De las ciudades quedará solo el viento
que pasaba por ellas.
En Yo Bertolt Brecht de Bertolt Brecht
I
Y !ay! de los terribles infortunados,
de aquellos que penetraron en la atmósfera lóbrega de esta ciudad de ciudades hoy maldita,
asolada por la profunda sombra de un Batman
con fuerza superior a Godzila o King Kong,
guiado por el parpadeo constante
de las luces atrapadas en los contornos
de los quicios enrejados de las ventanas ,
de esa caverna platónica de Times Square,
engullida por el océano de la nada
bajo el silencio de los rascacielos
y de sus calles desiertas
en las que vuelve a sentirse el alegre trino
del canto de los pájaros
junto al acompañamiento
del murmullo de las hojas de los arboles
mecidas por el viento.
II
Garras a caballo, de lobos con blancos capirotes,
aguardan poder enmudecer el canto liberto;
Allí amigos se proclama la religión del oro,
y la esperanza hace tiempo migró
con la llegada de cruces ardientes en la noche.
Embusteros y traidores son llamados sin recato
aquellos que no rinden pleitesía al Dios Blanco, símbolo de las Américas,
mientras una alcoholizada soldadesca
veterana de las más sangrientas batallas
de la guerra de Vietnam,
ajena al canto sublevado de las calles,
y ciega a la sonrisa inocente de los niños ,
solo escucha en este despertar del siglo XXI,
las ambiciosas advocaciones satánicas
de la desgastada máscara capilar
“Just for men”
del narcisista patológico Führer ,
encumbrado por la corte del capital
para acallar los gritos de justicia
de las ovejas rebeldes,
bajo la fría luz de la antorcha de mármol y cemento
entre las multicolores danzas convulsivas de encadenados esclavos
y la sonrisa cómplice del ídolo Francés
piloto de este ruidoso cenagal de locura
junto a las laberínticas legiones de los inmensos.
Babeles de Manhattan en el descarriado torbellino de una multitud indiferente a las estrellas.
III
Y muchos de sus mejores hijos
se han vuelto locos de repente
lanzándose al vacío,
otros deambulando como una brújula borracha
que enciende y enceguece al mismo tiempo:
¡ay de aquellos infortunados!, de los que penetraron en la atmósfera lóbrega
de esa ciudad de ciudades,
que anegada de codicia
luchará para detener el azote anunciado
de fuego, pedrisco y muerte
que golpeará el corazón
de esa metrópoli de vana agitación,
tiniebla y capricho,
batida por los aullidos
de venta, saqueo y muerte
de ese templo de Salomón de Wall Street,
barco de cemento ajeno al mundo del espíritu
en cuyo puente de mando viajan
entre carcajadas de codicia,
mercaderes, mafiosos y tahúres,
y cuyos seis mascarones de proa
que nos dijeron eran in
des
truc
ti
b
l
e
s?
se resquebrajaran lentamente por el fragor
de los gritos de millones de esclavos,
que con su fuerza buscan guiar hacia la luz,
a esa espada anunciadora de libertad
black lives are important!
IV
Quién sabe si para protegerse del insomnio
o del fragor del trueno que precede al relámpago
tras la tormenta,
entre la fritura de un gastado vinilo,
se es cuchan las notas apagadas de una canción
de aquellos tiempos en los que el desear,
sintiendo el fluir de las aguas de los ríos,
la risa feliz de los niños en sus juegos,
y el murmullo de las fuentes
aún era algo útil.
“¡New York, New York,
what a beautiful town!”
Enrique Ibáñez Villegas
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