada a derribar el gobierno de Felipe González. Las fotos de aquellos tipos que se tomaron en Marbella los convierten casi en una ‘famiglia’.
Podría decir más, pero me voy a callar ya, pidiendo disculpas por escribir tanto y tan seguido…
‘El Director’ es una obra que no esquiva la controversia más agria con aquellos periodistas del medio del que fue director y de otros que, en su opinión, se han rendido al poder, a los poderes económicos y políticos.
Él, milagrosamente, habría evitado estos enjuagues y colusiones. En fin, aún quedan hombres que se erigen frente a un sistema de múltiples corrupciones, mayores y menores
Esa forma de presentarse, el héroe que se enfrenta a los poderosos medios de comunicación, le ha valido un alud de críticas generalmente hostiles de periodistas (¿venales?) y de la prensa aludida.
Son críticas que tienen por objeto quitar valor a sus paginas o restarle merecimientos a su autor, acusándolo de resentido o de falsamente candoroso.
Yo lo he pasado en grande. Me gustan los libros de circunstancias. Me gusta el gore. Me gusta leer sobre crímenes ejemplares. Y aquí no se salva casi nadie.
Menuda familia. Menuda tropa.
Justo Serna
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