Parece como si nunca hubieran visto a una mujer desmayada. Como si fuera nuevo el espectáculo de una mujer entrada en años a la que se le cae la tensión. O algo parecido, malo no creo que sea, la verdad, porque yo mal no me encuentro, si acaso un poco mareada que llevo días con la cabeza dando vueltas y el equilibrio como cuando nos subimos a la lancha marinera que nos lleva al Puntal. Pero no es para tanto. Llevan varios pinchazos, analítica va y viene, cuchichean entre ellas que piensan que no me entero pero sí. Me entero y veo las medio sonrisas que se dedican entre ellas, que si digo la verdad no sé a qué vienen y resultan molestas. Porque a ver, no es que sea una enferma pero merezco el mínimo de respeto. Estoy en urgencias. Me han traído desde casa al encontrarme la niña –digo niña por costumbre pero la verdad es que tiene veintiséis- tirada en el suelo de la cocina. Derretida sobre el linóleo recién fregado que hasta para eso tengo puntería. Me desmayo al terminar de fregar y a punto de provocar un incendio. El pollo andará carbonizado, menos mal que no me dio tiempo a poner la sartén que quedó llena de aceite sobre la encimera como recuerdo de lo que pudo pasar.
Una desgracia, mismamente. Lo cual no les da motivo para las miradas altaneras que me lanzan mirando de soslayo, que digo yo, malo no debe de ser lo que tengo porque no las veo serias. Preocupadas y silbeantes sí. El médico ha venido como de pasada, con los aires superiores de los que andan a mayores. Se le nota que lo mío no le preocupa demasiado. Les ha dicho: “Seguid el protocolo, B12 a pasto, comunicárselo a la familia, proponer ingreso y dar dirección. El protocolo porque son altos los niveles”
Que digo yo qué de que niveles habla, porque a mí no me explican nada. Hablan como evitando palabras. Tampoco pregunto; prefiero eludir que saber. Sí he de ser sincera algo sospecho pero no quiero dar a mayores la intuición. Y es que me he pasado. Lo sé. Me llevo pasando demasiado tiempo…
Quizá me engañe y no sea lo que pienso, pero esas miradas y las caras de sabiondas sin piedad que me dirigen van confirmando la sospecha. Y la B 12, que o poco entiendo yo o sé bien porqué se pone. Y no. No es para tanto. Esto mío ha sido una bajada de tensión como una casa. Vale que en los últimos tiempos quizá me haya excedido pero no para tanto. Si ellos supieran menos sonrisitas llevarían en la cara. Seguro.
El cuerpo da para lo que da. Llevo tiempo tan cansada, abusando de la Dexedrina por la mañana, en la que me apoyo como si fuera el salvoconducto que me pone en forma, sabiendo que sin ella no podría ni dar un paso. Levantarse a las seis día tras día sin tener un descanso porque el mayor dispendio se produce el domingo y pocas veces puedo bajar de las siete y media en el día del Señor, que ya me digo, será del señor porque a las señoras nadie nos concede ni día ni hora.
El padre apenas duerme durante la noche moscardoneando hasta verme de pie. Estoy tan agotada que sin la Dexedrina no podría dar un paso. Que no tome seguido, me dice el de cabecera con cada receta ¿no tome de seguido? y ¿qué hago entonces? De dónde saco las fuerzas, dónde busco la energía para atender al padre, lavarle entero, dejarle cambiado y recostado, preparar el desayuno de todos porque en casa ni dios pone el café. Qué bien les gusta pero nadie se acuerda de hacer una sola cafetera. Luego toca la casa, corriendo, sin respiro dejo las cosas más o menos acaldadas, porque soy consciente de que necesitaría una buena limpieza a fondo más que el socorrido lavado de cara habitual. No puedo hacerlo, que ya es bastante lo realizado. Me apaño con un poco de orden y la limpieza justa para no mostrar desaliño.
Salgo para el trabajo a las ocho menos cuarto, menos mal que me recoge Primitiva porque sin ella la mañana no me daría de sí. Vuelvo a las tres…a veces encuentro la mesa sin recoger. No, a veces no, siempre. Los demás han comido dejando hasta las migas y los platos en la mesa como si no pudieran ser más decorosos. ¿Cómo voy a prescindir de la Dexedrina? Le pregunto al doctor, y pienso para mis adentros: sin matar a mi familia.
Al llegar del trabajo estoy tan cansada, tan absolutamente rota que las más de las veces ni como no por falta de hambre sino por el agotamiento que me invade. Vuelta a limpiar al padre, cambiarle el pañal, darle le vuelta, atender sus quejas que son muchas y con razón, mi pobre. Toda la mañana solo, sin moverse de esa cama que le tiene preso hasta que la vida se le expire, que dios me perdone, a veces hasta lo deseo. Y no, porque ha sido bueno a morir. Sin él no tendríamos ni casa. Nos ha ayudado siempre con sus pequeñas (a veces no tan pequeñas) aportaciones que han ido salvando los naufragios. Desde que Tadeo se quedó en paro, allá por el 2008 con la niña estudiando y el chico pequeño. Sin él no sé qué hubiéramos hecho. Siempre estuvo cuando le necesitamos.
Que menos que cuidarle en su vejez si todo lo que tenemos se lo debemos a él. Los demás parecen olvidarlo considerándole un estorbo pero yo no. Es mi padre y ha sido nuestro salvador. Aunque me confieso que no puedo evitar mirarle y pensar: “papa, que ya ha vivido usted bastante, total para qué. Cruzado en esta cama que está sin más visión que la pared de enfrente porque hasta la ventana da a patio. Descansaría usted, padre si se fuera” Me mira con esos ojillos lunáticos, vidriosos, con la muerte escapando por ellos y se me parte el alma.
En ese momento cuando tengo que echar mano de la copa de vino. Para compensar la mala conciencia. Y que bien me sabe. Cinco minutos, poco más, porque hay que poner lavadoras, preparar la comida del día siguiente, recoger a Santiago, llevarle a karate, hacer la cena. Y la tarde se va en nada. Antes de cenar otro volteo al padre…que suele ser el peor.
A media tarde se va. El esfínter se le suelta y enfanga hasta la cama. Con suerte no moja las sábanas pero pocas veces ocurre, que tengo el olor a muerte y a heces dentro de la piel. Por mucho que la enjuago, que la raspo con esponja de crin no sale el maldito olor. Hasta Tadeo me lo dice en la cama: “Joder, Encarna, hueles a viejo” Y a que quiere que huela el sinsorgo. Si él al menos me echara mano…No, que no es su padre, me dice, bien que cogió el dinero cuando nos arregló la vida. Bien que aceptó el piso cuando nos acogió al perder el nuestro. Hueles a viejo, me dice. Él no. A él le llueve la colonia y la gomina cuando sale al bar todas las tardes con la disculpa de la partida, del futbol…o de cualquier cosa. Hasta pienso si no tendrá a otra. Pero no, ¿quién va a querer a semejante mueble? Claro que agradecería algo de ayuda. Pero no, Tadeo es de la vieja escuela, me dice siempre. “No me enseñaron Encarna, hija, y los dedos se me hacen nudos en la cocina o haciendo camas. Luego te veo a ti tan bien dispuesta riñéndome si lo hago mal, que me da cosa” Que le da cosa, dice. Pues aprende, que otras cosas bien las aprendes. Hasta creo que lo hace a posta. El atabalearse, digo, porque no es normal que un hombretón sea incapaz de hacer una cama o de fregar un plato.
Esa copita me sabe a gloria. Cinco minutos sola…con ella. La casa quieta, silenciosa, yo en el sofá como si no hubiera mundo…Claro que no es solo una, pueden ser dos, a veces tres. Por alargar el momento, no por beber, que para mí el alcohol, fíjate tú ni fu ni fa.
Luego, mientras hago la cena caen alguna más. No más de dos…quizá son tres…
Al acabar estoy tan rendida que hasta el sueño sale corriendo. Cabeceo a eso de las diez, me llega el sueño en oleadas hasta perderlo del todo porque no puedo acostarme cuando entra . Creo que si a esa hora pudiera echarme evitaría el Sedonat…pero no puede ser. También podría dejarles la cena en la mesa y pasar de todo, pero no puedo. Como si una voz o una soga me atara a las obligaciones que me he creado y no merecen.
Tadeo torna del bar a las nueve y media, la niña a eso de las diez, el día que viene que no son todos porque los más se pierde hasta la madrugada sin que sepamos ni dónde ni cómo. Hay que ponerle un poco de freno a esa deslenguada, porque no es vida. Con tanto trasnoche, no me extraña la pelea que tengo al levantarla para el trabajo. Poco le puedo decir, porque es tan linda mi Margarita. Por eso la espero hasta que dan las doce, por si llega y cena. Luego sí, volteo al padre, le acurruco en su cama, mientras sus ojos se me clavan muy adentro. Quizá es el miedo a que la muerte le sorprenda en la soledad nocturna sin que podamos hacer nada por rescatarle de su mano. Me mira y siento que me desfallezco…A veces musita: “ay Encarni, hija mía, cuanta lata de doy y qué cansada andas” “Va a darme la lata, padre, que va. Son esos desnaturalizados que no me ayudan” le respondo. Y a su forma me sonríe y se me ablanda el alma.
Entonces tomo el Serosat con otra copita y duermo sin pausa. Es un sueño denso, repudiado, con pesadillas que nunca recuerdo. Por eso al sonar el despertador mi cuerpo necesita química para obedecer porque de no ser por ella mis piernas, mi entendimiento no responderían. Y sí, claro que me paso que bien me lo dice el de cabecera cuando receta pero ¿qué puedo hacer? Y estos me miran como si fuera una delincuente. Poco saben ellos la batalla diaria que libro sin refuerzos. Poco saben ellos lo que cuesta estar viva, más que morirse.
Fin.
María Toca
Imágenes Paula Rego.
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